Autor: Sergio Kohan
Escena 1
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Esa mañana desde temprano una densa neblina cubrió la ciudad. Londres parecía haberse trasladado a Paris y era harto difícil poder ver siquiera la vereda opuesta del boulevard. La niebla se colaba dentro de las casas como densas nubes de humo que invadían las piezas generando una extraña sensación. Ahora al fin del día el mal clima persistía y la oscuridad iba ganando las calles mientras también se instalaba dentro de la casa. El se encontraba metiendo sus ropas en bolsas y cajas que había traído de la calle. Ni siquiera tenía una valija disponible. Ella desde la puerta no hacía mas que mirarle, desafiante y cual un rito de guerra metódicamente cada tres minutos le gritaba: ¡Estoy feliz de que te vayas! Estoy feliz de que te vayas! ¿Me escuchas?
Fue como una aparición: Ella estaba sentada, en el medio del banco, completamente sola, al menos él no vio a nadie, deslumbrado por sus ojos. En el momento en que el pasaba ella levantó la cabeza; Marcos se inclinó voluntariamente, y cuando estuvo mas lejos se volvió para mirarla. Tenía un sombrero de paja con cintas fucsias que ondulaban al viento detrás de ella. Sus crenchas negras que contorneaban la punta de sus grandes cejas, descendían hacia muy abajo y parecían oprimir amorosamente el óvalo de su rostro. El traje de muselina clara con lunarcitos, caía formando numerosos pliegues; se ocupaba en leer algo y su nariz recta, su barbilla y toda su persona se destacaban sobre el fondo de la atmósfera azul.
Una noche de agosto – tenía entonces 18 años- la arrastraron a la feria de Montmartre. Rápido quedó aturdida, estupefacta por el estruendo de los murguistas, tanta luz en los árboles, tal mezcolanza de vestidos, encajes, cruces de oro y tal confusión de gente saltando al mismo tiempo. Se mantenía apartada modestamente, cuando un muchacho de aspecto acomodado, que fumaba en pipa, vino a invitarla a bailar. Le convidó con sidra, bollos, le compró un pañuelo y, suponiendo que ella le había adivinado, se brindó a acompañarla. A orillas de un campo de arena la revolcó brutalmente. Ella tuvo miedo y empezó a gritar. Él se alejó.
Otra noche, en el camino de Avignón, quiso adelantar a una procesión de fieles que avanzaba lentamente, y al pasar rápidamente reconoció a Guillermo.
Este la abordó con aire de tranquilidad, pidiéndole perdón por todo, porque “la culpa era de la bebida”. Ella no supo que responder, y tenía ganas de escaparse.
Enseguida habló de las cosechas y de los personajes del pueblo, porque su padre se había trasladado desde la campiña a la granja de los André, de manera que ahora iban a ser vecinos. “¡Ah!”, dijo ella. Agregó él que pensaba casarse. Desde luego no tenía ninguna prisa y aguardaba a encontrar una mujer que le gustara. Le habló de los viñedos de sus abuelos, de su casa de campo, de las caballerizas, de la gente de la ciudad Luz, le habló, le habló, le habló, …hasta que no pudo resistir el mirarle a los ojos, ver sus labios entreabiertos incitando al beso, sentir su aliento dulzón por el tabaco que rozaba su mejilla, ya no podía pensar…y allí nomás estrelló su boca con la de él y sus lenguas se trenzaron y recorrieron juntas la profundidad del beso.
El siguió metiendo sus cosas en las bolsas, y lo que no entraba en las bolsas ni cajas lo envolvía con una manta y lo ataba con cordel.
¡Hijo de puta! Estoy re contenta de que te vayas! Empezó a llorar. No tienes huevos siquiera para enfrentarme, no? Mírame a la cara, cobarde! Entonces ella vio el retrato del niño encima de la cama y lo agarró. El la miró; ella se secó las lágrimas y lo enfrentó con la mirada, y después se dio vuelta y se volvió al living. Devuélveme eso, le ordenó él.
Termina de empacar tu inmundicia y lárgate, contestó ella.
El no contestó, terminó de cerrar las cajas y los bultos, se puso el único abrigo que le quedaba, miró a su alrededor como despidiéndose del espacio, apagó la luz y fue hacia el living. Ella estaba en el umbral del porche con el niño en brazos. Quiero el niño, dijo él.
¿Estás loco?
No, pero quiero el niño. Mandaré a alguien a recoger sus cosas. A este niño no lo tocas, le advirtió ella.
Cientos de veces volvió al mismo banco, recorrió el espacio buscándola en cada rincón de la plaza, buscó su perfume que juraba percibir, aunque nunca había estado más cerca que cinco metros. El era de esos que creen que uno puede oler a la distancia, recorriendo el cuerpo con la mirada, escudriñando los ojos y percibir en ellos los aromas más íntimos, la suavidad de la piel, imaginar el roce de los cuerpos, la fusión de las pasiones una y mil veces hasta caer agotados de placer y de lujuria, de amor y desenfreno, de locura viva y de perfiles muertos. Todo eso por un par de ojos, una vida a través de ellos. Una tarde creyó verla sentada como aquella vez, corrió desenfrenadamente los casi cien metros que los separaban, casi pierde el equilibrio al tropezar con una burda raíz de un árbol gordo que emergía por sobre el suelo, pero siguió en pié, agarrándose de la estatua de la niña virgen, y al volver nuevamente la vista al banco dióse cuenta que había desaparecido. Habrá sido una realidad o fue simplemente una jugada de la mente enamorada que pintó su figura delante de sus ojos para enceguecerlo y ponerlo en veloz carrera?
Los encuentros se fueron repitiendo y la pasión y el desenfreno fue en aumento. Nunca pudo olvidar la primera vez que unieron sus cuerpos. Fue un choque que la hizo vibrar y arder de gozo al mismo tiempo. No podía contener las lágrimas ni dejar de temblar entre sus piernas, entrelazadas, casi dos cuerpos en uno, que se unían y se desunían en esa mágica danza frenética y apasionada, cual ceremonia tribal alrededor del fuego, fuego por fuera y por dentro, por los costados y por todo el cuerpo. Al fin, acabaron al unísono entre gritos y suspiros, para dejar calmar el río antes de volver a empezar nuevamente la travesía. Cómo no emocionarse ante semejante acto, supremo, sublime, volar con los pies sobre la tierra, algo que jamás hubiera creído posible.
No se me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría un primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! – y en esto soy irreductible – no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben colar ¡ pierden el tiempo las que pretenden seducirme! Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por mas empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor mas que volando.
Rebeca era su nombre, menuda su figura, grácil y tierna su presencia, pero su aparente fragilidad contrastaba con su fortaleza de roble y sus pequeños músculos fibrosos escondidos debajo de sus ropas holgadas y sin gracia. En sus 45 años nunca una mano varonil la había tocado, salvo algún roce casual en las calles, o en algún mercado atiborrado de gente. Ella eludía especialmente los lugares concurridos, y más aún donde había muchos hombres. La presencia de un hombre a menos de un metro la alteraba, le generaba cierta sensación de malestar que la llevó en algunos casos a entrar en espasmódicas convulsiones, vómitos y en más de una vez algún desvanecimiento. No sabía cuando había empezado con esos síntomas, para ella siempre habían formado parte de su vida. Por las noches tenía un sueño recurrente, estaba sola en un callejón a oscuras, sentía pasos que la seguían, empezaba a correr, los pasos aumentaban de velocidad, ella corría mas a prisa, los pasos también hasta que se encontraba frente a un gran paredón sin poder seguir, con mucho miedo y temblando se quedaba quieta, inmóvil, mientras los pasos habían reducido la velocidad y se acercaban lentamente, ella se encontraba paralizada casi pegada a la pared de espaldas, los pasos estaban cada vez mas cerca, de pronto se detenían, podía percibir cerca de ella, un aroma a madera rancia, vino barato, sentía una respiración húmeda a la altura del cuello, tenía pánico pero estaba paralizada, de golpe levemente una mano se introducía por debajo de sus enaguas, sin violencia, muy lentamente, como una caricia, sentía una piel áspera, rugosa, que subía desde sus pantorrillas hacia su entrepierna y allí como una sensación de alivio empezaba a orinarse, primero eran unas gotas, luego chorros que salían con violencia, la mano se retiraba bruscamente , el aliento desaparecía y podía escuchar los pasos en reversa que se alejaban a gran velocidad. En ese momento la invadía una paz sublime y se despertaba, toda mojada, en medio de una inmensa laguna de orina. Como era un sueño que le sucedía a menudo solía poner unas gomas debajo de las sábanas, viejas ,andrajosas, llenas de manchas amarillentas que no podían borrarse a pesar de las horas que pasaba fregándolas contra las tablas.
Le pesaban las piernas tanto como el nombre: Marlene. Porque su bisabuela se llamó así tuvo que cargar con ese nombre extranjero, y ahora seguía cargando, pero con el producto de una noche con un extranjero. Cuántas veces le habían dicho que se cuidara? Que nunca tenía que dejarse acabar adentro? Pero no pudo resistir seguir prestando su cuerpo a tan hermoso caballero. De modales tan refinados, finos dedos, piel suave y un perfume extraño y seductor al mismo tiempo. Y además la trataba tan bien, le hablaba en otro idioma en el oído, quien sabe que cosas le diría, pero sonaban a poesía. Y ella empezó a dejarse llevar. No pudo contenerse. NO HAY QUE MEZCLAR EL TRABAJO CON EL PLACER SIEMPRE LE DECIA LA SEÑORA. Pero no pudo resistirlo, primero sintió el rubor que comenzaba en su abdomen y le subía lentamente por el cuerpo, al pasar sus pechos sus pezones se pusieron puntiagudos y amenazantes, luego ese cosquilleo interno que empezó a ganarle todo su sexo, el corazón cada vez mas veloz emprendió una carrera desenfrenada hacia el infinito, esa dulce rigidez que empezó a dominarla y que la hacia sentir flotar y hundirse al mismo tiempo. Cerró los ojos por miedo de perderlos, sintió su áspera lengua recorrer su cuerpo y se dejo llevar, sin saber adónde, ni hasta cuando, pero se dejo morir hasta explotar por dentro y al mismo tiempo sintió sus convulsiones dentro de ella, pero no pudo resistirlo, no quiso evitarlo y emprendió el viaje sin retorno.
El niño se había puesto a llorar, y ella trató de consolarlo, le besaba las lágrimas como tratando de absorber su miedo. El avanzó hacia ella. ¡Por Dios ni se te ocurra!, le amenazó ella y entró corriendo a encerrarse en la cocina.
Quiero el niño.
¡Vete cerdo inmundo, fuera de aquí!
Ella envolviendo el niño con su cuerpo trató de refugiarse debajo de la mesa. Pero el les alcanzó. Alargo las manos por debajo de la mesa y atrapó al niño con fuerza.
Suéltalo dijo.
No, dijo ella. Le estás lastimando, es que no te das cuenta, le gritaba entre sollozos.
Apártate, apártate! Gritaba ella. El de un empellón le dio una patada en el rostro que la hizo trastabillar y soltar el niño, el cual como si fuera un muñeco de trapo quedó colgando de un solo bracito sostenido por él. El bebé a todo esto, lloraba a más no poder. Sus gritos desgarradores hicieron que ella saliera de debajo de la mesa y se abalanzara sobre ambos, agarrando al pequeño por el otro brazo. Ambos seguían agarrándolo con fuerza sin soltarlo.
Suéltalo dijo él. No, dijo ella, suéltalo tú que le estás haciendo daño.
No, no le estoy haciendo daño.
Marcos nunca mas volvió a verla, pero la soñaba obstinadamente todas las noches. No faltaba ninguna a la cita y en sueños la amaba profundamente, recorría su cuerpo imaginario una y mil veces, saboreaba sus aromas y exploraba todos sus relieves. Cómo se podía amar a alguien a quién se había visto sólo un momento, un instante fugaz? Creo que hasta hubiera sido capaz de encontrarla entre un millón de personas si estuviera en medio de ellas, y a ciegas, con los ojos cerrados y los sentidos bien abiertos. Marcos nunca había tenido novia, ni amante ni nada. A pesar de ser un jóven bien apuesto era muy introvertido y tímido, tanto que no podía mantener la mirada fija en una mujer sin ruborizarse. Y las mujeres lo miraban y mucho, porque era alto, atlético, pelo negro ensortijado desprolijamente caído sobre la frente, ojos verdes cristalinos, e irradiaba sensualidad varonil pura. Su mirada noble y su paso firme al caminar arrancaba suspiros al pasar cerca de una damisela, pero su timidez era tal que ante la presencia de una mujer ponía distancia al momento. Tenía su mente y corazón para una sóla mujer, y ni siquiera sabía su nombre, él, que si quisiera podría tener una doncella distinta por noche calentando su cama.
Marlene empezó a sentir el peso de otra vida, luego fueron movimientos y por último la confirmación. Ya no era mas una, ahora eran dos en un mismo cuerpo. La señora ya le había advertido que estaba engordando, pero ella no quiso darle importancia. Comenzó a comer menos, pero igual seguía engordando y empezó a preocuparse, además tenía un hambre atroz. Si le ponían una vaca delante era capaz de devorársela entera con cuero y todo. No estarás embarazada? (lo preguntan todas), la pregunta le sonó como un latigazo y su mente viajó hacia atrás en un rápido raconto de sus últimos meses y allí recordó, sus dedos finos y delicados, su extraño perfume, su piel suave, y sin quererlo volvió a recordar aquel momento de furioso sexo y placer, sus manos volvieron a recorrerse imitando al viajero, y empezó a volar, sentirse arrastrada nuevamente por los aires, inflamarse sus ahora agrandados pechos, inflamarse el vientre abultado y ese calor que le recorría todo el cuerpo, entró en un viaje imaginario al pasado mientras su cuerpo empezaba a tiritar de placer hasta convulsionarse de golpe, quedando inmóvil, como flotando y con esa sensación de placer que había explotado desde lo mas íntimo de su ser hacia el infinito. De golpe volvió a la cruel realidad, cayó en la cuenta de su presente, todo el placer se derrumbó como un mazo de cartas y comenzó a sentirse asfixiada, como enterrada en vida. Sí, estaba embarazada.(lo vuelven a decir todas)
Serguei leía y releía la carta una y otra vez sin comprender la realidad.
Cómo era posible que semejante desconocida, de quien ni siquiera recordaba el nombre le notificara de su presunta paternidad? No era para nada creíble, además con ese nombre tan horrible : “Marlene”. Fue una noche paga por unos minutos de placer para desagotar toda la energía acumulada ante tantas fantasías e historias inventadas a sí mismo acerca de su enamorada imaginaria. A ver si creía que se iba a tragar el cuento. El sabía muy bien que ese tipo de mujeres sabía como cuidarse y no se iba a hacer cargo de algo por lo que había pagado. Es más, a él deberían indemnizarlo por el riesgo corrido con esa prostituta. Hasta podía haberse contagiado quien sabe que mortal enfermedad de esas que ahora estaban descubriendo a cada rato. Rompió en mil pedazos la misiva, agarró un billete de dos francos, lo metió en el sobre que le habían entregado y se lo dió al mensajero para que se lo devolviera a la destinataria del envío. No le escribió nada, ella se daría perfecta cuenta de la respuesta. Padre? A otro con ese cuento, vaya a saber cuántos ya cayeron antes. Y desde ese momento dejó de pensar en el asunto no sin antes prometerse a sí mismo no volver nunca mas al burdel de la SEÑORA MICHEL. Buscaría otro nuevo, de mayor confianza y jerarquía, precisamente en París lo que abundaban eran burdeles.
Rebeca salió corriendo del mercado porque recordó que tenía que comprar el vino que le había encargado su tía y no reparó en el joven que cruzaba exactamente en ese momento por la puerta. Chocaron violentamente y salieron repelidos como si dos fuerzas iguales y en sentido contrario los hubieran expulsado. Fue muy cómico ver ambos cuerpos en el piso en medio de bananas, naranjas, frutillas y tomates…Aunque a Marcos no le causó mucha gracia, cuando vió la cara de susto de Rebeca no pudo mas que sonreír, ésta que en otra circunstancia hubiera reaccionado violentamente corriendo espantada o en el peor de los casos hubiera empezado a vomitar desenfrenadamente se quedó mirando la sonrisa de Marcos, absorta y deslumbrada por semejante belleza masculina, y ahora perpleja de que estuviera conmocionada por el choque con un hombre, ¡que hombre!, si hasta parecía un ángel salido de una historia de hadas. Esos pensamientos la hicieron ruborizarse, y allí pensó con temor que podría empezar a orinarse y trató de incorporarse rápidamente, para ello aceptó la mano que gentilmente le ofrecía Marcos y al tocarla sintió como un choque de algo que le puso la piel de gallina, las ganas de orinarse ya eran incontenibles, estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos por contenerse, pero por otro lado había algo que la retenía y le impedía salir corriendo. Aceptó sin disimulo las excusas del joven, este le ayudó a levantar las frutas y se ofreció a acompañarla hasta su casa. ¿Rebeca aceptó? (preguntan todos), SI, ACEPTÓ, y fueron caminando las cuadras que los separaban del domicilio de ella. Claro, después de los acontecimientos ocurridos se olvidó por completo del vino y hasta de las ganas de orinar que hasta minutos antes eran incontenibles. Caminaron sin decirse una palabra, cuando llegaron a la puerta de la casa de ella, Marcos se inclinó gentilmente, tomó una de sus manos y depositó suavemente sus labios, los retiro y se despidió. Se fue sin mirar atrás, por suerte, porque Rebeca se había quedado tiesa con una mano semi levantada (la del beso) y de la otra se le habían caído todas las frutas nuevamente.(formar imagen con un personaje) No recuerda cuanto tiempo permaneció así, inmóvil, pero volvió a la realidad con los gritos de su señora tía que le reclamaba infructuosamente el vino que ella nunca había traído. Esa noche Rebeca soñó, pero no pudo recordar el sueño y al despertar se dio cuenta que estaba sonriendo y la cama estaba seca.
Ella apareció en mi vida de una manera casual, extraña, solo conocía mi foto y mi teléfono, las dos estábamos seleccionadas para rodar un corto. Ella era una princesa y yo una doncella. Era un corto de época. Me llamó y comenzamos una serie de conversaciones interminables. ¡¡¡¡nunca había gastado tanto en teléfono!!!
Estaba pasando una mala temporada en mi matrimonio, muy mala, la relación entre los dos era un infierno y llegó ella, como confidente y amiga y parecía ser la única que me entendía, como esa hermana que nunca tuve, o aquella amiga de la infancia con la cual nos contábamos todo. Yo me sentía vieja, desgastada, con un hombre a mi lado al que parecía ser que ya no le decía nada. Yo estaba tomando antidepresivos y a ello achacaba mi falta de interés por mi marido. Pero debía estar equivocada, aquellas conversaciones telefónicas me llevaban a unas sensaciones difíciles de describir, estaba deseando conocerla, ver como era ese ser que podía entenderme tan bien como sólo dos mujeres que han pasado por lo mismo pueden entenderse. Por fin llegó el día tan esperado, el día que nos encontramos, decidimos viajar juntas en el auto de ella y así poder charlar frente a frente de todas nuestras penurias y nuestras fantasías.
Rebeca nunca más volvió a encontrarse con Marcos, le buscó miles de veces, utilizaba cualquier excusa para ir al mercado, y siempre, como de casualidad soltaba las frutas como en un descuido, para ver si aparecía aquel ángel para ayudarle, pero nada, la mayoría de las veces terminaba levantándolas sola o a veces, las menos, algún viejo se apiadaba y la ayudaba a levantarlas. Su tia la regañaba a menudo porque siempre llegaba con las frutas machucadas de tanto tirarlas y hasta la había amenazado con ir a hablar con el dependiente del mercado para exigirle que dejara de estafar a su sobrina vendiéndole fruta en mal estado. En esos casos, Rebeca la calmaba y por un par de semanas traía la fruta en buenas condiciones. En realidad lo que hacía, era que con sus ahorros compraba fruta de más, la primera la dejaba caer, y la levantaba, la dejaba caer y la levantaba, y a la cuarta vez se daba por vencida, la juntaba, se la regalaba a unos mendigos que merodeaban por el mercado, volvía a comprar fruta buena y se volvía a su casa con un paso cansino y vencido por la ausencia del ángel y preguntándose siempre si lo volvería a ver alguna vez de nuevo.
Mi depresión no eran las pastillas. Como me dijo un día una amiga “lo que necesitas es cambiar de jinete”, (lo dicen todos) creo que tenía razón. Mi compañera de viaje se empezó a reír a carcajadas cuando escuchó eso y a mi también me causó mucha gracia, y allí noté que hermosas facciones tenía y que boca tan sensual. Con razón ella iba a ser princesa y yo una pobre doncella.
Muy amable me llevó al sitio del rodaje, como estaba lejos paramos un poco antes de llegar en un restaurante para cenar, ella era muy agradable en su conversación, más que por teléfono, y tan alegre.
(Aquí tiene que notarse cambio de actitud) No se como empezamos a tomar un vino dulzón de la casa, que tenia un aroma a frutos del bosque y que se dejaba beber con facilidad. Nos bajamos dos botellas y estábamos tan alegres que ya nos reíamos de cualquier cosa, un perro que pasó cojeando, una pareja que se hacía arrumacos y se notaba la desesperación de él por llevarla a la cama, y hasta de una pobre vieja con un sombrero ridículo que trastabilló y dio de bruces contra un pozo de barro, pobre, casi se ahoga y nosotros a una treintena de metros destornillándonos de risa. Por pudor traté de evitar seguir riéndome y le puse suavemente mi mano en la boca de ella para que no siguiera y el contacto con sus labios me produjo una sensación extraña (personificar la imagen). Imposible de describir, fue como una ráfaga de aire que recorrió mi espalda. La retiré inmediatamente y me ruboricé.
Serguei necesitado de sexo fácil empezó a recorrer los prostíbulos de París pero le ocurría algo muy extraño. Cuando estaba en el momento preciso de iniciar la relación propiamente dicha, su miembro erecto hasta ese momento se desplomaba instantáneamente y quedaba pendiendo flácido y retraído como un flan.(todas exclaman, AH!!!!) Una vez llegada esa situación no había manera de revivirlo, hasta una vez probaron entre tres mujeres, pero no había caso, lo cual además de ruborizarlo y disminuirlo psicológicamente le provocaba una furia inmediata que le hacía cometer los mayores daños posibles. Empezaba a golpear los muebles, los tiraba contra las paredes y arremetía contra las mujeres acusándolas de ineficientes y empezaba a pegarle con el cinto, con los puños ,a patadas, con lo que tenía a mano, hasta que llegaban los matones del prostíbulo quienes sin ningún miramiento le propinaban soberana paliza y lo dejaban tirado en un callejón oscuro a cientos de metros del lugar, magullado, sangrando, a veces fracturado y sin ningún cobre en los bolsillos. Su fama fue creciendo en la ciudad y en París ya no quedaba burdel dónde fuera bien recibido. Ni en los de mala muerte, aquellos sadomasoquistas, lo único que hacían apenas entraba era arremeter directamente contra el y dejarlo molido a palos en algún basural. De nada servía que recurriera a la policía pues estos estaban arreglados con las casas de servicios. Y hasta podía ser peor porque lo guardaban en calabozo con otros malandras y donde si se descuidaba terminaba siendo alimento de las feroces ratas que pululaban por esos lares.
Al terminar de cenar, cuando íbamos hacia el coche, no se como, apenas sin darme cuenta, ella me agarró por un lado y me besó en la boca, me dio un beso que casi me dejó sin respiración. Sentí como un latigazo por todo mi cuerpo, algo que me recorrió de la cabeza a los pies. Después me la quedé mirando sin saber que hacer, conmocionada por lo ocurrido, era la primera vez que una mujer me besaba. Es más, subimos al auto sin decir una palabra y yo me encontré deseando otro beso, y para sorpresa mía se lo di yo. Subimos al coche y llegamos al lugar donde era el rodaje al día siguiente, allí teníamos reservadas habitaciones en un pequeño hotel. Nos encontramos con el director que nos dio la buenas noches y se fue. Nosotras nos acercamos al monasterio, el lugar del rodaje, era un sitio espectacular, del siglo XVII, hermosísimo. Para colmo había luna llena. Estábamos solas. No había ni un alma a nuestro alrededor. Y llegaron mas besos y mas caricias, y mi cuerpo temblaba, ya me había olvidado de lo que significaba la palabra deseo. Eso era lo que yo sentía. Le necesitaba con urgencia. Necesitaba mas besos, mas caricias, la necesitaba y la deseaba para mi.
Suelta al niño, le estás haciendo daño. No, no le estoy haciendo daño.
Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En medio de la oscuridad el trató de quebrar los dedos de ella con fuerza para que soltara el niño, mientras con otra mano lo tironeaba tomándole del brazo, cerca del hombro, el bebé no dejaba de chillar.
Ella sintió que sus dedos iban a abrirse, sintió como el pequeño se le iba de las manos.
¡NNNNNNNNNNNNNNOOOOOOOOOOOO! Gritó desesperadamente como en un aullido desgarrador que corrió la nebulosa noche como un relámpago de hielo, cuando percibió que el niño se le iba de las manos. ¡TENIA QUE RETENERLO, CUESTE LO QUE CUESTE! Trató de tomarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y por uno de los pies y se echó hacia atrás. Pero él, obnubilado, no lo soltaba. Notó (él) ahora que se le iba de las manos y también agarró con fuerza su muñeca y el otro pié y allí tiró con el máximo de sus fuerzas.
Así, el problema quedó zanjado.
Volvimos al hotel, a los dos minutos estaba en la puerta de mi habitación, le abrí entre temblores. Era tierna, amorosa, cariñosa y dulce, sobre todo muy dulce. Empezó acariciándome poco a poco, suavemente, con toda la ternura posible y yo empecé a derretirme. Aquello era superior a mi. Empezó a besar todo mi cuerpo, a lamerme como si yo fuera un dulce, mi cuerpo se levantó, la sensación de placer comenzó a inundarme, eran como ráfagas de algo conocido pero olvidado hacía tiempo. Con su boca recorrió mi cuerpo, llegó hasta el lugar perfecto, ella sabía donde y como acariciarme, y de pronto algo inaudito, fuerte, inmenso me llenó toda, algo extraordinario me completó. La sensación es muy difícil de describir, es como un grito interno, como un caballo que se desboca, que te llena y te desborda, puede contigo. El mundo se acaba, es una explosión de ternura, de deseo, reventar y explotar por dentro, y te agarras a ella como si fuera lo único que existe, y te sientes morir de tanto placer, sientes que no puedes mas, que estas mareándote, y entonces, ella se acerca despacio, te besa y juguetea con sus dedos y comienza a moverse y tu te mueves a su compás y de nuevo te inunda esa sensación, crees que vas a desvanecerte, que no puedes mas, te inundas de placer y gritas, te eleva por encima de todo, por sobre cualquier sensación, sencillamente es fantástico, es demasiado. Y la besas y la muerdes y la arañas, porque el sentimiento es tan intenso que no puedes contenerte. De nuevo ese placer, esa especie de gloria, de algo indescriptible...y te das cuenta que siempre estuvo, al alcance, que permaneció olvidado, latente, esperando que le abrieran las compuertas para desbordar con furia todos los cauces, borrar los límites e inundarlo todo, hasta ahogarte, y dejarte inconsciente en el medio de la ruta, a metros de que el camión te pase por encima.
Marlene caminaba sin pensar en nada por el puente, sólo sentía de vez en cuando sus movimientos y por momentos su abdomen adoptar una rigidez extraordinaria. En esos momentos corrientes eléctricas la envolvían, mientras las imágenes del momento de la creación de ese ser que llevaba dentro flasheaban en su cabeza y le provocaban mareos incapaces de contener. A menudo terminaba con su cuerpo en el suelo si no encontraba a tiempo algo de que agarrarse. Ahora sintió lo mismo pero con mayor intensidad, y se dio perfecta cuenta que no podía contener el desmayo, allí intentó agarrase de la baranda del muelle, por favor que mareo, nunca había sido tan intenso, se sintió convulsionar y se agarró con la otra mano también, y esas náuseas, tenía que vomitar ya mismo, y al ver el río debajo pensó con la poca lúcida conciencia que le quedaba nada mejor que lanzar sobre el río y que se llevara el producto de su vacío estómago, famélico por días sin probar bocado. Como no podía descargar libremente, con las pocas fuerzas que le quedaban se subió unos peldaños al puente y se inclinó sobre el río, allí sintió un mareo mayor, hasta le pareció ver su imagen reflejada, a unos doce metros. El río estaba calmo, la luz de la luna pegaba de lleno, era como un espejo que incitaba al reflejo. El mareo aumentaba, de golpe sintió como una fuerza extraña que la tironeaba de abajo, una atracción imposible de resistir, subió un par de peldaños mas, ya casi todo su cuerpo estaba fuera del puente, además su equilibrio ahora estaba desplazado, se inclinó más, y más, y se sintió despegar del suelo y comenzó a volar.
Marcos caminaba en uno de sus largos paseos nocturnos en busca de su enamorada imaginaria. Como siempre no la encontró, y esa noche estaba doblemente desilusionado porque hacía días que ya no podía percibir su fragancia, esa fragancia que el se había inventado, esa piel suave que había imaginado durante tantas noches de turbulentos sueños. Se sentía decepcionado consigo mismo, amargado, y desde hacía ya un tiempo sus sueños no tenían la pasión de otras épocas, muchas veces ni podía recordarlos y otras despertaba con un sabor amargo en la boca del estómago. Empezó a llenarse de dolores, y su rostro envejeció prematuramente. Es como si diez años hubieran caído de golpe sobre sus espaldas. Se encorvó y su mirada perdió el brillo y la profundidad que cautivaba a las mujeres a su paso. Una barba descuidada de varios días cubría su varonil rostro y su aspecto desgarbado comenzaba a provocar rechazo entre sus amistades que no podían entender el motivo de tal transformación. Es que no hay nada peor que enamorarse de una imagen y empezar a perder las nociones del contorno, comenzar a borronearse y a perder hasta sus olores y sabores inventados, o transformarse en otros sabores y otros olores no deseados. Sin darse cuenta sus propios y ahora rancios olores estaban cambiando a los de su sueño amado. La noche estaba tranquila y decidió ponerse a ver la ciudad desde el Pont de Neuf , tratando de soñar despierto para recuperar sus imágenes. Cuando llegó a la entrada del puente observó con sus gastados ojos un cuerpo que despegaba del mismo y caía al vacío. Escuchó su ruido al chocar contra la superficie del agua y comenzó a correr hacia el lugar para ver si estaba en lo correcto. Al llegar al medio del puente y mirar abajo vió claramente un par de brazos que se sumergían.
De pronto te sientes triste, sabes muy bien lo que ha significado esto, es difícil que después del rodaje volvamos a vernos, ella es de Burdeos y yo de Cannes y a ti te gustaría tener contacto con ella, pero tienes una pareja, un marido, hijos, y...
¡¡que curioso!!!, piensas: es la primera vez que hago el amor con alguien que no es Alberto,(mi marido) pero no tengo ninguna sensación de haberle engañado. ¿qué me pasa?. ¿qué me ha pasado?.
El tiempo pone todo en su sitio, esa historia poco a poco se acabó. Le sigo teniendo un cariño inmenso y es mi amiga, de vez en cuando hablamos o nos escribimos. Todo fue muy bonito y para mi muy importante. Es curioso, ha pasado el tiempo y sigo pensando que no engañé a mi marido. El engaño es otra cosa. Pero si el supiera esta historia pensaría que le había engañado, y aseguro que no es verdad.
Serguei permanecía tendido, inmóvil, sangraba por la nariz y la cabeza, un tajo no profundo pero manaba abundante sangre. Esa última golpiza había sido muy dura y estaba totalmente inconsciente. Cuando Rebeca abrió la puerta de su casa porque había escuchado extraños ruidos lo hizo con sumo cuidado, y dejando puesta la cadena interior. No podía ver muy bien la calle pero le sorprendió encontrar dos pies que asomaban a un costado de la acera. Cerró la puerta asustada y se quedó apoyada en ella tratando de escuchar algo más. Los minutos pasaron y no se oía nada. Volvió a abrir y los pies seguían allí. No sabía que hacer, estaba sola, su tía se había ido un par de semanas a la campiña a casa de sus primos, siempre lo hacía en tiempos de cosecha, sabía que lo mejor era cerrar, echar todos los cerrojos, y dejar que la patrulla policial que pasaba frecuentemente se hiciera cargo de lo que allí había, pero Rebeca había cambiado, y la curiosidad pudo más. Abrió la puerta con cuidado, por las dudas en la otra mano llevaba un largo cuchillo que había tomado de la cocina, primero miró a ambos lados de la calle, no había nadie, y luego se fijó en la figura que estaba inconsciente a un costado de la entrada de su casa. En un primer instante se maldijo por haber abierto porque ahora tenía que tomar una decisión, qué hacía? Rebeca había cambiado, sus pensamientos no eran lo mismo y algo que en otro momento nunca hubiera hecho la incitó a tomar ese cuerpo y con dificultad lo introdujo dentro de la casa. Lo tendió sobre el sofá del living y fue al baño por algunas vendas y gasas. Cuidadosamente le lavó las heridas, lo cubrió con unas mantas no sin antes sacarle las botas mugrosas que llevaba puestas, y se quedó toda la noche a su lado de vigilia para cuando despertara. No sentía temor alguno, es mas disfrutaba verle dormir placenteramente y empezó a recorrer con su mirada todos los ángulos de esa cara blanca, casi apolínea, y sonrió al pensar que acariciaba esos rubios rulos descuidados que caían a los costados cual un mosquetero del rey de las viejas historias. Ella se acercó a olerlo, y a pesar de su aspecto desalineado su piel tenía un perfume particular, tabaco dulce y embriagador. Y empezó a lamer sus heridas.
Sin pensarlo un instante Marcos se subió a la baranda del puente y se arrojó al río, el choque con el agua fría le provocó una sensación extraña, como que entraba a otro mundo, oscuro, lleno de sombras y burbujas, intentó buscar a tientas el otro cuerpo, se dirigió hacia la profundidad del lecho, que por la sequía imperante era de unos pocos metros, los oídos le zumbaban y trató de abrir los ojos desmesurados como si fueran faroles de buzo en busca de un tesoro perdido, creyó percibir, mas que ver, la turbulencia de agua y barro a unos metros a su izquierda, buceó hacia allí con el poco aire que le quedaba, tendría que salir a respirar y volver, pero tenía miedo de perder idea del lugar, ..vio una figura en el fondo que parecía debatirse violentamente en convulsiones, al estar cerca reconoció una mujer de abultado abdomen que tenía su pierna atrapada por unos ganchos de hierro retorcido y oxidado que abrazaban un pilar de acero del puente como un enamorado a su amada, sus pulmones pedían auxilio pero la mirada de la mujer suplicante pudo más, tenía que resistir, trato de tomar su pierna y jalarla hacia arriba, ella abrió su boca en un alarido sin sonido por el dolor, la carne se desgarró y comenzó a manar sangre a borbotones que se mezclaban con el agua revuelta y el barro, Marcos no aguantaba más, tenía que subir por aire ya, intentó darse vuelta y subir pero ella desesperada lo tomó de la cabeza y lo tiró hacia atrás con violencia, con tan mala suerte que golpeó contra uno de los pilares del puente, lo soltó inmediatamente pero quedo atontado, y el agua empezó a penetrar por su boca y a llenar sus pulmones, sus ojos se salían de las órbitas, giró y miró por última vez a la mujer y con sorpresa en un último suspiro de vida le pareció ver el rostro de su enamorada, cerró los ojos, esbozó una sonrisa y cayó lentamente sobre el lecho barroso del río. Ella ya estaba inconsciente, inundados sus pechos de agua sucia, se bamboleaba trágicamente al compás de la corriente del río agarrada por su pierna y chocaba y rebotaba contra el pilote.
Rebeca lavó sus heridas con su lengua y luego poco a poco, muy despacio como con un bebé le sacó sus ropas. Las puso a un costado. Lo tomó de las axilas y lo llevo arrastrando hasta el dormitorio. Rebeca era una mujer muy fuerte, siempre había hecho trabajos de hombre en la casa de su tía porque por sus problemas nunca podía haber un hombre en la casa. Lo recostó en la cama. Primero puso su torso, acomodó suavemente su cabeza sobre la almohada, luego subió sus piernas, se entretuvo acariciando los dedos de sus pies, tan toscos, pero tan atractivos. No recordaba pies de hombres como esos, y además no había visto muchos. Luego lentamente le fue sacando toda la ropa interior, hasta dejarlo completamente desnudo. Se alejó un par de metros para mirarlo de cuerpo entero. Miles de imágenes la invadieron, y poco a poco comenzó a quitarse su ropa. Con cuidado, delicadamente, fue doblando su ropa sobre la silla. Fue como en un rito, una ceremonia sagrada, tratando de recordar cada gesto al ir desprendiendo cada una de sus ropas. Al quedar completamente desnuda, se tendió a lo largo de él, no sentía frío, al contrario, se sentía hervir, lo abrazó encerrándolo entre sus brazos, apoyó su cabeza en su pecho y se dejó dormir. El cuerpo de Serguei no respondió al abrazo, difícil que lo hiciera,
hacía horas que había dejado de respirar.
( APAGON)
fin
VERSIÓN 10 /09/ 2005
Contacto: sergioluisk@hotmail.com Autor: Sergio Kohan