Autor: Liliana Cappagli
Enfermera de la cruz roja, con gorro y delantal blanco, capa azul, cuyo rostro luce típica pose del índice tapando la boca, en inequívoca señal de silencio. Está enmarcada en gran bastidor, mirando al público; sonrisa leve y falsa como la Gioconda. Luego de unos instantes, profiere sonidos gutura-les y vanos intentos por destaparse la boca. Habla con dificultad, con los labios entrecerrados.
(Sugerencia del autor: que el personaje lo interprete un actor.)
ENFERMERA:
¿Quién habrá sido el infeliz que me puso en esta pose? Tengo el dedo contracturado, como si no perte-
neciera a mi cuerpo... “En boca cerrada no entran moscas”, alguien lo dijo, ¿pero quién? Un hombre,
seguro. Pero, ¿cual? No cualquier hombre hace callar a una mujer...
(Mostrando el índice al público, lo mueve sólo en sentido vertical, no lo puede doblar.)
Como verán, me lo pegó con Poxipol ese desgraciado, o con algo similar, que con los años se ablandó,
la sustancia digo, porque lo que es el dedo... ¡Ah, hijo de puta, cuando te encuentre! claro, hay que ver
si está vivo... ¡Espero que lo esté, para asegurarme que este dedo llegue a destino!
¿Habrá sido un médico? Y, es posible... un tordo grandote y serio, guardapolvo amarillento y duro de
almidón, botones cuadrados de nácar, impecable peinado para atrás como lenguetazo de vaca, jopo en-
gominado, y sonrisa Kolynos... ¡Juan Carlos Thorry: ”Doctor Cándido Pérez”, te juro!
¿Antiguo? ¿Y cuánto creen que hace que estoy aquí? Como cincuenta años colgada de una pared, ¿te pa-
rece poco? ¿Se habrá “divertido”conmigo? Y, seguramente. Total, “las profesionales de la salud”, esta-
mos para eso... Y también para callar, desde una estúpida fotografía, a los miles de ingenuos que vienen
con necesidad, con angustia, con fe, con ansias de curarse... Si habré visto desfilar colas interminables de
enfermos, reales e imaginarios, te juro, como esas viejas que no tienen nada mejor, que ser tocadas por las
sagradas manos de un experto galeno, ese dios de lavanda y formol, para saber que aun están vivas... ¿Me
seguís? (Mueve el dedo con naturalidad)
Bueno, ahora me siento mas libre, te juro. Claro que me sentiría mejor, si pudiera salir de aquí.
(Peleando con el marco que oscila sin caerse)
Claro, porque ellos revisan, desnudan, hacen tacto, y recetan, con la más hipócrita severidad... Y una,
mirando, una que no es de palo, tampoco... Una se enferma, sufre taquicardia, baja presión, tos con-
vulsa, eruptivas, flujo, contracturas, cóccix, pelvis, pubis, palvis, picazón, ardor, dolor, humedad, y
calor. Sobre todo, eso, ¡calor! (Se quita las horquillas que sujetan la cofia y se suelta el pelo)
Una vez me descompuse en la guardia de López, te juro. Ay, un churro bárbaro el Dr. López, perse-
guido por enfermeras, médicas y pacientes. ¡Todas, muertas con él, te juro! Tan formal y tan odioso,
justo con él me descompuse ¡Tipa de suerte yo! Sí, podría haber sido una suerte...
(Imitándolo) “¡Vamos, respire hondo, no, así, no! Así, bien. No deje de respirar... Tome el aire por la
nariz y lárguelo por nariz. La boca cerrada, ¡deje la boca cerrada! Bueno, ahora diga treinta y tres…
¿Pero como hablo con la boca cerrada?, pregunté como una boluda. ¡Dale, decí treinta y tres, mamita
que no tengo todo el día! ...Ya me tuteaba el doctor López… A ver, desabrochate un poquito más, va-
mos... ¿Me dejás a mí?”
(Se abre el guardapolvo, sus grandes senos encorsetados sobresalen por el aro del corpiño armado)
Se ve que estaba apurado, porque en ese momento, el que empezó a respirar fue él. ¡Y cómo respira-
ba, papito! Estaba sofocado, transpiraba, parecía que se estaba ahogando, te juro, largaba el aire por
la boca como un soplido, cada vez más fuerte, como una convulsión, parecía que se me iba a morir
encima, pero muerto y todo, decía: ¡No hagas ruido, no hagas ruido! ¡Qué manía por el silencio, pen-
sé! ¿De ahí vendrá lo del cuadro?
Ese fue mi debut como enfermera diplomada de la Cruz Roja. Desde entonces, ¡Siempre lista para to-
do servicio, y todo por el mismo precio: “Entretenerlo” en las guardias, mientras los pacientes tocan el
timbre hasta acalambrarse los dedos, drogarlos con pastillas, para que no jodan y lo dejen dormir en
paz; silenciarlos a cualquier precio! Y claro, vos también te callás. Por no perder el laburo, la chata y
el papagayo a cualquier hora, pero el ramo de rosas, los escarpines, y los regalos, nunca son para vos,
salvo alguna propinita para que Rodríguez Larreta ocupe una pieza solo, o que José María Tulito
duerma con Juanito Vargas...
¿Desvestirlos, para qué? Acostarlos, directamente... Y, falta de tiempo... ¡Salvo que tengan Obra so-
cial, y que no esté fundida! Y si no, los atienden parados. El estetoscopio en cualquier lado, en la
axila, una teta o en la oreja, total, el que manda es el reloj...
¿Pero saben qué? ¡Me voy, estoy harta de estar aquí! “El silencio es salud” ¿Dónde lo escuché?
¿Quién fue el imbécil que lo dijo? El ministro de Salud, seguro... ¿Quién otro tendría el poder para de-
cir semejante huevada, y colgarla de un cuadro? ¡Ay, cómo hubiera preferido el almanaque de una
gomería, antes que este marco, con esta cara de idiota! Sí, ya sé, la cara no está trucada; y los bigotes
son míos, también... Pero, bueno, Frida Khalo, también los tenía... y María Félix... Las mujeres con
vello somos más atractivas. ¡Más peludas, más hembras! Y dije hembras, no hombres...
Yo, por ejemplo, ¿no podría haber sido otra? Una mujer admirada, popular, Teresa de Calcuta, Juana
de Arco, Evita, abanderada de los humildes, Florence Naithinguel, Madame Curie. ¡Que sé yo! El doc-
tor Socolinsky, aunque sea... ¡No! Me tocó la del cuadro, la que pide silencio. La muda que contempla
a otros mudos, con cara de espía.
¡Bueno, basta de silencio! ¡El silencio es para los muertos, no para los que hay que salvar! Ya no me
importa que hablen. ¡Vamos, larguen todo lo que callaron durante tanto tiempo! La verdad, esto no es
lo que parece. ¡No esperen más! Es inútil. PAUSA. No, por ahora no puedo confesarles donde están,
pero si esperan ser atendidos, van muertos. No es una metáfora, lo digo en serio. Todos tenemos que
dejar de esperar. ¡Todos! Y vamos a gritarlo desde aquí, para que nos escuchen adentro...
¡Vamos, sean sinceros! Papa Noel no existe, muchachos, ¿qué nos queda por perder? ¡Tenemos que
dejar la Sala de espera! ¡Dejar la sala de espera! (GRITANDO CON LAS MANOS EN BOCINA)
¡Dejar la Sala de espera! ¡Dejar la Sala de espera! ¡Dejar la Sala de espera!
FIN
Contacto: lilycappagli@hotmail.com