miércoles, 16 de mayo de 2007

UNA BUENA AFEITADA

UNA BUENA AFEITADA

de Juan Sasiaín
a la memoria de mi padre, Juan José Sasiaín

teatro x la identidad 2002

ACTO ÚNICO

PADRE e HIJA juegan en el baño, predomina en la escena el color azul en contraste con el blanco de la pileta. HIJA pinta con crema la cara y los ojos de PADRE y sale corriendo. PADRE se lava la cara, se seca y mira a público.

PADRE:. Cuando me miro en este antiguo espejo de familia veo a mi viejo. Siento que él me mira desde el otro lado. Sonríe conmigo. Acaricia mi rostro. Las mismas manos. Los mismos ojos. Las mismas entradas. Pelo morocho, rebelde. El mismo olor. Perfume de familia.

HIJA lo espía, se ríe y se vuelve a esconder. PADRE sonríe.

PADRE: Cuando ella se mire yo voy a estar ahí. Sonriendo, acariciando su rostro. Las mismas manos. El mismo olor. Sus ojos y los míos abrazándose en este antiguo espejo de familia.

PADRE se pone crema de afeitar.

PADRE: El arte de la afeitada tiene sus secretos. Todos tienen secretos. Yo tengo los míos. Agua caliente primero, agua fría después. Me lo enseñó mi viejo. Tradición familiar.

HIJA entra con un bebé de juguete. PADRE le pone crema. HIJA juega con el muñeco sentada al lado de la pileta.

PADRE: Él afeitaba en casa, yo en mi local de la calle libertad. La sonrisa de mis clientes. El sol invadiendo por la vidriera. Nuestras charlas, largas, diversas, fraternales. Cuando quedaba a solas con la noche, aún se podía sentir el eco de sus risas y voces. Ya no más. Tenía pasta para el corte, para la parla y sobre todo para la oreja. Algunos venían demasiado seguido, sin un pelo que afeitar, sospecho que me tomarían como una terapia. Bla bla bla no paraban y yo feliz. Feliz con mi doble rol de barbero y consejero popular. Eso es lo que más extrañaba: sol, risas, charlas, confesiones, consejos. Cuando el diálogo se ponía interesante la afeitada se podía prolongar hasta la puesta del sol. Poseía la peculiar habilidad de coordinar el desenlace de una anécdota con el final de la afeitada. Gajes del oficio. Luz natural, nunca una lamparita. Como decía mi viejo: “La navaja nace y muere con el sol, trabaja desde el primer rayo hasta el último.”

PADRE le regala a HIJA una afeitadora de juguete. HIJA afeita al muñeco; PADRE se afeita.

PADRE: Desde que me ascendieron, lamenté que la belleza de mis cortes nunca más fueran bañados por la luz del sol. El Jefe estaba muy contento con mi trabajo. Me felicitaba por mi rapidez y eficiencia. Mi tarea era de vital importancia. Yo era el mejor. Soy el mejor. Tuve que aprender a trabajar con luz mala, casi a oscuras. La modernidad impone cambios. Yo soy un tipo moderno. La sociedad me exige serlo. El sol no hubiera aceptado el trabajo, yo no tuve opción. Todo era más acotado, utilitario, mecánico. Más correcto, profesional. Sin duda fué un ascenso en mi carrera. Por algo empezaba a cotizar el triple. Me convertí en una máquina, una maquinita de afeitar. Siempre era de noche. Se hacía lo que había que hacer y punto. Me tenían prohibido hablar. El rol de psicólogo estaba relegado a Ellos, después de la afeitada. A sus clientes no les gustaba charlar tanto como a los míos. Eso decían ellos. Si me hubieran dejado a mí o al sol. Pero no. Yo a lo mío. Ellos a lo suyo.
Los Pelados tenían la lengua trabada y ellos se encargaban de aflojarlas. Yo formaba parte fundamental dentro del engranaje. Me exigían una velocidad record. Me convertí en un profesional de la disciplina y el silencio. El trabajo se tornó aburrido, triste, solitario. La paga era extravagante. Un día me regalaron unas llaves. Todavía siento el peso del grito en mi mano. Todo planeado, nada librado al azar. No dejar ni un pelo, en ninguna parte del cuerpo, no hablar, no preguntar, no recordar, nada.

PADRE e HIJA se abrazan.

PADRE: Mi viejo estaría orgulloso. El barbero mejor pago del mundo. El mejor.

HIJA sale. PADRE sumerge su rostro en la pileta.

PADRE: Mi navaja no se toca, las herramientas del Barbero son sagradas. Nadie toca mi navaja, nunca. Nadie salvo ella. Ella sí. Yanina. Ella era la única. Fue única. Sentada en mi falda, desnuda. Sus pechos escondidos tras su pelo ondulado. Sus ojos en los míos, mi navaja en sus manos. Las yemas de sus dedos descubriendo mi cuello por un lado; el filo de la navaja, inquieto, examinando el terreno por otro. El amor y el peligro; la vida y la muerte danzando en mi cuello a escasos pasos. Sus labios de vida. Sus labios de muerte. Por qué? Teníamos un plan: traer una niña al mundo. Soñábamos con una nena preciosa, inquieta. Tengo que darte una noticia. Yo creía que hablábamos de cuna y se trataba de tumba. Cáncer. ¿Por qué?

PADRE acaricia el filo de una navaja larga antigua.

PADRE: Yani, todo va a salir bien amor. Con una navaja más afilada y perversa que la mía, le salvaron la vida y le robaron su esencia de mujer. La dejaron indefensa, estéril. Bañada en lágrimas soñaba que los gritos de dolor eran de parto; y que no moría una parte de ella, sino que nacía un retoño de nuestro amor. Conseguí una criatura del espanto. Mientras en el hospital, con el bisturí, los doctores le arrancaban el cáncer; en el oscuro una de mis clientas daba a luz la salvación de tanto dolor.

PADRE cierra la navaja lentamente.

PADRE: Con la misma navaja de siempre, yo era el encargado de cortar el cordón que caprichosamente insistía en unir a la criatura con su madre. Ella gritaba “no lo corten”. Para mi sorpresa, a cada súplica el cordón se tornaba más duro. Convertido en hierro por capricho de la naturaleza. Pero con mi navaja más filosa los separé.

Guarda la navaja en el vaso azul.

PADRE: Todos lloraban, la Pelada, mi mujer, el bebé, yo. Un único grito ligaba el oscuro con el hospital. Una hora más tarde mi mujer abrazaba la vida. La sangre de la extirpación se mezclaba con la sangre del parto. El bebé no dejaba de llorar, gritar, patalear. Por la noche ellas se desmayaron del cansancio y nosotros dormimos un merecido descanso. Yo en la cama, el bebé en mi pecho. Al amanecer estábamos solos. Yanina y la Pelada exactamente a la misma hora cerraron sus vientres y sus ojos; desangradas de tanto espanto. Nosotros permanecimos en silencio. Nacimos abrazados.

Entra HIJA y se abrazan; la sostiene a upa.

PADRE: Papá me llama y me emociono al escucharla. Me descubrí cómodo en el traje de Padre. Sueño con los gritos de Yanina, sus lágrimas y los brazos desnutridos de la Pelada pidiéndome por su hija. Sin comprender que lo mejor para ella fue crecer feliz a mi lado. Como si aún en el sueño no aceptara la oportunidad que le dí de tener una vida, una familia. Yo soy su familia. Yo soy su familia.

PADRE peina a HIJA.

PADRE: Otras noches se me aparece el Colo. Todavía con melena. Antes de que lo afeitara al ras, por primera y única vez. Me acuerdo de todo, sueño con toda la escena. La pesadilla me persigue cada noche. Mi beba creció y me doy cuenta que son iguales. A veces la miro y me asusto por el parecido con el Colo.

HIJA juega con la brocha y el agua. PADRE le pone crema en el pelo.

PADRE: Tenía un tambor en el pecho. Por miedo a que me descubrieran. El Colo estaba exhausto, recién lo habían hecho hablar. Y el pobre… no dijo nada… durante largo rato, y no dijo nada. Le mojé la frente con un paño. Tomé su cabeza como un Padre. Parecía... Lo afeité con cariño. Sus cabellos rojos caían al piso como hojas de marzo. Transformando al piso roñoso en un suave felpudo color sangre. Mientras le afeitaba por lo bajo, emergió su coraje y yo como sin querer lo acaricié suavemente con el dorso de mi mano. Como por instinto tomé la crema y lo embadurné con espuma de afeitar. Yo soñaba que era un niño jugando en la nieve y comencé a saborear su helado de vainilla. Mis pelos danzaban al viento, mi cuerpo liviano flotaba de placer y ensueño. Me temblaba el pulso, caían lágrimas de miedo y amor. Él suspiró de placer y esbozó una sonrisa que no cabía en su rostro derruido y tajeado. Se iluminó tanto que los moretones desaparecieron por un rato.

PADRE cubre la cabeza de HIJA con la toalla azul y la seca.

PADRE: Acerqué la navaja a su cuello, para congelar el instante y llevarme el secreto. Permanecí inmóvil, durante un cuarto de hora, sintiendo su respiración agitada. No me animaba a rozar rápidamente el filo contra su cuello. Pero estaba erecto de deseos de hacerlo. Cuando escuché las botas del jefe, tomé coraje del susto y en un movimiento fugaz y fatal nos bañamos en su cálida sangre. Se abrió la puerta y sentí una mirada clavada en mi nuca. Me obligó a cargar con el cuerpo ensangrentado hasta el camión de traslado. Lo ví alejarse con la sonrisa aún marcada en su rostro y su sangre tibia en mi cuerpo. Y el de él sin rumbo, sin paz, sin tierra.

PADRE acerca la maquinita de afeitar al rostro oculto de HIJA.

PADRE: Cada vez que me afeito, siento su respiración agitada, un suspiro de placer y su sonrisa irónica burlándose de la muerte. Shh. Callate, basta, no me mires. Te digo que te calles. Cada noche se aparece con su melena roja me sonríe y lo vuelvo a degollar inútilmente. No me mires, no lo soporto. No me gusta que me mire al afeitarme. Tengo miedo que vea al Colo del otro lado. Si tuviera valor destruiría este espejo deforme, memorioso, porfiado.

PADRE abre la maquinita saca la hoja de afeitar y la acerca al otro extremo del rostro de HIJA.

PADRE: Me falta el valor. Tengo miedo. ¿Cuando se mire en este antiguo espejo de familia, quien va a estar del otro lado?

PADRE se traga la hoja de afeitar. HIJA se asoma por debajo de la toalla lentamente y mira a los espectadores, sonríe.

FIN

Autor contacto: info@juansasiain.com.ar