Autor: Cristian Krämer
Buenos Aires 1914.
Es el día del homenaje a Cecilia Grierson, al cumplir las bodas de plata como médica. Luego de la ceremonia, se dirige al Hospital San Roque, actualmente Hospital Ramos Mejía.
Es el despacho del jefe de cirugía del Hospital San Roque. Él se encuentra abocado a la escritura con mucha concentración. Fue su primer jefe como médica. Su delantal es largo y le tapa casi todas las piernas. Tiene aproximadamente 70 años.
Golpean a la puerta y no contesta.
Se abre y aparece Cecilia Grierson con un ramo de flores, un diploma y un par de libros bajo el brazo.
Está vestida con elegancia austera.
Tiene 55 años. Es regordeta, de cabellos castaños y de ojos claros. Con una sonrisa leve, casi permanente en su gesto. De mirada segura.
CUADRO 1
Cecilia: ¿Puedo pasar?
Jefe:... (continúa escribiendo sin darse vuelta).
Cecilia: ¿Está muy ocupado?
Jefe: (pausa) A su homenaje, le pido disculpas, pero no tuve tiempo de ir.
Cecilia: Solo venía a darle las gracias.
Jefe: (se da vuelta en su silla, la mira, se sonríe y regresa a su tarea) Sí, estoy muy ocupado.
Cecilia: No es broma.
Jefe: Pero parece.
Cecilia: Sin usted, nada de esto hubiese sido posible.
Jefe: ¿Recibió su medalla?... La felicito. Ahora... , si no le molesta... (la invita a irse con un gesto).
Cecilia: No hablé, todavía.
Jefe: No me interesa saber.
Cecilia se sienta. Pasa un tiempo hasta que él lo advierte.
Jefe: Creo haberla invitado cortesmente, a que se vaya.
Cecilia: Ya no necesito su permiso para sentarme.
Jefe: Pero éste, sigue siendo mi despacho.
Cecilia: (Hace una mueca) No creo que por mucho tiempo más.
Jefe: ¡Qué petulante!. Ya consiguió lo que quería. ¿Qué le falta?
Cecilia: No es, lo que realmente quería.
Jefe: ¡Cásese de una vez, entonces!. Se le van a solucionar bastantes problemas.
Cecilia: ...
Jefe: (pausa larga) ¿Todavía no se fue? (se da vuelta a mirarla) ¿Y esos libros?, No me diga que me los trajo de regalo...
Cecilia: No, pero si los quiere...
Jefe: Muy amable, pero solo leo medicina
Cecilia: Sólo lee... cirugía.
Jefe: Eso, es medicina.
Cecilia: Una muy pequeña parte.
Jefe: (enojado) ¿Cómo se atreve?
Cecilia: En los años que estuve aquí, solo le faltó pegarme.
Jefe: Lo hubiese merecido, Grierson.
Cecilia: ¡Cómo son las cosas! Pensar que con el tiempo, usted tuvo que leer mis libros...
Jefe: (más calmo) Váyase. Ahora se lo estoy pidiendo por favor. (intenta volver a escribir).
Cecilia: (pequeña pausa) ¿Recibió mis cartas desde la Cruz Roja? Se las escribí personalmente.
Jefe: No.
Cecilia: ¿Está seguro?
Jefe: ¿Me trata de mentiroso?
Cecilia: No, pero como siempre fue un obsecado...
Jefe: Es lo mejor que le puede pasar a un cirujano.
Cecilia: Y a una sanitarista.
Jefe: Recoger cadáveres pestilentes en la vía pública, no es sanitarismo. Y en su caso particular..., es soberbia.
Cecilia: Es cierto. Sanitarismo es otra cosa. Educación popular, agua corriente, recorrer las escuelas en busca de...
Jefe: (interrumpiendo) Lo suyo fue siempre, solamente soberbia.
Cecilia: Le entendí correctamente. Y eso también se lo vengo a agradecer... entre otras cosas...: la soberbia.
Jefe: ¿Cuáles otras cosas?
Cecilia: Ser una mujer íntegra.
Jefe: (sonríe) Por favor... Si alguien la escuchara, pensaría que alguna vez... le propuse algo...
Cecilia: Ese, sigue siendo su único concepto de una mujer. Además de lo que pueda extirparle quirúgicamente.
Jefe: (Deja la pluma harto, y se da vuelta) A ver... Digamos las cosas como siempre fueron . Si la Constitución de este país, no le permite ejercer, yo no tengo la culpa.
Cecilia: La Constitución de este país, dice solamente, que las mujeres no somos personas jurídicas.
Jefe: Pero una cosa, va detrás de la otra.
Cecilia: Y a usted, eso le encanta...
Jefe: (se levanta y va hacia la puerta) La Constitución lo dice, y no yo, doctora. Esa es la puerta.
Cecilia: ¿Qué dijo?
Jefe: Que esa es la puerta.
Cecilia: Antes.
Jefe: Lo de la Constitución...
Cecilia: En el medio.
Jefe: ¿Me está tomando el pelo?
Cecilia: "Doctora", dijo.
Jefe: (piensa) Escuchó lo que quiso escuchar.
Cecilia: Lo dijo.
Jefe: (Duda. Luego se ríe) ¿De qué sirve una escuela para sordos, si su propia directora escucha mal?
Cecilia: No escuché mal. Me trató de doctora.
Jefe: Habrá sido un error... (pausa larga).
Cecilia: Las cartas que le envié, tiene que haberlas recibido.
Jefe: Ya le dije que no.
Cecilia: Sin embargo, el personal de enfermería a su cargo, actuó bajo reglamento.
Jefe: Grierson... Si a esta altura no sé cómo manejar la guardia del San Roque...
Cecilia: Pero fue en medio de una revolución...
Jefe: (con sorna) ¿Como si supiese, no?
Cecilia: Ordenadamente. Según las normas.
Jefe: Lo único que falta, es que venga a felicitarme, también.
Cecilia: No sería mala idea...
Jefe: (se ríe). Pasaron nueve años de la revolución, y viene ahora con felicitaciones. Algún motivo tendrá...
Cecilia: ¿Para qué?, ¿Cuál sería mi ganancia?
Jefe: No sé... En una de esas, ya se cansó de hacer política anarquista y pretende volver a este Servicio, ¡Dios me ampare!.
Cecilia: Eso es imposible.
Jefe: ¿Qué es imposible, que Dios me ampare de usted?
Cecilia: Dejar la política.
Jefe: (se levanta y se pasea) Pero... ¿en qué cabeza cabe?. ¿A dónde quiere llegar con todo eso?
Cecilia: A una meta.
Jefe: Hagámoslo más rápido, entonces. Déjeme los panfletos sobre la mesa y váyase de una buena vez.
Cecilia: (pausa) ¿Qué le molesta tanto?
Jefe: Que usted siempre se dedica, a cuestiones puramente masculinas.
Cecilia: ¿Quién defiende los derechos de una mujer, sino otra mujer?
Jefe: ¡El marido!
Cecilia: (se ríe) ¿Y en qué momento?
Jefe: Siempre. En todo momento.
Cecilia: ¿Entonces por qué no me defendió a mí como cirujana cuando correspondía?
Jefe: (pausa para pensar la respuesta) En primer lugar, usted no es mi esposa. Y en segundo lugar...
Cecilia: En segundo lugar, no le interesa defender a una mujer cirujana.
Jefe: ¡Correcto!. Es más. Una mujer no puede ser cirujana.
Cecilia: Pero yo lo soy.
Jefe: Usted cree que es, pero no lo es.
Cecilia: Deme dos buenas razones.
Jefe: Se las dí en su momento. Hace veinticinco años.
Cecilia: Ni siquiera me dirigía la palabra.
Jefe: (enfervorizado) Entonces se lo digo ahora. La medicina es una disciplina enteramente masculina. El paciente necesita ver una figura fuerte, segura, con decisiones claras. Un bisturí, más que una persona.
Cecilia: Le voy a traer algún niño sordomudo de los que atiendo, para ver cómo se las arregla.
Jefe: Eso no es medicina.
Cecilia: ¿Qué es, entonces?
Jefe: ... No sé... pero no es medicina.
Cecilia: Me debe... (enumera) dos buenas razones por las cuales una mujer no pueda ser cirujana, y decirme cómo se llama el tratamiento de un niño sordomudo.
Jefe: Hace tiempo que no rindo más exámenes.
Cecilia: Pero habla sin saber.
Jefe: (atónito) ¿Me trata de ignorante?
Cecilia: Grita, en lugar de razonar.
Jefe: Creo haber discutido esto antes, y a usted no le fue tan bien.
Cecilia: El día que me fui.
Jefe: "Esto es un dejá vu", si mal no recuerdo las clases de Ramos Mejía.
Cecilia: Pero hoy no me voy a ir como antes; envenenada con hormona masculina.
Jefe: ¿Y cómo piensa irse?, porque yo, la verdad, solo espero ese momento.
Cecilia: Con menos rencor.
Jefe: Esa no es su naturaleza.
Cecilia: El tiempo cambia a las personas, doctor. Bueno... a algunas.
Jefe: Pero... ¿No le bastó para saber cómo era la cosa, cuando le ponían un miembro masculino en el bolsillo del guardapolvo?
Cecilia: ¡Qué pobreza!... ¿Usted cree que se puede frenar la vocación con un pene yerto y trozado?.... Se necesita mucho más que eso... Más que un pene.
Jefe: (la mira fijo) Realmente Grierson... ¿A qué vino?
Cecilia: ¿Quiere saber la verdad?... Vine porque nunca me fui.
CUADRO 2
Quedan ofuscados. Se sientan frente a frente. Ella todavía está ataviada de calle, aunque las flores y los libros descansan sobre el escritorio. El ambiente comienza a ser más distendido.
Jefe: (confesando) Yo no soy de los que vuelven.
Cecilia: Nunca lo echaron.
Jefe: A usted, nadie la echó.
Cecilia: Bueno, tampoco le dí la oportunidad de hacerlo.
Jefe: (pausa larga) ¿Qué la hizo tan diferente?. Tiene un cierto plumaje de gallo, que molesta mucho.
Cecilia: Me ve como gallo, porque no conoce bien a las gallinas.
Jefe: Pero admítalo. Usted no es una mujer corriente...
Cecilia: (pausa larga) Si algo me marcó... creo que fue la muerte...
Jefe: ( Cambia su postura interesándose).
Cecilia: Mi padre primero, y luego... (pausa que la emociona) Ya casi no recuerdo su rostro. Amelia. Teníamos 19 años. (otra pausa) Inseparables.
Jefe: Comprendo...
Cecilia: ¿Comprende, qué?
Jefe: El dolor. Pero igual, no crea que entiendo su actitud.
Cecilia: Me decidió la impotencia... Y si Amelia hubiese sido arrollada por un caballo, yo ahora, sería matarife.
Jefe: Bueno, al final, se dió el gusto. Quiso estudiar medicina y la dejaron...
Cecilia: Quería EJERCER medicina, no solo estudiarla. Soy médica cirujana, por si lo olvidó.
Jefe: (tratando de ser conciliador) Pero... Siempre estuvo abocada a la docencia... ¿No le basta?. Viaja, escribe, enseña, es una mujer pública destacada...
Cecilia: (con gravedad) Usted... me cortó las manos.
Jefe: Y alguien le va a cortar la lengua.
Cecilia: Como ve... sigue habiendo gente dispuesta, a extirpar lo que no le gusta.
Jefe: Yo no merezco esos conceptos.
Cecilia: Lo lamento. (pausa) De todas formas, vine a agradecerle.
Jefe: Más allá de la ironía, sepa que me limité a marcarle lo que hubiera sido un gravísimo error.
Cecilia: Yo no alcancé a decidir nada, y usted ya me había cortado las manos.
Jefe: (ofuscado) Entiéndalo Grierson... Acá, nadie la quería.
Cecilia: Era por envidia.
Jefe: Y lo suyo por soberbia. No estaba apta para la cirugía.
Cecilia: Merecía, al menos, la oportunidad.
Jefe: Grierson... Le repito; en el Servicio, nadie la quería. Y envidia o no... ese era un hecho concreto.
CUADRO 3
Cecilia se para, se quita el saco. Recorre caminado lentamente la biblioteca del Jefe mientras él la mira.
Cecilia: Estuve en la sala. Está mejor.
Jefe: Sí. Los baños son mejores.
Cecilia: Lo digo por el personal de enfermería. Todas ex alumnas mías.
Jefe: No crea por eso que la extrañamos.
Cecilia: (encuentra un libro escrito por ella y lo saca de la biblioteca para mostrárselo) No se puede extrañar, a alguien que está presente.
Jefe: No es mío.
Cecilia: Claro... Se lo regalaron...
Jefe: Posiblemente. Son tantos...
Cecilia: (retorna el libro a su ubicación y continúa recorriendo la biblioteca) ¿Sigue operando?
Jefe: Menos. Hay que dejar a los jóvenes.
Cecilia: (se da vuelta a mirarlo) Yo tenía treinta años en esa época... ¿Era demasiado vieja?
Jefe: La mujer... envejece antes que el hombre.
Cecilia: El hombre... se muere antes...
Jefe: Tengo, no obstante... un recuerdo de usted en el quirófano. (pausa) Sus ojos claros entre el barbijo y la cofia, mirándome las manos.
Cecilia: Debe haber sido impactante, porque fue la única vez que me permitió entrar en su quirófano.
Jefe: Eso es rencor, no buena memoria.
Cecilia: Una mastectomía. (piensa) Siempre me intrigó saber, por qué me dejo entrar.
Jefe: Sencillo. La mujer estaba aterrada y me pidió que otra mujer, la acompañase.
Cecilia: Y al otro día... "Hoy no, Cecilia... y, ..." mañana tampoco, Cecilia". Cuanto más cerca del paciente, más lejos del quirófano. (pausa) Ese "Hoy no, Cecilia" todavía me retumba en la cabeza.
Jefe: Hay dolores inextirpables.
Cecilia: Lo admite, al menos.
Jefe: Que le quede claro. Nunca fue mi intención herirla. Me atuve a las reglas, y en un Hospital, son prusianas.
Cecilia: En éste Hospital.
Jefe: ¿Por qué no se quedó en el Rivadavia, entonces?.
Cecilia: Usted leyó la carta de recomendación.
Jefe: Con todo el respeto que me merece el doctor Ramos Mejía, pero a esa altura, él ya era diputado. Y la medicina, en una banca del Congreso... se va olvidando.
Cecilia: Yo le pedí que la escribiese... (pausa. Se conmueve recordando), porque quería operar con usted. (pausa para componerse). Pero, claro, usted no enseña a mujeres.
Jefe: No hay santos, Grierson. La política se sirve de usted y no usted de la política.
Cecilia: Se equivoca. Todo lo que acepto de ellos, es porque me sirve. Y de paso... no les veo la cara durante un tiempo.
Jefe: Y hoy... ¿qué quería ver en mi cara?
Cecilia: Necesitaba cerrar una historia. Eso es todo.
Jefe: Veinticinco años de odio.
Cecilia: Ya no. (pausa) No hubiese sido mejor cirujana que sanitarista, y es mejor resignar que frustrarse. Por eso hoy, insisto, le doy las gracias. (pausa larga)
Jefe: ¿Sigue escribiendo?
Cecilia: Sigo aprendiendo, que es la manera de poder escribir.
Lentamente va recogiendo sus cosas. El Jefe le ayuda colocarse el saco.
Cecilia: Lo mejor, es que nunca vamos a estar de acuerdo.
Jefe: (sonríe) No son para mí las causas perdidas.
Cecilia: (se da vuelta para mirarlo a los ojos) Yo lo vi a usted, a través de las ventanas del quirófano, sacar un tumor varias veces en la misma paciente. Aún cuando sabía que terminaba en la muerte.
Jefe: Soy obcecado, le repito.
Cecilia: Eso..., eso aprendí de usted.
Cecilia se dirige hacia la puerta.
Jefe: Grierson... (toma aire) Guardo bajo llave, todos los diarios que la mencionan.
Cecilia: ¿Para qué?
Jefe: Orgullo. (pausa) Esperé todos estos años, para decírselo.
Cecilia: (se miran en una pausa emocionada) Me olvidaba. (saca de la cartera un pequeño broche) En Europa, compré esto para usted.
Jefe: ¿Qué es?
Cecilia: Un Edelweiss. La flor alpina. Es blanca, solitaria, alejada, y crece en las alturas entre la nieve y el viento.
Jefe: (pausa larga. Toma el broche con agrado pero sin demostrarlo) ¿Quedaría mal en la solapa?
Cecilia: Sí... No sería varonil.
Jefe: Adiós Grierson.
Cecilia: ¿Nunca va a decirme doctora, no?
Jefe: (piensa) Yo sigo insistiendo en que usted... debería haberse casado.
No se dan la mano. Ella abre la puerta, lo mira por última vez y sale. Él mira el broche y lo aprieta en su mano.
APAGÓN.
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BREVE RESEÑA HISTÓRICA.
Cecilia Grierson nació en Entre Ríos en 1859, hija de padres escoceses y de buena condición económica.
La muerte del padre quebró a la familia, lo que la obligó a ayudar a su madre haciendo docencia rural a los 13 años. A los 19 años ya era maestra.
En Buenos Aires, la muerte de una muy allegada amiga (Amelia Köening), la decidió en el camino de las ciencias de la salud, sin descuidar su constante actitud docente. Luego de una carta arduamente defendida, fue aceptada en la Facultad de Medicina de la UBA, en 1882 a los 23 años. Mientras estudiaba el ciclo básico, fue docente de histología y a los 25 años, ya era practicante en la Asistencia Pública dirigida por José María Ramos Mejía. Sin ser médica, aún, tras la epidemia de fiebre amarilla y colera de 1885, fundó la primera Escuela de Enfermeras de Sudamérica, inspirada en los conceptos de Florence Nightingale.
En 1888 es aceptada como practicante de la guardia del Hospital Rivadavia y tras escribir la tesis "Histerovariectomía efectuadas en el Hospital de Mujeres desde 1883 a 1889", se recibe de médica y es admitida en el Hospital San Roque (hoy Ramos Mejía) como médica cirujana.
Fue así, la primera mujer médica del país y la segunda en sudamérica (la primera fue la peruana Margarita Praxedes Cárdenas).
En ese Hospital, se le presentan las máximas dificultades para ejercer la medicina y más aún la cirugía, arte de exclusividad varonil. Pretendió ser ginecóloga y obstetra (siempre en el cuidado de la mujer y sus enfermedades específicas), y también se postuló para ser jefa de sala de cirugía y obtener un cargo docente en la Facultad de Medicina.
El inútil esfuerzo por estos objetivos de única extracción masculina, la llevaron a retomar la docencia dirigida a la enfermería, las embarazadas, las mujeres en general, los niños con defectos de nacimiento y a ejercer una política activista en defensa de los derechos de la mujer.
Escribió no menos de siete libros dedicados a estas cuestiones, y fundó aproximadamente quince diferentes instituciones docentes y de defensa de los derechos de la mujer.
Viajó a Londres en 1899 como representante argentina y vicepresidenta del Congreso Internacional de Mujeres, y a París en 1900 enviada por el gobierno para estudiar métodos de aprendizaje en ciegos y sordomudos, y a clínicas de ginecología y obstetricia.
Ejerció la defensa de la educación femenina y de su legislación. Abordó el tema del abandono de los hijos y del voto femenino, desde el Partido Socialista Argentino y desde el Consejo Nacional de Mujeres del cual se separó posteriormente por la posición conservadora que este Consejo había adoptado frente a las diferencias referidas.
A los 55 años, se le brindó un homenaje al cumplir sus bodas de plata con la medicina (1914), pero las envidias y el encono frente a su actitud siempre activa en defensa de los derechos de la mujer, le valieron que al jubilarse a los 67 años, solo le reconocieran 22 años de trabajo como médica, los cuales no alcanzaban, jubilándose por fin, como maestra (45 años de docente), haciéndose de esta forma, acreedora de una flaca pensión graciable.
Se retiró a Los Cocos en la provincia de Córdoba, donde donó parte de su tierra para la construcción de una escuela y de una casa de retiro para artistas.
El 10 de abril de 1934, a los 75 años, estando en Buenos Aires, murió arrollada por un auto en condiciones sospechosas de atentado.
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