domingo, 13 de mayo de 2007

LO QUE SE DE LOS HOMBRES

Autor: Gerónimo Grillo

Oscuridad. Se escucha la música “Strangers in the night” cantada por Frank Sinatra y hay sonido de truenos lejanos. Sonido de un trueno fuerte. Silencio. Un foco ilumina el rostro de una mujer sentada en una silla con la cabeza baja. La mujer levanta la cabeza y mira hacia delante. Tiene un moretón en la cara, el cabello revuelto, los ojos surcados por profundas ojeras y uno de los brazos está enyesado y lo sostiene al nivel de la cintura con un gran pañuelo blanco anudado en la nuca. Lleva un vestido oscuro todo arrugado.

CRISTINA: Son los hombres que tienen la culpa de lo que pasó… Sí, son los únicos culpables, se lo puedo asegurar… Como que me llamo Cristina Villafañe que he sido denostada, estafada, abusada por ellos… Cristina… Cristina… Ese nombre me marcó a fuego toda mi vida, como un karma, como si fuera un destino escrito en las estrellas… Sí, sí, no se preocupe, le voy a contar todo en detalle, parte por parte, momento a momento…

La luz sobre el rostro de Cristina de apaga. Una iluminación opaca cae sobre la habitación. Se escucha fuerte el tic tac de un reloj. Cristina se levanta toma la silla y la coloca al costado de un sofá. Se dirige hacia un enorme baúl, lo abre y guarda el pañuelo y el yeso, y saca un maniquí masculino. Lo viste con un pantalón claro y una camisa oscura. Coloca el maniquí parado de espaldas adelante del sofá. Se dirige al baúl y saca un balde con agua, se moja el cabello y se limpia el rostro. Toma un impermeable y un paraguas del baúl, cesa el tic tac del reloj y se escucha un trueno. Moja el impermeable y el paraguas sumergiendo la mano en el balde y sacudiéndola sobre ambos, y guarda el balde en el baúl. Sonido de truenos lejanos. Se coloca el impermeable. Sonido de un trueno fuerte. Toma una vela y un bolso del baúl. Sonido de truenos lejanos. La luz decrece hasta apagarse.




MOMENTO 1

Oscuridad. Sonido de truenos lejanos. Sonido de un trueno fuerte. Una luz blanca de gran intensidad ilumina la escena por unos segundos. Se ve el contorno de una figura humana. Oscuridad. Entra Cristina vestida con un piloto. Lleva el cabello suelto un poco mojado y en una mano sostiene un paraguas y un bolso, y en la otra una vela encendida.

CRISTINA: ¡Qué noche de mierda!, y encima cortaron la luz. En este país las cosas son así, caen tres gotas locas y queda toda la ciudad en cortocircuito…

Se escucha un trueno fuerte y una luz blanca de gran intensidad ilumina la escena por unos segundos. Cristina grita y suelta la vela que se apaga. Oscuridad.

CRISTINA: ¡Ay! La vela ¿Dónde está la vela?, con el pánico que le tengo a la oscuridad… Dios mío, ayúdame a encontrarla. Ayúdame a encontrarla… Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre… Sí, sí, aquí está, aquí está. Gracias, gracias…

Se escucha un trueno de mediana intensidad y un flash rápido de luz enciende el lugar. En el fogonazo se ve a Cristina arrodillada en el piso abriendo el bolso y una figura borrosa de un hombre parado.

CRISTINA: El encendedor, ¿dónde puse el encendedor?…

Cristina llora.

CRISTINA: Hoy todo me salió mal… No entiendo, no entiendo porqué… Parece una confabulación siniestra en mi contra. Ya me lo había advertido el horóscopo esta mañana. No salga de su casa, decía bien clarito…

Se escucha objetos que caen al piso.

CRISTINA: Estoy segura que lo puse en la bolsa… Aquí, aquí está…

Se ve un chispazo rápido. Una llama débil ilumina el rostro de Cristina que sostiene en una mano el encendedor y en la otra la vela.

CRISTINA: Luz, luz…

Cristina prende la vela. Con una mano sostiene la vela y con la otra arroja dentro del bolso varios objetos que están desparramados en el piso. Se levanta despacio y alza la mano que sostiene la vela que ilumina un cuarto con un sillón de tres cuerpos un poco desvencijado, una silla y varias cajas. Camina hasta toparse con la figura. Es un maniquí vestido con un pantalón y una camisa. Cristina pega un grito.

CRISTINA: Me asustástes. ¿Qué hacés parado en medio de la oscuridad como un fantasma?

Cristina camina en torno del maniquí.

CRISTINA: Sí, como un fantasma, así como lo escuchaste. No sé que te debe extrañar, si es eso lo que sos. Un asqueroso y miserable fantasma…

Sonido de truenos lejanos.

CRISTINA: ¿Qué dijiste? (pausa) ¿Qué me escuchaste rezar el padrenuestro? ¿Y qué? (pausa) ¿Que siempre anduve pregonando que soy una atea? Sí, soy una atea, sabés, y el padrenuestro lo recé por costumbre, simple y llana costumbre. Pero vos no, el señor no tiene la más remota idea de lo que son las costumbres, las buenas costumbres (pausa) ¿Qué me querés decir? Que soy una insoportable… Cuando nos conocimos no era eso lo que pensabas, al contrario, todo era rosas y champagne, como en las mejores películas de Hollywood. ¡Qué idiota que fui! ¡Qué estúpida!, haberme creído todo lo que me decías… Es imperdonable, simplemente imperdonable…

Cristina camina hasta el sillón, se sienta, deja el bolso y coloca la vela en el piso.

CRISTINA: No quiero discutir hoy, estoy muerta, reventada, hecha pedazos (pausa) ¿Qué exagero? ¿Yo? ¿Cristina Villafañe exagera?... Pero es lo último que me faltaba escuchar después de haberme deslomado todo el día en el trabajo, haciendo de sirvienta para esos imbéciles que se la dan de ejecutivos. Y sabés una cosa, de ejecutivos sólo tienen el nombre porque son pura basura. Alimañas que se alimentan con las sobras de los otros…

Se escucha un trueno.

CRISTINA: ¿Qué dijiste? ¿O la humedad te impide abrir esa bocaza que tenés? (pausa) Sí, estoy nerviosa (pausa) ¿Cómo?... Sí, las tomé… Y dos juntas para tu información como me recomendó el psiquiatra…

Cristina se levanta de un salto.

CRISTINA: Pero sos una porquería, decirme que debería tomarme el frasco…

Cristina se pone al costado del maniquí.

CRISTINA: Me querés matar, ¿no es cierto?... Hacerme desaparecer sin dejar ni un rastro… ¡Querés matarme! ¡Es eso lo que querés! ¡Vamos! ¡Decilo! ¡Atrevete si sos hombre!...

Cristina cae hacia atrás golpeándose en el piso.

CRISTINA: ¡Rafael! Me empujaste…

Cristina llora.

CRISTINA: Esto es el remate final a tu obra siniestra… Pero yo me lo busqué… Yo me lo busqué… Porque todo el mundo me avisó.

Cristina gira el cuerpo y queda con las rodillas y las manos apoyadas en el piso.

CRISTINA: Y aquí me ves, Rafael, con cuarenta y tres años y estupidizada por tu presencia… ¿Cuánto tiempo estuvimos juntos? Que me vas a contestar si a duras penas te acordaste del último aniversario ¡Tres, Rafael! Tres años estuvimos juntos. Prácticamente toda una vida, no te das cuenta…

Cristina se levanta lentamente.

CRISTINA: ¿Que tres años son un suspiro? Pero para mi no lo fue. Para mí fue un bostezo, ¿sabés? Un terrible e interminable bostezo (pausa) Está bien, Rafael, está bien. La frialdad de tus palabras me aterra… Pero yo lo único que hice fue quererte, darte todos los gustos, mimarte como decías que lo hacía tu mamá…

Se ilumina la habitación de amarillo.

CRISTINA: Volvió la luz. Por fin terminó el corte, Rafael. Terminó… Volvimos a la normalidad…

Se escucha un trueno fuerte y la luz titila.

CRISTINA: ¿No se irá a cortar de nuevo?... Pero qué país de mierda. Si no falta la luz falta el gas, si no falta el gas falta (pausa) ¿Cómo?...

La luz titila con más fuerza.

CRISTINA: Se va a cortar de nuevo, lo presiento. Y no soporto sentirme como en los tiempos de la colonia, iluminada por una miserable vela… ¡La vela!...

Cristina camina hasta dónde está la vela en el piso y la apaga.

CRISTINA: ¿Qué? (pausa) Te podés dejar de rumiar como una vaca y me decís claramente palabra por palabra lo que estás mascullando (pausa) Te escuché Rafael, te escuché. Quiero ver si sos capaz de largarme en la cara todo lo que pensás, todo lo que sentís…

Cristina camina hasta colocarse enfrente del maniquí.

CRISTINA: Mirame en los ojos, Rafael. Acá, acá adentro, en los ojos…

Cristina pone la mano en el mentón del maniquí.

CRISTINA: No, no bajes la mirada. Quiero ver esos ojos azules mientras escucho tu letanía de quejas…

Hay unas cajas de cartón en el piso. Cristina las mira por encima del hombro del maniquí y se acerca a ellas.

CRISTINA: ¿Y esto qué es? ¿Qué significan estas cajas en la sala, Rafael? (pausa) ¿Cómo? (pausa) ¿Para guardar tus cosas? ¿Qué cosas? (pausa) Hablá, Rafael, decí algo. No te quedes parado como una estatua…

Cristina se acerca al sofá tambaleando y se sienta.

CRISTINA: Vení… Sentate a mí lado y charlemos como dos personas adultas (pausa) ¿Qué yo no soy una persona adulta? (pausa) ¿Qué reacciono como una adolescente?…

Cristina se levanta.

CRISTINA: ¿Yo, una adolescente? No te lo voy a permitir… El nene de mamita me dice adolescente. El nene, el nenito. ¿Cómo está el churrasquito? ¿Cuando lo corta está coloradito? Pero que asquito. Mi mamita me lo hace bien cocidito. Mi mamita prepara la mejor torta de ricotita. Y ni te cuento de los caneloncitos. Mi mamita amasa la pasta con sus propias manitos y el rellenito lo hace con verdurita. ¡Me tenés podrida, Rafael! ¡Vos y tu vieja me tienen podrida!... Ay Cristina que duras están las milanesas, no te enseñó nadie a elegir la carne en el supermercado… Ay Cristina que arrugada está la camisa del nene, seguro que no usas la plancha a vapor… Ay Cristina el departamento está lleno del polvo y el nene le tiene alergia a los ácaros. ¿Sabés lo que voy a hacer, Rafael? Voy a meterle a tu vieja un ácaro, ¿sabés dónde?, ahí, bien adentro, para ver si le paraliza la lengua… Yo sé que ella complota en mi contra. Lo sé, lo sé muy bien, ¿sabés? Porque me odia. Me odia desde el primer instante que me vio… ¿Qué dijiste?...

Cristina camina de un lado hacia el otro.

CRISTINA: ¿Qué exagero? Oh, no, no digas eso, Rafael, porque sabés muy bien que digo la verdad. Lisa y llana verdad. Y te digo más, ella complota con tu ex… ¡No, no, no pronuncies su nombre! ¡Te prohíbo que lo pronuncies en mi presencia! (pausa) ¡No lo puedo creer, no parás de refregármelo!... Cómo me gustaría eliminar su letra del abecedario… En qué habíamos quedado, Rafael. Que el nombre de tu ex mujer estaba sepultado, muerto, caput. Pero no, el señor lo hace resucitar en medio de una noche de tormenta, igual que un vampiro para chuparme la sangre…

Cristina se sienta en el sillón y se toma la cabeza con las manos.

CRISTINA: No, no, no me digas más nada, si sabés muy bien que ellas me persiguen… Ella y tu madre. Las dos. Porque tu vieja no se resigna. No, no. Si me lo dijo bien clarito un día ¿Querés que te diga Rafael lo que me dijo? ¿Querés o no querés? “Vos nunca vas a reemplazar a Leticia”… Así como lo escuchaste. Fue un tiro al corazón… Pero me lo calle… No te dije ni una sola palabra. Ni un chistido ¿Para qué? Si sabía que llevaba las de perder. Estaba envuelta en una guerra desigual, sin cuartel. Pero yo olía… Yo presentía el sabor de la derrota como Bonaparte en la batalla de Waterloo

Cristina se acerca al maniquí.

CRISTINA: ¿Qué? ¿Qué decís? (pausa) Que siempre ando usando mis frases rimbombantes. Sí, señor, me gusta usarlas y si las uso es porque estudié, Rafael. Me quemé las pupilas leyendo, instruyéndome, no como algunos que a duras penas terminan el secundario.

Cristina se acerca a las cajas de cartón y toma una. Se la muestra al maniquí.

CRISTINA: ¿Te vuelvo a preguntar, Rafael? (pausa) ¿Qué significan estas cajas? ¿Qué significan? Mirame cuando te hablo, no me des vuelta la cara. ¿Para qué son las cajas? ¿Para qué?

Cristina grita, suelta la caja de cartón, corre hacia el sofá, se desploma y solloza.

CRISTINA: No, no, Rafael. No puedo creer lo que estoy escuchando. Esto no me está pasando a mí. Es un engaño de mi imaginación. Es una pesadilla. No, Rafael…

Cristina se levanta del sofá de un salto, camina arrodillada hasta donde está el maniquí y se aferra a la pierna. El maniquí se tambalea.

CRISTINA: No. No te voy a soltar, Rafael. ¿Por qué? Dame una explicación (pausa) ¿Que ya me las diste pero no quise escucharla? ¿Cuándo? ¿Cuándo, Rafael? Yo no estoy sorda y entiendo claramente si alguien me da un toque, da una señal… Pero aquí no hubo toque, no hubo señal, no hubo nada. Es como el hundimiento del Titanic. Todos estaban bailando en la cubierta y de repente fueron sepultados bajo las aguas. (pausa) ¿Qué me decís? ¿Que soy igual al vigía que no vio el témpano y cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde? De qué carajo me estás hablando, Rafael. Qué tiene que ver el témpano con todo este asunto. Decime que te hice. ¡Decímelo! ¿Dije alguna cosa que te haya lastimado? Yo soy conciente que algunas veces me voy de lengua, pero vos sabés muy bien que cuando me voy de lengua es porque tengo razón. Rafael te puedo jurar una cosa y que un rayo me parta en este mismo instante si no es así. Te lo juro por los huesos de mi madre enterrada en la Chacarita, que nunca hice o dije algo con mala intención, te lo juro (Cristina cruza sus dedos índices sobre los labios) ¿Qué si lo hice? ¿Qué te traté de pusilánime, vago y cobarde? Pero lo dije por tu bien, Rafael, por tu bien. Para hacerte reaccionar. Para que entendieras que las cosas en la vida no nos caen llovidas del cielo, sino que hay que buscarlas, hay que luchar, pisotear, abrirse paso a los codazos hasta llegar al objetivo (pausa) ¿Qué vos no tenés un objetivo? ¿Cómo que no tenés un objetivo? Todo el mundo tiene un objetivo (pausa) ¿Qué tu objetivo es vivir? Pero es lo que te estoy diciendo Rafael, y no querés entenderlo, porque vivir es eso. Es deslomarse como yo lo hago todos los días para construir algo (pausa) ¿Qué así no se construye sino que se destruye?

Cristina llora.

CRISTINA: No te entiendo, Rafael, no te entiendo… Algo pasó en el medio del camino que te hizo cambiar. ¿No es cierto? (pausa) ¿El témpano? No me vengas con esa pelotudes de nuevo o te pensás que soy una boluda. Seguro que te estás viendo con tu ex, en complicidad con la bruja de tu madre. (pausa) No, no, no, Rafael, te juro que no voy a decir más nada. Pero te pido una cosa: no me dejes. Te prometo que voy a cambiar.

Cristina está arrodillada, junta las manos y las levanta.

CRISTINA: ¿Qué decís? (pausa) Que casi no tenemos sexo. Pero eso no es importante en una relación de pareja, Rafael. Hasta vos mismo me lo explicaste. Dijiste que el compañerismo se antepone a todo. Siempre fuimos compañeros. Siempre nos reímos juntos (pausa) ¿Qué? ¿Qué ahora cambiaste de opinión? ¿Que si no hay sexo en una relación, la relación está muerta? ¡Qué querés insinuar, Rafael! No me dejes... Te lo suplico. Voy a hacer todo lo que vos me pidas. Te juro que no voy a protestar más. Te voy a llevar el desayuno a la cama… Te voy a cocinar tu comida preferida (pausa) ¿Qué decís? Que me estoy rebajando. ¡No me importa, sabés, no me importa! Soy capaz de arrastrarme por el piso con tal de no perderte.

Cristina llora.

CRISTINA: Tengo cuarenta y tres años, Rafael. Cuarenta y tres ¿Sabés lo que eso significa?

Oscuridad.











































MOMENTO 2

La habitación se ilumina con una luz opaca. Se escucha el tic tac de un reloj. Cristina toma las cajas de cartón y las coloca detrás del baúl. En el baúl guarda el paraguas y el bolso y extrae un saco y una corbata. Se acerca al maniquí y le coloca el saco y la corbata. Toma el maniquí y lo arrastra hasta el sofá. Lo sienta en uno de los extremos. Cesa el sonido del tic tac del reloj. Se escucha la música “strangers in the night” cantada por Frank Sinatra”. Se acerca al baúl, se desviste, saca un vestido corto y escotado y se lo coloca. Se peina el cabello con un cepillo y lo recoge a lo alto, se pone sombra verde en los párpados y se pinta los labios de rojo. Del baúl extrae un maletín que coloca al costado del sofá del lado del maniquí. Camina hasta el baúl y saca dos vasos, uno vació que pone en la mano del maniquí y el otro lleno con un líquido verdoso, que ella sostiene en la mano. Se sienta en el otro extremo del sofá. La iluminación toma más intensidad. Cristina bebe del vaso y suelta una carcajada.

CRISTINA: Ay, Alejandro, qué ocurrente. Si estoy sola es por propia elección. Para qué forzar situaciones… Cuando no da, no da. Esa es mi filosofía de vida. Si del otro lado me dicen que no, acepto la decisión con calma, con tranquilidad, hasta diría con indiferencia. Ni se me mueve un pelo (pausa) ¿Qué eso demuestra que soy una persona insensible? No, no, para nada. Yo diría que la palabra no es insensible. Sino que es… Es… Ser realista. Eso mismo, soy una persona realista. Las cosas son como son y punto. Lisa y llanamente, punto. ¿Te gusta la música que puse? La canta Frank Sinatra. ¿Conocés la letra? (pausa) Ah, que no sabés ingles. Yo sí y habla sobre extraños en la noche que intercambian miradas y se preguntan cuales son las posibilidades de compartir el amor.

Cristina se levanta y baila frente al maniquí.

CRISTINA: “Tu mirada era tan atractiva, tu sonrisa era tan excitante, algo en mi corazón me decía que debía tenerte”

Cristina se sienta.

CRISTINA: ¿No te parece hermoso? (pausa) ¿Cómo Alejandro? Ah, que la letra es una cursilería y Frank Sianatra es insoportable… Ay, disculpame, pensé que te gustaría. Si te molesta la saco. (pausa) No es necesario, que la podés soportar. Está bien, entonces la dejo. Por lo menos te habrá gustado el trago que preparé. Se llama “Amanecer Moscovita”. Lleva dos medidas de vodka, una medida de licor de menta y otra de curacao rojo, se le agrega hielo, se bate en la coctelera y listo para tomar.

Cristina bebe del vaso y suelta un suspiro.

CRISTINA: Pero que descuidada soy, Alejandro: estás con la copa vacía. ¿No querés otra? (pausa) Ah, que ya te tomaste tres… Ni me di cuenta. Se nota que te gustó. Además el licor de menta es muy digestivo y te digo más, lo preparo yo misma, con estas manitos que ves aquí (pausa) ¿Qué uso? Eh… A ver si me acuerdo, porque con tres amaneceres moscovitas en la cabeza mis neuronas trabajan a un ritmo más lento (pausa) Por supuesto que lleva menta (Cristina suelta una carcajada) Treinta hojas para ser exacta. Treinta. Ni una más, ni una menos… Ay Rafael, ni quiero imaginar lo que estarás pensando de mí con todo este alcohol que tengo en la cabeza (pausa) ¿Qué te llamé cómo? ¿Rafael? (Cristina se ríe) Pero por supuesto que sé que te llamás Alejandro. ¡Alejandro! Fue un lapsus. Un lapsus. Un lapsus. No pasó nada. Un tiro al aire. Un escape fortuito (pausa) ¿Qué no hay escapes fortuitos? Sí que los hay y éste fue uno (pausa) ¿Qué quién es Rafael? No quiero hablar sobre el tema Alejandro, y estábamos en cómo se hace el licor de menta… Un litro de alcohol, un kilo de azúcar, agua…

Cristina se levanta del sofá tambaleando.

CRISTINA: ¡Pero que insistente que sos! Y dale con el escape fortuito… Alejandro, si te invité a mi departamento fue para pasar un rato agradable y no para que me estés taladrando la cabeza con tus preguntas inquisidoras. No importa quién fue Rafael ¿Para qué saberlo? Fue alguien que simplemente se deslizó por mi existencia. Una pavada. Estupideces que se cometen sin darse cuenta. Paranoicos que una engancha dando vueltas por ahí y que se aprovechan de mujeres solas y desprotegidas (pausa) ¿Qué me estoy poniendo nerviosa? (Cristina suelta una carcajada) Pero que absurdo… Nunca, nunca he estado más calma y relajada que ahora…

Cristina se sienta al lado del maniquí.

CRISTINA: Pero hablemos de vos, ya te conté demasiadas cosas de mí (pausa) ¿Qué que me atrajo cuando nos vimos en el bar?... No sé… Ese look ejecutivo, así imponente, el traje, la corbata… Los ojos celestes… El cabello castaño… La boca remarcada… El bronceado de la piel… ¿Tomás sol en tu pileta? (pausa) Ah, es de cama solar… La mía está blanca viste. Tengo una piel muy sensible, y en realidad nunca me gustó demasiado tomar sol (pausa) ¿Qué decís? Que el bronceado da un aspecto saludable en lugar de enfermizo… Sí puede ser…

Cristina se acerca más al maniquí.

CRISTINA: Pero con todo este asunto de la capa de ozono trato de cuidar mi piel al máximo. Para evitar las arrugas (pausa) ¿Qué que edad tengo..? Ay Alejandro, me parece una pregunta indiscreta. (pausa) Que no hay preguntas indiscretas… Pero preguntarle la edad a una mujer no creo que sea lo más conveniente (pausa) Que esas son cosas antiguas y que la gente cuando es inteligente debería haberlas superado… Yo te juro Alejandro que soy inteligente pero… No sé (pausa) Que es una forma de mostrar honestidad… Qué sé yo, puede ser… Mirá, como una excepción te voy a decir que estoy entre los treinta y los cuarenta (pausa) ¿Si de la mitad para arriba o de la mitad para abajo? A ver, ¿qué edad me das? (pausa) Ah que no sos muy bueno calculando edades… Está bien. Te voy a dar una pequeña pista. Tengo la edad de Cristo (pausa) Que sos ateo y que nunca te interesó Cristo… Pero Alejandro todo el mundo sabe que la edad de Cristo es cuando fue crucificado, muerto y sepultado (pausa) Que esa historia es como el cuento de caperucita roja y el lobo… (Cristina bebe un sorbo del vaso) Alejandro, ya tenemos un punto en común, yo también soy atea pero eso no significa que no sepa a que edad murió Cristo. Está gravado en el imaginario colectivo… Lo sabe todo el mundo… Lo saben los musulmanes, lo saben los judíos, lo saben los budistas. (pausa) ¿Qué me estoy poniendo nerviosa de nuevo? Pero Alejandro no entiendo como alguien no sabe la edad de Cristo si hasta la dicen en la quinela. (pausa) Ah, no sos afecto al juego… Perdón, perdón, perdón… Probablemente estoy asumiendo cosas que no debería asumir… Treinta y tres… Tre-in-ta-y-tres… Esa es la edad en que Cristo fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó entre los muertos (silencio) ¡Sí, estudié en un colegio de monjas!, y no pongas esa cara de asombro… La Divina Providencia. El colegio se llamaba La Divina Providencia (pausa) ¿Que porqué si estudié en un colegio de monjas ahora soy atea? Ay Rafael, no me vengas con esas preguntas complejas (pausa) ¿Qué te llamé Rafael de nuevo? No, no. Te juro que no dije Rafael… Te habrá parecido (pausa) ¿Qué lo escuchaste muy bien? Ay Alejandro, es que me estás confundiendo con toda esta cosa de la edad de Cristo y el colegio de monjas (pausa) ¿Cómo? Que fui yo la que empezó con la edad de Cristo. Sí, sí, sí, sí, me vas a enloquecer. Alejandro, si te invité a mi departamento fue para pasar un rato divertido, charlar, conocernos (pausa) Que nos estamos conociendo… Es cierto. Pero no exactamente en la forma que a mí me gustaría. (Cristina pone una mano en la pierna del maniquí) Y vos, ¿qué edad tenés?… Ah, la de Cristo menos tres. Es decir treinta años. Tenés treinta años. (pausa) ¡Por supuesto que sé restar, Alejandro! Lo que pasa es que te hacía un poco mayor. No sé, debe ser por el traje, la corbata, te da… Te da un aspecto… imponente… Eso mismo: imponente. ¡Imponente, Alejandro! ¡No dije impotente! ¡Dije imponente! (pausa) ¿Qué estoy gritando de nuevo y qué lo que dijiste era un chiste? Ay, perdón, perdón, perdón, perdón. No capté la esencia. La esencia del chiste. (pausa) ¿Qué tampoco vos me dabas treinta y tres? Ah, claro (pausa, Cristina bebe del vaso) ¿No me dabas para arriba o no me dabas para abajo? (pausa) Es un secreto que te vas a guardar. Está bien. Está bien. Si no querés decírmelo porque me dabas para arriba, lo acepto. Lo acepto. Lo acepto como un gesto de caballero. Para no ofenderme, pero te puedo asegurar, por los huesos de mi madre que está enterrada en la Chacarita, que nunca he mentido mi edad (pausa) ¿Que es un sacrilegio jurar sobre los huesos de un cadáver? Qué sacrilegio ni qué sacrilegio. Y menos sobre éste cadáver (pausa) ¿Si no quería a mi madre? Exactamente. La odiaba. La odiaba con todas mis fuerzas. Y agradecí y bendije al chofer que le pasó por encima con el camión y el acoplado ¡Qué felicidad! ¡Qué gozo! ¡Qué liberación! (pausa) ¿Qué notás resentimiento en mi voz? Para nada. Para nada. Me pueden tildar de cualquier cosa, menos de resentida… Como te dije hace un rato, soy una mujer realista. Bien parada sobre mis dos piernas (pausa) Qué además de realista soy arriesgada. ¿Por qué arriesgada? (pausa) Ah, por traer un hombre al departamento sin conocerlo. Pero Alejandro, ya tu aspecto me indica que sos una persona pulcra, educada, de modales refinados… Nos conocimos hoy en un bar. ¿Y qué? Te vi, me gustaste, te invité y eso es todo. Además tengo un sexto sentido para conocer a las personas aún sin haberlas tratado, y te puedo asegurar que mi olfato nunca me falla (pausa) ¿Qué a veces podemos estar resfriados? Ay, Alejandro que ocurrencia (pausa) ¿Qué hay muchos psicópatas dando vuelta por las calles? Pero si todos estamos psicopateados, Alejandro… Con todas las cosas que pasan, quién más quién menos, en este país a alguien siempre le falta un tornillo (pausa) ¿Qué a vos te faltan varios? Ah (pausa) Me imagino que será otro de tus chistes. (pausa) Ajá, no es. (pausa) Que tenés trastornos de ansiedad con palpitaciones, dificultad para tragar y sensación de vértigo seguido por dolor en el pecho e hipertensión arterial… Ay, mi Dios, todo eso y a tu edad. (pausa) ¿Qué? Te la pasás tomando alplax, valium, lexotanil, tranquinal, trapax y prozac. (pausa) Y para la hipertensión lotrial, amloc, atenolol y co-renitec… ¡Pero es una barbaridad, Alejandro! Con toda esa medicación en tu cuerpo y te bebiste tres amaneceres moscovitas… Vodka y licor de menta (pausa) Que ya estás acostumbrado y que la medicación la vas intercalando, un día una y otro día… ¿Y cómo te sentís? (pausa) Sí, ahora, ahora. ¿Cómo te sentís? (pausa) Mejor que nunca… ¿Estás seguro, Alejandro? Mirá que ese cóctel de drogas mezclado con alcohol puede llegar a ser una mezcla explosiva y…

Cristina suelta la copa hacia un costado. La copa se estrella en el piso.

CRISTINA: Alejandro, me tiraste el vaso. (pausa) Qué no soportás que te contradigan. Pero lo único que dije fue lo que escuché por televisión: no se debe mezclar. (pausa) Está bien, está bien, no me grites. No voy a decir más nada. (pausa) ¿Qué te acaricie qué? Pero vos estás loco. Pedírmelo así, en frío, sin ningún tipo de precalentamiento…

Cristina estira la mano hacia la entrepierna del maniquí.

CRISTINA: Soltame la mano, Alejandro, soltámela…

Cristina se incorpora y cae sentada en el sofá con la mano colocada en la entrepierna del maniquí.

CRISTINA: Creo que es mejor que demos por terminada la velada. Te pido que te retires de mi departamento…

Cristina se aplasta contra el maniquí.

CRISTINA: Que recién la noche está empezando… Alejandro, creo que aquí hubo una equivocación. (pausa) ¡No me llames prostituta! ¡No te lo voy a permitir!…

Cristina es empujada a besar el maniquí en la boca.

CRISTINA: No, no Alejandro, no es lo que vos pensás. (pausa) ¡Y no soy tu putita!…

Cristina lucha con el maniquí.

CRISTINA: Dejame, Alejandro, dejame. Te juro que grito y voy a despertar a todo el edificio. (pausa) Que te calienta más que grite. Sos un baboso, un repugnante, una basura. Te mentí, Alejandro, te mentí. Tengo cuarenta y tres años. Cuarenta y tres. Estás besando a una vieja, me entendiste. A una vieja (pausa) Que te gustan las jovatas. Nooooo… Soltame, Alejandro, soltame.

Oscuridad.








MOMENTO 3

La habitación se ilumina con una luz opaca. Se escucha el tic tac de un reloj. Cristina toma el vaso de la mano del maniquí y coloca ambos dentro del baúl. Extrae un chaleco de lana y un pañuelo de cuello, se acerca al maniquí, le saca la corbata y el saco y le coloca el pañuelo en el cuello acomodándoselo debajo de la camisa y el chaleco de lana. Empuja un sillón hasta acomodarlo al costado del sofá, toma el maniquí y lo sienta en el sofá con las piernas cruzadas. Camina hasta el baúl y extrae una manta bordada y una libreta y un lápiz. La manta la acomoda sobre el sillón y la libreta y el lápiz los coloca en las manos del maniquí. Retorna al baúl, se lava la cara y se saca el maquillaje. Se seca el rostro, se dibuja profundas ojeras, se revuelve el cabello con las manos y se pinta un moretón en una de las mejillas. Se saca el vestido y se coloca uno negro arrugado, el yeso en el brazo y el pañuelo blanco atado en la nuca. Silencio. Luz intensa. Entra Cristina y camina lentamente hasta el borde del sofá.

CRISTINA: Buenas tardes, doctor (pausa) Gracias… No, no puedo recostarme, así que tomaré la sesión sentada.

Cristina se sienta en el borde del sofá, ayudándose con la mano que está libre. Suspira.

CRISTINA: Que es mejor que me recueste porque durante diez años tomé mis sesiones de análisis recostada… Pero le he dicho que no puedo, doctor Neuman, tengo moretones por todo el cuerpo y apenas consigo sentarme (pausa) Que si me mentalizo voy a conseguirlo. No sé, doctor, no sé (pausa) Que respire hondo tres veces y me vaya recostando lentamente.

Cristina respira hondo tres veces y recuesta parte de la espalda en el sofá. Gime.

CRISTINA: Doctor, duele, duele mucho. (pausa) Que me debo concentrar más. Trato, trato de hacerlo, doctor.

Cristina se recuesta un poco más. Suelta un grito agudo y se incorpora despacio.

CRISTINA: ¡No! ¡No puedo! ¡No puedo!

Cristina llora.

CRISTINA: Usted no sabe lo que me ha pasado en la última semana, doctor. No tiene la más remota idea (pausa) ¿Que se lo imagina? ¡Qué se lo va a imaginar! Fui abandonada por mi pareja y violada por un psicópata. ¡Ve! Ve el estado calamitoso en que me encuentro (pausa) ¿Que si tomé las pastillas? Las tomé, por supuesto que las tomé. Y en dosis doble pero no consiguieron sacarme el temblequeo del cuerpo. ¿Qué me llevó a esto, doctor? ¿Qué me llevó? Si hasta yo misma no entiendo. Es como si me hubiesen echado una maldición, una envidia, un mal de ojo (pausa) ¿Qué no hay que creer en esas cosas? Oh sí, yo creo, creo, porque es la única explicación posible para tantas desgracias. Debe haber sido esa mal parida de Elena. Se le iban los ojos cuando me veía aparecer con Rafael. Me lo devoraba con la vista pedacito a pedacito cuando venía a casa. Falsa, siempre fue una falsa, con esa sonrisa melosa y esos ojos de vaquillona camino al matadero. Y cuando Rafael me dejó, sabe lo que hizo la muy desgraciada. Apareció en mi departamento con un ramo de flores, como si fuese una gran celebración. Y me decía: “te traje estas flores para que te reconforten, Cristinita”. Rosas rojas me trajo la muy bruja… ¿Sabe lo que significan las rosas rojas? ¿Lo sabe, doctor? Maldición, mala fortuna, embrujo. Me lo dijo mi amiga Susana que frecuenta una secta umbandista (pausa) ¿Qué una mujer racional como yo no debería creer en esas cosas? Pero desde cuando doctor yo le parezco una mujer racional, porque una mujer racional no tiene como amiga a una arpía como Elena. Fue ella la que me convenció para que saliéramos juntas a tomar algo en un bar. “Vamos Cristinita, salgamos, no te vas a quedar encerrado esperando a que Rafael te llame”, me decía la muy sádica. Y me convenció. Tanto insistió que le hice caso. Y ahí lo conocí. Ahí estaba él, de saco y corbata. Pulcro, atildado, sentado en la barra. Y la arpía de Elena haciéndome la cabeza, dale que dale: “andá que te está mirando. Qué esperás. No seas boluda. Vengate del desgraciado de Rafael”, me decía. “Metele los cuernos para compensar todas las veces que él te los metió”. Y ella más me hablaba y yo más loca me ponía. Y como una ingenua le pregunté: “¿cómo? ¿Rafael me metía los cuernos?” “Sí, con Leticia, con su ex”, me dijo relamiéndose. Y cuando pronunció ese nombre fue como si me pasara una descarga de 220 voltios por el cuerpo. “¿Pero cómo lo sabés?”, le pregunté como una estúpida. “Porque no te olvides que yo soy también amiga de Leticia”, respondió con una frialdad que le juro doctor la piel se me puso como carne de gallina… “Te vas”, le dije. “Ya. Te levantás y te vas”, le mascullé en el oído. Y ella soltando una risita cínica tomó el bolso y salió del bar. Imagínese doctor mi estado mental. Como estaba con dos tragos en la cabeza más el tranquilizante que usted me recetó, no veía nada. Sólo lo observaba a él, ahí, sentado en la barra, mirándome con esos ojos celestes iguales a los de Rafael. Al verme sola se levantó, se acercó a la mesa y ya estaba por decirle retírese, cuando me sonrió con unos dientes perfectos y me pregunto: “¿puedo sentarme?” Y ahí doctor, siguiendo el consejo de esa arpía, en una fracción de segundos planeé mi venganza. Me levantaría a ese hombre, lo llevaría a mi departamento y haría el amor hasta quedar exhausta. Cinco, diez, quince veces, para compensar cada uno de los cuernos que el crápula de Rafael me había metido. Alejandro se llama. Tiene una voz modulada como de locutor de radio. Y cada palabra que escuchaba era como tener una FM prendida en la cabeza. Con esas voces gruesas que suenan como ahogadas, pero ahogadas en sexo. Eso fue demasiado, me remató y no me pude resistir. Le haría pagar a Rafael gota a gota lo que él me había hecho sufrir… Pero no fue así, doctor (pausa) ¿Qué si lo llevé al departamento? Por supuesto que lo llevé, pero la venganza se transformó en una pesadilla. Ni bien llegamos me dio una opresión en el pecho que no me dejaba respirar, pero pensé que podría ser la excitación del momento y no una señal de alerta que mi organismo me estaba dando. Porque mi organismo me da señales de alerta. ¿Se acuerda, doctor? ¿Se acuerda que hasta lo vimos en una de mis sesiones? (pausa) Lo de las señales de alerta, doctor. Pero si usted mismo me dijo que mi organismo reaccionaba en una forma primitiva pero de sumo efecto, examinando el contexto del entorno para determinar si había algún peligro inminente. Hasta me dio el ejemplo del comportamiento irracional de los animales antes de que se produzca un terremoto. Pero no. Yo no lo atribuí al terremoto, sino a la excitación por estar a un paso de consumar mi venganza. Aunque debo reconocer que ese tipo me calentaba (pausa) ¿Qué dónde me calentaba? Y que sé yo, doctor, dónde me calentaba. Si me calentaba arriba, abajo, en las tetas. (pausa) No, no, no, no. Le juro que no me estoy poniendo nerviosa. Y sí, me tomé doble dosis de la pastilla que usted me recetó. Lo único que sé, es que mi piel ardía como si hubiese estado un día entero tirada al sol desnuda en el medio de una playa (pausa) ¿Qué es una imagen erótica la que acabo de describir? Qué sé yo si es erótica o no. Le estoy contando como sentía mi piel. Y le pido doctor que no me interrumpa porque me desfocalíza. Me saca de mi línea de pensamiento. Me los mezcla. (pausa) Lo entiendo, lo entiendo, lo entiendo. Es su papel de analista y debe intervenir cuando lo considera necesario. Pero por esta única sesión, y después de diez años de vernos dos veces por semana, le pido que no me interrumpa. ¿Dónde estaba? ¿Qué le estaba diciendo? Ve, ve, ve. Se lo dije, se lo dije. Me sacó de contexto. Me mareó con esa palabra que dijo. Erótica. Imagen erótica ¿Qué se piensa que soy? ¿Una cualquiera que aparece en su consultorio para contarle películas pornográficas?

Cristina se levanta gimiendo y cae sentada en el sofá. Grita.

CRISTINA: Sí, me duele. Me duele hasta la uña del dedo gordo del pie ¿Qué más quiere saber? A ver, ahora pregunte. Pregunte con esa mente retorcida que tiene. Porque todos ustedes son una manga de retorcidos ¿sabía? Escarban y escarban y escarban buscando nuestros pensamientos más pecaminosos para transformarlos en nombres históricos, figuras mitológicas o protagonistas de obras literarias o bíblicas ¿No es cierto? No me dé la razón meneando la cabeza como si fuese una pelotuda… ¿Cuáles son mis complejos, doctor, recuerda? Durante estos diez años los fue catalogando uno a uno en sus archivos secretos. Dijo que tenía el complejo de Antígona, el de Bovary, el de Brunilda, el de la Cenicienta, el de Dafne y para rematarla me agregó el complejo de Electra… Ah, y me olvidaba una cosa, mencionó que tenía tendencia al complejo de Judas ¡Usted es el Judas, doctor Neuman! Un verdadero Judas. Me traicionó… (Cristina llora) Me traicionó impunemente. Y yo le fui fiel, doctor. Durante diez años le fui fiel, igual que esa esposa que esperaba con ansia que su hombre regresara de las cruzadas. (pausa) ¿Qué es bueno que llore así me desahogo? ¡No quiero llorar!, porque estoy llena de odio, de rabia, de bronca, de frustración. Fue usted el que me dijo que Elena era mi mejor amiga. Fue usted el que me aconsejó que saliera con Rafael y conviviera con él. Fue usted el que me dijo que la muerte de mi madre era la concreción de un deseo tramado en mi cerebro por el complejo de Antígona. Y ni hablar de mi padre… No, no, no. Ni siquiera lo mencione que me produce escalofríos. Si hasta insinuó que yo era un retrato fiel de la representación de Electra. (pausa) Lo sé, doctor, no lo niegue, si la fecha de aquella sesión nefasta la tengo clavada en mi cabeza: seis de Marzo de hace tres años atrás. Pero si lloré durante dos semanas seguidas sin parar. No quiero continuar echando más leña al fuego. Tengo la hoguera bien encendida, ¿sabe? Estoy ardiendo como Juana de Arco cuando fue condenada por los Normandos. ¡No me venga con que estoy usando mis frases rimbombantes! ¡Es así y usted lo sabe muy bien! (pausa) Sí, traje la pastilla sublingual. (pausa) ¿Qué me ponga dos debajo de la lengua? No, doctor, no. No me va a hacer caer en otra de sus triquiñuelas. Quiero estar lúcida para contarle con lujo de detalles todo lo que ese Marqués de Sade hizo conmigo. Lo que sentí cuando me violó por adelante y por atrás. Cuando me ató a la cama y mordió mis pezones hasta que soltaran sangre. Cuando encendió una vela y tiró cera derretida encima de mis zonas erógenas. (pausa) ¿Qué no necesitó ser tan explícita? ¡Quiero ser explícita! Quiero contarle cada detalle de lo que sentí, de lo que experimenté en mi dormitorio que él había transformado en una cámara de torturas. (pausa) ¿Qué quién era él? Alejandro, Alejandro, Alejandro… (Cristina llora) Usted no me está escuchando, doctor, no me está escuchando. ¡Y pare de anotar que me está poniendo nerviosa! ¿Qué anota en esa libreta de mierda? ¿Todas las porquerías que salen de mi cabeza? Necesito encontrarlo, doctor. Necesito volver a verlo. (pausa) ¿Qué a quién? ¿A Rafael? A ese no lo quiero volver a ver más en mi vida. ¡Estoy hablando de Alejandro! Se fue. Se fue como apareció. Evaporándose en el aire. Y el hijo de puta me hizo tener quince orgasmos seguidos.

Cristina se arrodilla y camina arrodillada hasta el sillón donde está el maniquí.

CRISTINA: Me tiene que ayudar, doctor. Me tiene que ayudar a encontrar a ese hombre (pausa) ¿Qué usted no va a alentar mis qué…? ¿Mis fantasías sadomasoquistas? De qué fantasías me está hablando, doctor ¿No ve cómo estoy? Eso no fue una fantasía sino una completa realidad. Quince. Quince. Quince orgasmos, doctor. Y seguidos… A los cuarenta y tres años… Si con Rafael fingía los gemidos para ver si eyaculaba de una buena vez y me sacaba el pene de la vagina… Descubrí la luz, doctor. Usted no sabe lo que significa. Es un mundo nuevo que se abre. Es la inmensidad del abismo.

Cristina se para tambaleándose al lado del maniquí.

CRISTINA: ¿Qué el abismo puede ser peligroso? No me importa, sabe. No me importa. ¿Y no le pedí que pare de escribir?

Cristina le arranca el lápiz y el cuaderno al maniquí y los arrojas al piso.

CRISTINA: Necesito de su ayuda, doctor. Para encontrarlo. Ni un número de teléfono me dejó el desgraciado (pausa) ¿Qué me ponga las dos pastillitas debajo de la lengua?

Cristina se sienta en el apoya brazo del sillón del maniquí.

CRISTINA: No, no, no, no. No me las voy a poner (pausa) ¿Que estoy siendo desobediente y malcriada? Pero eso usted lo sabe, doctor, lo sabe de sobra… Después de vernos diez años dos veces por semana me imagino que algo me debe conocer. Y si me conoce bien, usted sabe que siempre me salgo con la mía, ¿no es cierto? Aunque debo confesarle que sus sesiones fueron un bostezo, un infinito e interminable bostezo (silencio) Que me vaya del apoya brazo y me siente en el sofá. No, para qué, si aquí estoy cómoda, muy cómoda. Usted se acuerda, doctor Neumann, aquel día que me aconsejó que me comprara un revolver para protegerme de ese maníaco que había conocido y me perseguía por toda la ciudad sin darme tregua. Y que aprendiera a tirar y a manejar el arma como si fuera un lápiz de labio (pausa) ¿Qué usted nunca me aconsejó eso? Pero doctor, yo me acuerdo perfectamente. Fue un ocho de Diciembre de hace exactamente cinco años atrás. El día de la Inmaculada Concepción. Si ese día el maníaco me dejó uno de los mensajes más cochino en el contestador. Continúa sin acordarse, ¿no es cierto? Carlos, Carlos se llamaba el cochino (pausa) ¡Ah! Ahora se acuerda… Bueno… Lo tengo aquí, conmigo (pausa) ¿Qué que es lo que tengo? El revólver. Una preciosura. Un Taurus calibre 38 especial con mira regulable, caño de tres pulgadas, y mango de goma antideslizante. (pausa) Qué nunca le comenté que me había comprado un revólver. (pausa) Bueno, que yo sepa no hay ninguna obligación de contarle todo lo que le pasa a una al psicoanalista (pausa) Pero que una cosa así se debe decir. Mire doctor, nosotros no compartimos la misma cama para que usted tenga la responsabilidad de tomar en cuenta cada uno de mis actos. Fui a una armería, lo vi, me gustó y lo compré. Tan simple como eso. Después me inscribí en un polígono de tiro al blanco y hasta hoy continuo practicando.

Cristina extrae del pañuelo que sostiene el brazo enyesado un revólver y se lo muestra al maniquí.

CRISTINA: Qué un revólver no es una bijuterie. Ya lo sé qué un revólver no es una bijuterie. O piensa que soy una boluda… Pero mire qué belleza, doctor, qué porte, qué personalidad (pausa) ¿Qué porqué traje el revolver al consultorio? No lo sé… Sentí como una especie de impulso y lo escondí en el brazo. (pausa) Que lo saque de adelante porque las armas lo ponen nervioso. Ay, doctor, no sea exagerado si tiene el seguro puesto. No tenga miedo que no se va a disparar. Además, no está cargado. (pausa) Que las armas las carga el diablo (Cristina suelta una carcajada) Disculpe que me ría, doctor, pero es la primera vez que escucho a un psicoanalista expresarse usando un dicho popular. (pausa) Que ya es la hora. ¿La hora de qué…? (pausa) Ah, que pasaron los cincuenta minutos de la sesión. Pero qué increíble, cuando estoy con usted el tiempo no corre, vuela. Además no terminamos de hablar de Alejandro ¿Qué hago, doctor? De pronto encuentro a alguien que le da un color, un matiz a mi vida y desaparece, así porque sí, sin una explicación, sin una excusa… ¿Por qué los hombres son así, doctor? Usted que es uno de la misma especie, explíquemelo. (pausa) ¿Qué estoy gritando?

Cristina se levanta del apoya brazos.

CRISTINA: Y cómo quiere que no grite con todas las desgracias que están pasando en mi vida. Le pedí una explicación, doctor, y hasta ahora no escuché ninguna respuesta. (pausa) ¿Qué la explicación me la tengo que dar yo misma…?

Cristina apunta el arma al maniquí.

CRISTINA: Pero usted está loco. Qué estupidez está diciendo. Usted es un hombre. Usted tiene la obligación de saber como piensan, como actúan, como se mueven en la negrura del espacio. Qué pasa por sus mentes maquiavélicas… Usted es uno de su especie, doctor… Es uno de ellos… ¿Cuál es la finalidad en este mundo? ¿Qué vinieron a hacer aquí? A degradarnos, a jugar con nosotras, a insultarnos, a torturar nuestras mentes (pausa) ¿Qué? ¿Qué dijo? (pausa) ¿Qué lo estoy apuntando con el arma? ¡Ya le dije que no está cargada! (pausa) ¿Qué no grite? ¡No estoy gritando, doctor! ¡Debe ser su maldita imaginación que lo hace delirar! Perdón, perdón, perdón. Sé que me estoy excediendo. Lo sé. Lo sé. Lo sé. Pero es más fuerte que yo. No lo puedo controlar. (pausa) ¿Sí que puedo? ¿Qué sí puedo controlarlo? Pero le dije que no, doctor. O usted no me escucha. Es eso, no es cierto. Durante diez años, dos veces por semana, usted ni siquiera registró mi presencia en este sucio consultorio. (pausa) ¿Qué mi sesión terminó hace diez minutos? Me está echando. Usted me está echando, doctor, ¿no es cierto? Se cansó de mí como los otros se cansaron. No me quiere ver más. ¡Dígalo! ¡Tenga las bolas bien puestas para decirlo! Usted es un Judas, doctor… Un Judas que traicionó a Cristo por treinta monedas de plata. Treinta asquerosas monedas… Cómo Alejandro… Tenía treinta años… Pero el supo que yo tenía cuarenta y tres y por eso me dejó sin darme el número de teléfono. Seguro que sí. Estoy bien segura. Fue eso, fue eso, por eso hizo lo que hizo conmigo y me largo como si fuera un trapo de piso. Un trapo para limpiar el suelo por donde usted pasa, doctor… Percibo en su mirada un poco de pánico. Es la primera vez que me doy cuenta, porque hasta ahora sólo había visto un aire de superioridad que me dejaba sin habla. Me desconcertaba. Me hacía sentir una basura ¿Usted piensa que yo soy una basura? No, no, no me responda, si yo ya sé lo que va a decir. Oh, ahora veo que la mirada de pánico se transformó en terror. No tenga miedo, doctor, no tenga miedo. No me voy a vengar por las veces que usted se abusó de mí en su consultorio (pausa) ¿Qué es una imaginación mía? Mire usted que casualidad, de nuevo volvemos a hablar de la imaginación. Porque a usted, imaginación no le faltaba… Vamos a ver… Aquel día que usted me hizo sentar en sus rodillas para que palpara la misma sensación que yo sentía con mi padre. ¿Se acuerda? No meneé la cabeza como un hipopótamo. Porque yo si palpé. Y cómo palpé, doctor, que usted quedó con la lengua afuera y casi sin aliento sentado en ese sillón. Igualito que mi padre. (pausa) ¿Cómo? ¿Qué fui yo la que se lo pedí? ¿Qué fui yo la que le dijo que quería sentarme en sus rodillas para comprobar si el complejo de Electra funcionaba? Pero usted es el ser más vil, asqueroso y repugnante que he visto en mi vida. Yo no se lo pedí. No se lo pedí.

Cristina se pone el revolver en la sien.

CRISTINA: Mire que me mato, doctor. Me mato. Como que me llamo Cristina Villafañe que me pego un tiro y hago volar mis sesos encima de todo su escritorio. (pausa) ¿Qué dijo? ¿Qué me ponga qué…? No me hinche las pelotas con esas pastillas de mierda. Mire que disparo, doctor. Y será por su culpa. Por lo que me hizo. Por lo que me hicieron. (pausa) ¿Qué dijo? ¿Qué cuando se anuncia un suicidio no se concreta? Pero usted es un hijo de puta. Un reverendo hijo de puta. Es peor que Carlos, Rafael y Alejandro todos juntos y mezclados. Dudar de mi palabra. Dudar que voy a suicidarme (pausa) No… No… Tiene razón… Pero que estoy haciendo… Perdí el control de mis actos…

Cristina apunta el revolver hacia el maniquí.

CRISTINA: Es a usted que debo eliminar. Una alimaña menos arrastrándose sobre la tierra. Un perverso menos para perjudicarnos a nosotras, débiles e indefensas mujeres. (pausa) ¿Qué me está diciendo? ¿Usted enloqueció, doctor Neumann? ¿Qué yo soy la causante de todas mis fatalidades? ¿Y que no debería andar buscando chivos expiatorios? De qué chivo expiatorio me está hablando pedazo de imbécil. O me va a meter un consolador en el culo como hizo aquel día para probar si se cumplía lo que decía el complejo de Brunilda. ¡No tengo el complejo de Brunilda! ¡Y sí, me gustó sentir el consolador en el culo! Pero eso no le da derecho, doctor Neumann, a descalificarme como usted lo hizo durante todos estos años. Semana tras semana, sesión tras sesión, me humillaba rebajándome cada vez más y más y más, hasta hacer que me sintiera un microbio, una bacteria, una ameba ¿Sabe lo que es sentirse una ameba, doctor Neumann? Usted debería saberlo, porque usted me fagocitó. Me tragó, me morfó, me hizo desaparecer en su interior y ahora mi querida ameba doctor Neumann, usted y yo somos uno… He aquí la disyuntiva…

Cristina se pone el revolver en la sien.

CRISTINA: Me mato yo…

Cristina apunta hacia el maniquí.

CRISTINA: O lo mato a usted…

Cristina se pone el revolver en la sien.

CRISTINA: Me mato yo…

Cristina apunta hacia el maniquí.

CRISTINA: O lo mato a usted…

Cristina se pone el revólver en la sien, apunta hacia el maniquí, se pone el revólver en la sien y así alternando diez veces en forma veloz.

CRISTINA: Me mato o lo mato… Me mato o lo mato… Yo… O usted… Yo… O usted… Yo… O usted…

Se escucha un disparo.

CRISTINA: Ay doctor Neumann, el gatillo se disparó cuando estaba diciendo “usted”.

Cristina gira el revólver apuntando el caño a su rostro y mira por el agujero.

CRISTINA: Le juro doctor Neumann, por los huesos de mi madre enterrada en la Chacarita, que el revólver no estaba cargado. Doctor Neumann, respóndame… Doctor Neumann… Usted se está haciendo el muerto. ¿No es cierto? Para observar mi reacción frente al instinto de thanatos. Una nueva técnica que está usando para analizar cómo me comporto frente a la muerte. Igual que el consolador que usó para el complejo de Brunilda o el sexo oral que le practiqué para el complejo de Electra. Hábleme, doctor Neumann. No se quede duro como una estatua… ¡Respóndame! Si el arma no estaba cargada y tenía el seguro puesto… ¡Doctor Neumann! ¡Doctor Neumann!

Oscuridad.







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MOMENTO 4

Se escucha el tic tac de un reloj. Cristina está sentada mirando hacia adelante y un foco le ilumina el rostro.

CRISTINA: Ya se lo repetí hasta el cansancio Comisario… Comisario Stefanopoulos. Discúlpeme si lo pronuncié mal. (pausa) Ah, qué lo pronuncié bien. Qué alivio. Un verdadero alivio. Me horroriza pronunciar mal los apellidos de las personas. Extraño apellido el suyo. (pausa) Ah, es griego. Por supuesto, que tonta soy, todos los terminados en “nopoulos” son de ese origen. Lo aprendí en un curso que hice sobre lenguaje y linaje. ¿Sabe usted el significado de su apellido? (pausa) No lo sabe. Es muy simple. Diga conmigo “Stefanopoulos”. Ve. Está ahí. Al decirlo se nombra automáticamente su significado… “Stefano” por un lado y “poulos” por el otro… Descendiente del pueblo de Stefano. Ese es el significado. Vio que simple. Tan simple como aplicar la lógica (pausa) ¿Cómo? ¿Qué no estamos aquí para hablar sobre el significado de su apellido? Sí lo hice fue para quebrar el hielo, comisario. (pausa) Ah, que aquí no es necesario quebrar ningún hielo. Está bien, si usted lo dice. Pero sepa que una pareja que tuve me habló sobre el témpano y el Titanic y terminamos separándonos a los golpes. (pausa) ¿Qué usted tiene bien claro que no es mi pareja? Ya lo sé. Ya lo sé o usted piensa que yo sufro de delirium tremens. (pausa) ¿Que si qué? ¿Quién? Usted se volvió loco. Piensa que está hablando con una retardada. (pausa) Está bien no necesita gritarme. El doctor Neumann nunca, y se lo repito nuevamente para que le quede bien clarito, nunca, ha sido mi amante. (pausa) ¿Qué por qué lo maté? ¿Quién dijo que yo lo maté? (pausa) Las pruebas. ¿Qué pruebas? Mire comisario Stefanopoulos: mi paciencia tiene un límite. (pausa) Ah, que la suya también. Bueno, entonces, nuestras paciencias tienen límites. Y ve, en eso congeniamos. ¿No le parece? (pausa) Ah, no le parece. Usted lo único que hace es contradecirme desde el primer momento que llegué a éste lugar. (pausa) Ya sé que éste lugar es la Jefatura de Policía y no un bar de la Recoleta. Pero quiero que sepa que no me gustan las personas que agreden. Y usted me está agrediendo, comisario, desde el primer instante en que pisé este antro. (pausa) ¿Que baje la voz? ¿Y por qué voy a bajarla? (pausa) Ah, porque usted lo dice. Sabe una cosa, comisario, usted está cortado por la misma tijera que el doctor Neumann. Uno es el calco del otro. (pausa) Que usted no es el calco de nadie. ¡Mentiras! Tiene el mismo aire de superioridad que me mostraba aquel energúmeno. Usted es como todos los hombres, comisario Stefanopoulos. Pavoneando su masculinidad por todas partes. Refregándomela en la cara. (pausa) ¡No me callo nada! ¡Y voy a gritar todo lo que quiero!

Cristina tira el cuerpo hacia atrás.

CRISTINA: ¿Por qué se viene hacia adelante? ¿Qué? ¿Me va a pegar? ¿A ver? Atrévase, atrévase a meterme un dedo encima (pausa) ¡No lo maté! No insista con eso ¡Yo no lo maté!... (Cristina llora) El doctor quería jugar. Me lo pidió. Me lo suplicó: “juguemos a la ruleta rusa, Señora Villafañe”. Y yo le respondí: “le parece que deberíamos, doctor Neumann, no cree que es peligroso”. “No, en lo absoluto”, exclamó abriendo los ojos en un gesto hipnótico… “Le va a hacer muy bien a su tratamiento terapéutico, además la pistola no está cargada”… Y yo le creí y le seguí la corriente, porque ese hombre me hipnotizaba. Me hipnotizaba con la mirada, con las manos, con la voz. Y tiene que ver comisario cómo lo disfrutaba. Cómo le gustaba envolverse en juegos peligrosos, hasta sentir la sensación de riesgo, de límite final. Parecía un chico. Un chico con juguete nuevo. (pausa) ¿Que por qué me decía señora si soy soltera? Porque el doctor siempre me trató con respeto, sabe. Durante diez años lo visité dos veces por semana, sin faltar un solo día. Podía llover, caer piedras, hacer un calor infernal que yo siempre estaba ahí, como un granadero parada en la puerta esperando que me recibiera en su consultorio. Ay, su muerte fue una desgracia. Una terrible desgracia. ¡Comisario, he perdido al hombre que me psicoanalizó durante diez años! ¡Diez largos años de mi vida! Usted no sabe lo que eso significa. Y debería haber visto cómo me ayudó a enfrentar los momentos más difíciles que me tocaron pasar… Un ser comprensivo, magnánimo, altruista, humilde… Un santo. (pausa) ¿Que qué? ¿Que pare de decir estupideces? ¿Que no me cree una palabra? ¿Que las pruebas balísticas son contundentes? De qué pruebas balísticas me está hablando. (pausa) Del orificio de entrada y del orificio de salida. Mire comisario, el único orificio que conozco es el que usted ya sabe, y gracias a Dios lo tengo bien conservado. (pausa) ¿Que estoy siendo una grosera? Es que no entiendo lo que me está explicando. Le juro que no lo entiendo. (pausa) Que no me haga la taradita. Y que me vaya buscando un abogado. Pero… ¿Por qué? (pausa) Voy a ser acusada de asesinato… ¿Yo?... ¿Asesinato?... Esto forma parte de un complot. Estoy segura que es un complot para culpar a una indefensa y frágil mujer por un crimen que nunca cometió. Me siento como un Cristo clavado en la cruz ¡Soy un Cristo, comisario Stefanopoulos! ¡El cordero inmolado! Bañado en sangre. Por culpa de ustedes que son los Pilatos de la difamación. Y después se lavan las manos como si nada hubiese pasado. Dígame una cosa, comisario, usted cree que yo puedo cargar con todos los complejos que me achacó el doctor Neumann… Porque yo estoy poseída, comisario… Poseída por Antígona, Bovary, Brunilda, Cenicienta, Dafne y Electra. Él me lo dijo. Él me avisó. Y por eso me van a quemar en la hoguera acusada de brujería. Como la acusaron a Juana de Arco. Esa es mi cruz, comisario. La cruz a la que estoy clavada de pies y manos. (pausa) ¿Qué me dijo? Que termine de recitar las tragedias griegas, la historia antigua y el nuevo testamento. Usted que es griego tiene que entenderme. (pausa) ¿Que qué? ¿Que la comisaría no es un teatro? Y que termine de representar la comedia. ¿De qué comedia me está hablando, comisario Stefanopoulos? Si esto es un drama, el drama de mi vida… Fui abusada, vejada, torturada… ¿A usted le gusta torturar, comisario? (pausa) Está bien. Está bien. No tiene porqué reaccionar así. Disculpe, no quería meterme en su vida privada. Pero le voy a confesar un secreto, yo conozco muy bien a los hombres. ¿Lo sabía? El doctor Neumann me enseñó todos los trucos que usa el sexo masculino para seducirnos. (pausa) Que no estamos aquí para hablar de sexo. Ya lo sé, comisario, o piensa que soy una idiota. (pausa) Así que piensa que soy una idiota. Y que tengo cinco minutos para llamar a mi abogado. ¿Qué abogado? ¡No necesito de ningún abogado! ¡Yo no hice nada! ¡Soy inocente! ¡Fueron los hombres que tramaron esta trampa, esta conspiración! ¡Porque sé sus trucos, sus artimañas! ¡Fueron los hombres! ¡Los hombres, comisario!...

Oscuridad.

Contacto: Autor: Gerónimo Grillo geronimogrillo@yahoo.com.ar