Autor: José Montero
Lucía viste ropa del período 1915-1920 y practica en un "piano de luto", una caja de madera con teclado que no produce ningún sonido.
Hacía seis meses que papá había fallecido y mamá me había alquilado este piano de luto. "Por dos años, de esta casa no puede salir una sola nota –me dijo–. Pero no quiero que pierdas la digitación. Una chica de sociedad debe saber piano".
Así que ahí estaba, en la casa de la calle Libertad, tocando el silencio. Los cuadros cubiertos, las ventanas cerradas. La ropa de tienda Los Lutos, Carlos Pellegrini 445. No me olvido más de esa dirección. Estaba en las etiquetas de todo mi vestuario, escaso por cierto. Vivíamos la decadencia en que nos había dejado mi padre.
Una tarde, mamá entró a la sala, me pidió que interrumpiera mis ejercicios y me entregó este libro. "Lo compré para vos", me dijo, y se fue.
(Tocando la portada del libro con las yemas de los dedos, leyendo.) "Biblioteca de la mujer cristiana. Pablo Combes. El libro de la esposa".
Adentro, una dedicatoria de mamá. "Para mi querida Negra. Que tu vida sea luz, y si por acaso Dios te elige para la misión de esposa, que encuentres en este libro los medios de serlo ideal, como verdadera cristiana".
De inmediato, en la primera hoja en blanco escribí mi nombre, María Lucía Rosales, y la fecha, enero 12 de 1917.
Después volví a la dedicatoria: "Y si por acaso Dios te elige para la misión de esposa…".
Qué extraño que mamá hubiera escrito esas palabras. Ella misma me había supervisado desde los once años a medida que preparaba mi ajuar. En ese entonces tenía dieciocho y ya había completado la ropa interior: 24 camisas, 24 calzones, 12 camisones, 12 enaguas, 12 corpiños. Y me encontraba haciendo la puntilla del segundo juego de sábanas de lino.
No obstante, ahora mi madre parecía poner en duda mi destino de señora. Pero a la vez me regalaba "El libro de la esposa"…
En aquel momento no hice tantas elucubraciones y me zambullí en la lectura de las 224 páginas.
Lee:
"En este tomo consideramos a la mujer en su papel de esposa, es decir, únicamente como compañera del hombre en una unión para toda la vida.
"Si se la considera así, la principal preocupación de la mujer debe ser el asegurar la felicidad de su marido y la suya propia.
"El papel esencial de la esposa consiste en amar a su marido, en hacerle feliz, en hacerse amar por él y en hallar en ello su propia felicidad.
"El matrimonio es una verdadera escuela. Todos los días aprenderá en él la mujer a conocerse, a conocer mejor a su marido, a conocer mejor sus deberes de familia y de sociedad. Aprenderá sobre todo a despojarse poco a poco de sus ilusiones, de su egoísmo.
"Las mujeres que pretenden tratar al hombre de igual a igual, y aún más, dominarle, no comprenderán estas líneas, pues no querrán sujetarse a ese papel que consiste en dar los primeros pasos para asegurar la paz del momento y la felicidad del porvenir.
"La esposa –aunque otra cosa pretenda un feminismo exagerado– no es émula del marido, sino compañera.
"Las mujeres deseosas de representar otro papel van contra todas las tendencias de su naturaleza, y pierden de vista la noble misión para que fueron destinadas".
* * *
Pablo Combes, también conocido por el seudónimo de Joel de Lyris, utilizaba muchas palabras y daba muchos rodeos, pero no llegaba nunca a lo que a mí me intrigaba.
Como comprenderán, a esa edad me interesaba saber cómo eran, en verdad, las relaciones entre un hombre y una mujer. La única información que poseía era la que me había dado mi madre.
"Los hombres son bestias –me decía–. Tienen esa cosa animal que los lleva a… Necesitan desahogarse. Y a veces hay que dejarlos, porque si no es peor".
Mi mamá nunca permitió que yo me quedara a solas con ningún hombre. Ni siquiera con mi padre. Ni siquiera con Juan, mi único hermano, tres años mayor. Si no estaba ella, tenía que estar la mucama, o mi tía, o mi abuela, alguien.
Lee:
"Los maridos en general no son naturalezas perversas. Aun aquellos cuyo carácter deja mucho que desear tienen suficiente inteligencia para discernir el valor de una esposa cuya principal preocupación consiste en asegurar una perfecta armonía conyugal.
"La gota de agua horada la peña. La paciencia afectuosa y vigilante de la esposa acaba por ablandar el corazón más endurecido".
"Su marido es un libro abierto, y sólo pide que aprenda a leer en él con afectuosa solicitud. Pronto llegará a saber todo lo que significan las diversas entonaciones de su voz: la despreocupación o la preocupación, la impaciencia, la distracción, el más disimulado reproche. Y sobre el teclado de su alma sabrá qué notas dar para dulcificar sus penas o hacer cantar su alegría".
* * *
Pablo Combes era francés. Vivió entre 1856 y 1909. Fue sacerdote en su juventud, pero dejó los hábitos para dedicarse a la vida literaria.
Este libro suyo fue publicado en Barcelona, España, en 1912, por Herederos de Juan Gili Editores. En la última página hay una leyenda que dice Nihil Obstat, es decir "nada obsta", "ningún obstáculo", "ninguna objeción", y firma El Censor Juan Codina. "Imprímase", ordenan más abajo el vicario general José Palmarola y el secretario canónigo, presbítero Salvador Carreras.
Al día siguiente de obsequiármelo, mi mamá me comentó que había encargado en Librería Las Palmas, de Callao al 700, los dos títulos que seguían de Pablo Combes, "El libro del ama de casa" y "El libro de la madre".
"Van a tardar algunos meses en llegar –me dijo–, pero quiero que tengas asegurados tus ejemplares. El sábado viene a tomar el té la viuda de Martínez. Ah… viene con su hijo Salvador".
Lee:
"La esposa debe poseer una condición que subyuga de modo irresistible a los hombres: la complacencia.
"La complacencia dice:
"¿Quieres que te ayude a descalzarte, puesto que traes los pies mojados, y te traiga las zapatillas? Lo haré con mucho gusto.
"Otra cualidad indispensable para la mujer casada es la paciencia.
"No hay maridos perfectos.
"Vuestro marido estará dotado, en proporción mayor o menor, de virtudes y defectos.
"Si las virtudes dominan, será fácil vuestra labor.
"Si son los defectos los que predominan, vuestra empresa será menos fácil, pero no por eso os creáis dispensadas de cumplirla".
* * *
Salvador Martínez tenía 28 años y era el hombre más buen mozo que había visto. Impecable, de punta en blanco, simpático, conversador. ¡Y trajo pasteles de La Teatina, de avenida Santa Fe! ¡Mi debilidad! Hacía tanto que no los probaba… Me moría de ganas por comerme otro, y otro, y otro más. Pero delante de las visitas… ¿Qué iba a pensar Salvador?
Cuando terminamos el té, mi mamá, con alguna excusa que ahora no recuerdo, me sugirió que me retirara a mi cuarto, y entonces ella se quedó hablando quince minutos con la viuda de Martínez y con su hijo.
Más tarde, mamá vino a mi habitación y me comunicó: "Salvador quiere seguir viéndote. Sus intenciones son serias. Y su familia se encuentra en excelente posición".
Lee:
"Gran número de mujeres no tienen ninguna idea del valor del dinero ni de lo que cuesta ganarlo. No saben más que gastarlo, y como lo gastan con profusión, se figuran que se gana fácilmente.
"Una buena ama de casa ha de ser ante todo económica, ha de saber contar, ha de tener noción exacta del presupuesto de su hogar, de los gastos que puede permitirse y de los que ha de prescindir en absoluto.
"Su gran talento consiste en proporcionar al hogar doméstico el máximo de bienestar con el mínimo de gastos.
"Las exigencias pecuniarias, al molestar a su marido, no aumentan ni en un céntimo el presupuesto doméstico. Por el contrario, muchos hombres, agriado su carácter por los dispendios y despilfarros de sus mujeres, toman el partido de no hacer ganancias extraordinarias, o de no entregar en su casa sino lo estrictamente necesario para vivir".
* * *
Mi madre y la viuda de Martínez hicieron los arreglos. Se estableció una rutina de encuentros dos veces por semana. Los sábados a la tarde, el té en casa. Los miércoles por la noche, comida en la casa de ellos, en la calle Juncal.
El padre de Salvador había fallecido cinco años antes, pero la situación de la familia era completamente distinta. Tenían campos en la provincia de Buenos Aires, y un muy buen administrador, al decir de la viuda.
Una vez, charlando de sobremesa, deslicé mi intención de conocer la estancia más cercana. Pero mi futura suegra me congeló con la mirada.
"A Salvador no le gusta el campo. No tiene nada que ir a hacer a Brandsen", dijo.
Al llegar a casa, mi mamá me cruzó la cara de una bofetada. "Como llegues a decir otra cosa que incomode a Teresita, te coso la boca", me advirtió.
Salvador y yo nos casamos el 15 de julio de 1917, en la iglesia del Pilar. En virtud del luto que debía guardar por mi padre, fue una ceremonia breve, para un puñado de íntimos.
Esa noche, a las 18.40, tomamos el Ferrocarril Sud, en Plaza Constitución, para llegar al día siguiente, a las 8.20, al Hotel Sierra de la Ventana.
Después de la cena en el vagón comedor, fuimos al camarote. Yo tenía miedo. Al fin y al cabo, para mí Salvador era un desconocido. Lo había visto una veintena de veces, y siempre acompañada. La noche de bodas fue la primera oportunidad en que estuve sola con un hombre.
Lee:
"La luna de miel es esa fase del matrimonio durante la cual ambos esposos, como cuando eran novios, continúan deseando agradarse. La mayoría de las veces –y de ello la principal culpable es la mujer–, el marido, sin dejar de ser complaciente y sin faltar a sus deberes de esposo, se enfría, se descuida en su deseo de agradar. Poco a poco se muestra tal cual es, en su aspecto ordinario de cualidades y defectos. Pero el marido no es aquí el culpable. Al contrario, hay que agradecerle el haber dominado, durante un tiempo más o menos largo, las tendencias habituales de su personalidad, con el fin de agradar a la compañera de su vida".
* * *
En Sierra de la Ventana pasamos unos días hermosos.
Salimos a cabalgar, a dar caminatas. ¡Salvador me dejó ir al casino! Dicen que lo van a cerrar. Una lástima. Porque si cierran el casino, el hotel se muere.
La noche en el camarote transcurrió sin novedad. Igual que las siete noches que estuvimos alojados.
Salvador apenas me tomó la mano en la cama, me deseó que durmiera bien y, en una oportunidad, me besó suavemente los labios.
Un roce, una exhalación, una brisa. Eso fue todo.
Lee:
"No te figures que la felicidad de tu marido –como tampoco la tuya– consiste en las alegrías del amor sensible.
"No es cierto que el hombre haya sido creado para la agitación y las pasiones. Nada tiene para él tanto valor como la vida tranquila del hogar doméstico.
"Citemos algunos ejemplos.
"No es extraño que el modo como uno se despierta influya sobre nuestra manera de ser durante las primeras horas de la mañana.
"He aquí una circunstancia que debe tener presente la esposa que desea evitar a su marido toda impresión desagradable, a fin de mantener su buen humor.
"Después de un despertar apacible, no hay nada que mayor satisfacción produzca que encontrar al alcance de la mano todo lo necesario para vestirse y arreglarse. Éste es uno de los puntos en los cuales puede y debe ejercer su vigilancia la esposa que aspira a que su marido sea completamente feliz, no fiándose nunca más que de sí misma, sin descansar en las personas encargadas del servicio.
"¿Hablaremos del desayuno? La esposa conoce los gustos de su marido desde el momento en que se esfuerza en estudiarlos para poder satisfacerlos. Sabe lo que le agrada y cómo le agrada.
"Todo lo ha estudiado. El sitio que prefiere, su asiento favorito, el almohadón que gusta tener bajo sus pies, la luz que conviene a la habitación para que pueda leer los periódicos. No perturbará su lectura con palabras ociosas, sino que, por el contrario, hará que nadie le moleste.
"En cambio, si su marido le comunica alguna de las reflexiones que le sugiere la lectura, se interesará en ello, o al menos tratará de interesarse, porque esto agradará seguramente a aquel a quien tanto desea complacer.
"Y así en todo, en todas las cosas de la vida ordinaria de aquel día, del día siguiente y de toda la vida".
* * *
Al regresar del viaje, nos fuimos a vivir al departamento de la calle Talcahuano, que mi suegra nos había regalado. Yo me encargué de poner en marcha la casa. Que comprar las alfombras, que las cortinas, que supervisar a la empleada.
Salvador no quiso que mudáramos el piano. "Ocupa demasiado lugar en la sala –me explicó –, y además, no te ofendas, pero prefiero la tranquilidad y el silencio".
De modo que compró en la casa de música el piano mudo que antes había alquilado mi madre. Lo hizo envolver para regalo y me lo entregó el día que cumplí diecinueve años. "Para que puedas practicar todo lo que quieras –dijo–. Ya tendrás tiempo de tocar de verdad en la casa de tu madre, cuando termine el luto".
Salvador trabajaba medio día en la oficina de administración de los campos, en Avenida de Mayo y Piedras. Se quedaba a almorzar en el centro, luego visitaba a su madre o a sus amigos, y volvía a casa alrededor de las cinco de la tarde.
A partir de ese momento compartíamos la paz del hogar. Éramos amigos. Conversábamos, leíamos juntos. Nos entreteníamos.
Lee:
"Si la conversación os proporciona ocasión de expresar una opinión o rectificar un error, hacedlo, pero sin ese tonillo profesional al cual nos inclinamos cuando tenemos conocimientos de nuestra erudición.
"El medio mejor de no sucumbir a esta tentación es adoptar la forma de duda o incertidumbre, diciendo por ejemplo: Creía que las cosas no habían pasado así, sino que…
"De este modo decís lo que queríais decir, demostráis que estabais bien informadas, y lo hacéis de una manera modesta y encantadora.
"Vale cien veces más para la esposa ignorar o aparentar que ignora una cosa, y pedir una explicación, que dar lecciones y querer aparecer como mujer sabia.
"Nada causa tanto placer al hombre como una pregunta inteligente de su mujer que le demuestra que se interesa por lo que él dice y que se sentiría muy satisfecha de instruirse en ello.
"En todos los casos, será preferible que la esposa se interese en los gustos de su marido, antes que tratar de interesarle en los suyos propios, puesto que, procediendo así, sólo tendrá que dejarse llevar por una corriente ya establecida, en vez de esforzarse por navegar contra ella o por establecer una nueva.
"Todo hombre tiene algún asunto que le interesa en grado mayor o menor: las artes, la marcha de los negocios bursátiles, los deportes, la política.
"Pues bien, de todo esto puede hablarle la esposa. Al principio se le escaparán quizá algunos despropósitos, pero semejante circunstancia no acarreará ninguna consecuencia grave. Lo esencial es que se interese o parezca interesarse en lo que ocupa el espíritu de su marido.
"Pero esto no entraña la obligación de seguir siempre su opinión. ¡Agradarle y complacerle está bien! Dejarse absorber por él sería excesivo.
"Lo que debe evitar es la contradicción áspera y hostil.
"Conquistad a vuestro marido haciéndole feliz. Este fin justifica todos los medios, sin excluir las amables artimañas con que logréis convencer al compañero de que os interesáis en lo que le interesa, hasta el punto de discutir con él cosas que os son del todo indiferentes".
* * *
Los jueves, que era el día libre de la empleada, al principio cocinaba yo. Pero pronto me di cuenta de que Salvador no comía.
Sin embargo, él tuvo la delicadeza de no decir nada.
Hasta que yo, avergonzada del plato que había preparado una noche, propuse que fuéramos a comer afuera.
Nunca lo vi tan enojado. "Vos sos mi esposa –me dijo–, no sos una amante con la cual preciso salir a pavonearme".
Lee:
"¿Cuántas son las que al casarse recibieron la enseñanza práctica indispensable para gobernar su hogar y desempeñar todas las funciones que incumben al ama de casa?
"A menudo el aprendizaje está por hacerse. ¿Con qué ojos verá entonces el marido a su esposa?
"Él tenía derecho a contar con el concurso prudente y experimentado de su compañera, y se encuentra, por el contrario, en presencia de una alumna que todavía ha de hacer su aprendizaje.
"Y a menos que esté dotado de un gran fondo de indulgencia, muy difícil es que el hombre no muestre de cuando en cuando su mal humor, y sería injusto el guardarle rencor por ello, pues el verdadero culpable no es él realmente. Los culpables son los padres, los cuales, sin preocuparse del porvenir práctico de sus hijas, las atiborran de conocimientos superfluos, en detrimento de las cualidades indispensables que hacen a las esposas útiles y por lo tanto dichosas.
"A falta de una preparación suficiente antes de su matrimonio, la esposa ha de poner en juego mucha buena voluntad y mucho afán por instruirse, a fin de reconciliarse la estimación de su marido.
"Si éste se disgusta por alguna torpeza, ha de excusarse ella sinceramente, sin acritud, haciendo comprender al compañero de su vida que, desgraciadamente, su formación práctica dejó mucho que desear, pero convenciéndole de que pondrá toda su solicitud para reparar el tiempo perdido".
* * *
En mi cabeza quedaron retumbando las palabras que Salvador había utilizado para descalificarme. "No sos una amante", dijo.
Hasta ese momento, nuestro matrimonio no se había consumado porque él no me había avanzado.
Yo estaba a la espera de lo que él dispusiera. Con mis miedos, con mi ignorancia, por supuesto; pero a la vez con mi anhelo de que eso finalmente ocurriera.
No iba a ser yo la que tomara la iniciativa. Tenía que salir de él.
Luego de mucho pensarlo, tomé valor y le pregunté a mi mamá.
Ella no se sorprendió de que Salvador aún no me hubiese tomado.
"Dale tiempo, hija. Dale tiempo", me recomendó.
A la vez, el altercado por la cena de los jueves quedó superado de la manera más extraña. Empezamos a ir a comer afuera, tal como yo había sugerido.
Cuando Salvador me ordenó que me vistiera de manera adecuada para la ocasión, no pude dejar de manifestarle mi sorpresa. La semana anterior, ésa había sido, justamente, la piedra del escándalo.
"No me contradigas, Lucía. Se hace lo que yo digo y punto", respondió, muy nervioso.
Lee:
"No se puede negar que la mujer está más expuesta que el hombre a cambiar de carácter. Y no hay nada que impaciente tanto a un marido como la actitud de una mujer que nunca sabe lo que quiere.
"Tomad por norma de conducta reprimir enérgicamente vuestras impaciencias, vuestros caprichos, las manifestaciones externas de un mal humor a menudo irracional y ridículo.
"Las mujeres no reflexionan mucho; recurren pocas veces a la razón.
"O no quieren pensar, o no se les ha llamado suficientemente la atención acerca de la importancia que entraña el tener en cuenta, antes de obrar, las consecuencias de los actos.
"Si la esposa quiere sujetarse a meditar en las ventajas de la igualdad de carácter, no tardará en convencerse de la obligación de poseer esta bellísima condición.
"Igualdad de carácter significa fijeza de ideas, de sentimientos y de manifestaciones exteriores, en oposición a la incoherencia.
"El marido no se hallará ya en presencia de una mujer extraña, imposible de comprender, que cambia de humor a cada instante.
"Tiene ya una esposa serena, siempre idéntica a sí misma en su deseo de agradar, de tener contento a su marido".
* * *
El segundo jueves que salimos a comer, lo hicimos en compañía de Eduardo Just, un amigo de Salvador de la época del liceo.
Según comentarios, Eduardo era un terrible mujeriego. Corría carreras de autos, andaba en moto. ¡Y la última! ¡Acababa de comprarse un aeroplano y estaba a punto de obtener su brevet de piloto!
Durante la cena, Salvador y Eduardo no hablaron de otra cosa que no fueran aviones. Discutieron las hazañas de los ases alemanes de la Gran Guerra. Fantasearon con el futuro de este nuevo medio de transporte. Y, en el final, Eduardo le prometió a mi marido que lo llevaría en su primer vuelo oficial.
"Podemos ir a la estancia de tu familia en Brandsen", agregó.
Dos semanas más tarde, Salvador se puso furioso porque no encontraba las bombachas de campo.
"¿Dónde mierda las pusiste?", me gritó. La primera vez que le oía decir una mala palabra.
Yo intenté explicarle que, como su madre había dicho que no le gustaba el campo, había guardado las bombachas debajo de todo, en el baúl.
"¿Qué sabés vos lo que me gusta y lo que no me gusta? Yo me voy a Brandsen con Eduardo, y mamá no tiene por qué enterarse. Voy y vengo en el día", aseguró. Rescató las bombachas del fondo del baúl, me dejó todo lo demás tirado en el piso y se fue.
Lee:
"Nada tan desagradable al marido como un hogar desordenado, aun cuando él no sea muy aficionado al orden. Precisamente, si es algo desordenado, aprecia más las cualidades de la mujer que todo lo pone en su sitio, circunstancia que permite al marido dar con objetos que no hubiera encontrado sin la previsión de su mujer.
"Muchas esposas pierden el cariño de sus maridos porque en su hogar no hay orden. Por el contrario, otras retienen o atraen de nuevo a sus maridos gracias a haber sabido constituir un hogar agradable.
"Esta cualidad es de tal importancia que la esposa ha de doblegarse a todo género de sacrificios para llegar a obtenerla".
* * *
Lucía se desviste en un strip-tease pudoroso y sin gracia, hasta quedar en ropa interior. Recita el libro de memoria, mientras ensaya gestos seductores hacia su esposo ausente.
"No teniendo necesidad de salir ni esperando visitas, la esposa puede entregarse, por lo que toca a sus ropas interiores y peinado, a todas las fantasías, con tal que sean estéticas.
"Estos vestidos para dentro de casa no necesitan ser lujosos, siempre que sean coquetones y realcen el mérito de la mujer a los ojos de su marido.
"Después de casada es cuando más necesita la esposa agradar a su marido.
"¡Oh, esposas, conservad a los ojos de vuestros maridos el encanto que los seduce y provoca su amor sensible!
"¿Por qué bajar del pedestal en que su cariño os colocó y convertiros para él en una mujer ordinaria, semejante a otras que no quieren agradar, que visten con abandono, que van mal peinadas?
"Helo ahí todo. ¡Agradar, agradar siempre! A esto debe reducirse la gran preocupación de la esposa; en esto consiste la coquetería conyugal.
"Cuando se quiere agradar, se agrada. Cuando se agrada, acaba uno por ser amado.
"Y persuadíos bien, señoras mías, de que no hay otro medio para conseguir el amor".
* * *
Estuve una semana sin noticias de Salvador.
La primera noche me desesperé. No tenía a quién pedirle noticias de mi marido. ¿Acaso iba a llamar a la madre? De ninguna manera.
Sobre el escritorio encontré la tarjeta de Eduardo Just. Tenía su dirección, en la calle Arroyo, y su número de la Unión Telefónica.
Traté de comunicarme infinidad de veces, pero la operadora me dijo que no atendía nadie.
A la mañana siguiente volví a intentarlo, y no hubo caso. Quizás el teléfono no funciona, pensé. De manera que fui hasta el departamento de Eduardo y le toqué el timbre.
Me abrió la puerta envuelto en su robe. Era cerca del mediodía y acababa de levantarse.
"Lucía, qué sorpresa –dijo–. Perdón por la facha, pero pasá, pasá".
"No, gracias", respondí, y me quedé en el pasillo. "Estoy muy preocupada. Salvador no volvió anoche y quería preguntarte…".
"Pero ¿cómo? ¿No te avisó? Yo salí de Brandsen ayer a las cuatro de la tarde. Y di por sobreentendido que vos sabías que se quedaba. Pobre Lucía, imagino la noche que habrás pasado. No te quedes ahí parada, pasá y tomemos un café".
Me fui corriendo. Ahogué el llanto y volví a casa con una espina atravesada en la garganta.
¿Por qué Salvador se había quedado? ¿Qué asunto tenía en Brandsen?
Lee:
"Es falso que el mundo conceda escasa importancia a la fidelidad del marido.
"El hombre que viola el vínculo conyugal da pruebas evidentes de debilidad de carácter.
"Este hombre es un degenerado, un caído en la opinión de todos los que conocen su falta. Es una persona sospechosa.
"El marido sabe todo esto, y no obstante hay muchos que se dejan arrastrar por la tentación.
"¡Ah! Es que el hombre, a la vez que una criatura razonable, es también una criatura sensible.
"En una palabra, el hombre es un ser frágil.
"Verdad es que no se puede amar a dos personas a la vez de la misma manera, pero se puede amarlas de maneras diferentes.
"El marido continúa profesando a su esposa un afecto profundo, serio, racional. Por la otra siente una afección sensible, enteramente superficial, y sobre todo física.
"Siempre habrá mujeres coquetas que tratarán de agradar a los maridos de otras. De la esposa depende el no abandonar el campo a esas tentativas.
"Ella dispone de todos los encantos de la vida de familia para lograr su objetivo de retener al marido.
"Cuando la propiedad de un objeto está en litigio, el que se halla en posesión del mismo goza de mejor condición que el que le reclama.
"Cuanto más ame el marido su hogar, tanto menos expuesto se hallará a encontrar fuera de casa distracciones capaces de arrastrarle al olvido de sus deberes".
* * *
Al principio conseguí ocultar la ausencia de Salvador a su madre.
Ella llamó preocupada porque su hijo no había ido a tomar la merienda, como hacía todos los miércoles.
Yo le contesté que Salvador se hallaba muy resfriado, y que ni siquiera estaba yendo a la oficina, pero que no se molestara, no hacía falta que viniera a cuidarlo. Pronto se encontrará mejor, le prometí.
Al sexto día, mi suegra se apareció en casa como un fantasma. No me avisó que venía y utilizó su propia llave para entrar, toda sigilosa.
"¿Por qué me mentiste? –me recriminó–. Yo te trato como a una hija ¿y así me pagás?".
Paralizada por el susto, no supe qué responderle.
Ella dijo: "Voy a tener que ir a buscar a mi hijo a Brandsen yo misma". Y se marchó.
Aquella tarde volví a la casa de Eduardo Just y acepté pasar al recibidor, porque si me quedaba en el pasillo alguien podía escuchar.
"Eduardo, por favor –le dije–, no sabés cuánto dolor y cuánta vergüenza me ocasiona preguntarte esto, pero necesito saber con quién está Salvador".
Eduardo hizo un largo silencio y luego respondió: "No puedo, Lucía, esas cosas las tenés que hablar con Salvador, son muy privadas". Y no hubo manera de arrancarle otra declaración.
Al día siguiente, Salvador volvió en el coche de mi suegra. Demacrado, sin afeitar, hasta un poco sucio. Ni siquiera me miró. Se encerró en el estudio. A la noche, escuché que lloraba.
Lee:
"Si el hombre llegara a sucumbir, la esposa concederá a su marido, no ya el perdón de su falta, sino hasta el olvido, y no volverá a traer nunca a cuento el asunto.
"Ella comprenderá que la flaqueza de un instante no permite condenar para siempre a un hombre que ha podido ceder a un minuto de arrebato sensible. Y, pensando de este modo, sepultará su pena en el silencio.
"Tened piedad de vuestro marido, sometido no sólo a una debilidad, sino a varias. Es una naturaleza imperfecta, incompleta, incapaz de dominar sus arrebatos. Sólo merece piedad. El infeliz busca la felicidad siguiendo un camino que no conduce a ella.
"A vosotras os toca hacerle volver al camino en que puede ser feliz. ¿Cómo? Principalmente por la paciencia. No disminuya en lo más mínimo la actividad de vuestra simpatía, de vuestro afecto y abnegación, de vuestra solicitud en rodearle de bienestar y de satisfacciones en el seno de la familia.
"Este es el único medio que tiene la esposa para triunfar en su obra de conmiseración conyugal. Aun en el caso de que no consiguiera enseguida su intento, no debe jamás renunciar a él.
"Que rechace como una tentación malsana toda idea de abandonar a su marido en brazos de su infeliz suerte".
* * *
Las cosas volvieron a la normalidad. Salvador estuvo apagado durante un tiempo, pero luego retomamos la convivencia en armonía.
Como dice el libro, "¡oh, santa y dulce costumbre!, ¡cuántos males curas, cuántas asperezas suavizas, cuántas adversidades nos haces aceptar!".
Por supuesto, nunca se tocó el tema. Pero yo necesitaba saber. Y el único que podía darme una pista era Eduardo Just. Volví a su departamento, y esta vez pasé a la sala.
Después de muchas evasivas, me contó la verdad.
"Tu marido –me dijo–, además de ser un cobarde, es un invertido. Le gustan los hombres. (Con desdén.) Le gustan los indios. ¿Dónde te creés que estuvo toda esa semana? ¿En los brazos de una mujer? Ojalá. ¡Estuvo mordiendo el catre roñoso de un puestero de la estancia! (Silencio.) Se casó con vos para conformar a la madre, para cubrir las apariencias. Salvador… El único motivo para seguir siendo su amigo es su dinero, sus contactos… y su hermosa e intocada mujer. Que te quede claro, Lucía. La felicidad tendrás que buscarla fuera del matrimonio".
En ese punto, no sé cómo, yo me encontraba tendida sobre el sofá, y Eduardo me estaba besando. Forcejeé, logré zafarme y me puse firme.
Lucía comienza a leer, pero luego cierra el libro y recita de memoria.
"La conducta de la mujer expuesta a lisonjas insultantes de un seductor es bien clara. No es la indignación ni la cólera lo que la solicitada debe manifestar, sino, por el contrario, la dignidad y la calma.
"Ella debe responder, poco más o menos:
"Usted, sin duda, no ha reflexionado en lo humillante que es para mí cuanto acaba de decirme, y, por lo tanto, yo le dispenso la impertinencia. Pero sepa que me ha juzgado mal, y que soy absolutamente incapaz de faltar a mis deberes de esposa. Evíteme usted el fastidio de tener que repetírselo.
"Semejante declaración, hecha categóricamente y con decisión, produce, de ordinario, el efecto de cortar de raíz toda tentativa ulterior".
Pero, con Eduardo Just, el libro no funcionó.
Semejante declaración de mi parte sólo le provocó risas. Y volvieron los besos. Y volvieron las caricias. Y volvió el avance incontenible… Y yo, con toda la culpa del mundo, me entregué.
Silencio. Ahora, con dolor…
Tres días después de este episodio, Eduardo Just se estrelló con su aeroplano en Entre Ríos. Falleció en el acto. Fue el primer y único hombre que tuve en mi vida.
Yo seguí viviendo con Salvador. No podía divorciarme. Y ni cruzaba por mi cabeza la posibilidad de pedir la nulidad del matrimonio, cosa que hubiese podido hacer con todo derecho. Simplemente callé.
Silencio.
Lucía vuelve al piano de luto y toca.
Morí el 20 de marzo de 1935, de un cáncer en la matriz.
Mi piano silencioso estuvo guardado en un altillo durante décadas. Finalmente, un sobrino nieto de Salvador lo donó al Museo de la Ciudad de Buenos Aires, donde se exhibe en la actualidad.
Yo estoy enterrada en una bóveda abandonada del Cementerio de la Recoleta. El día que termine el litigio por la sucesión de bienes de la familia Martínez, mis cenizas, con toda seguridad, irán a parar a la basura.
Mi "Libro de la esposa", en tanto, durmió en la biblioteca de casa hasta la muerte de Salvador, en 1951. Después le perdí el rastro, pero –por lo visto–
nadie se dignó a abrirlo, siquiera.
Terminó en una librería de viejo de la avenida Santa Fe. Y ahí sí. Hace poco, alguien lo encontró, y leyó mi nombre, y leyó la dedicatoria, y leyó mi historia escrita de puño y letra en los márgenes del tomo, y entonces, por fin, pude hablar.
Apagón.
FIN
Contacto Autor : Jose Montero monterojose@yahoo.com
Buenos Aires, agosto – octubre de 2003.