martes, 15 de mayo de 2007

LA HIJA DEL SEPULTURERO

De Gastón Quiroga

gastonqui@argentina.com
www.portaldedramaturgos.com.ar/gastonquiroga

Personajes:
Mauricio
Madre
Nilda
(Sala en una casona de pueblo. Maniquíes, telas, tijeras, y otros elementos de costura abundan por todas partes. La madre, mujer entrada en años, se halla sentada en su silla de ruedas. Mauricio, de unos veinticinco años de edad, sentado a sus pies, canta una antigua canción de cuna mientras cose cuidadosamente una mortaja. Cuando finaliza la canción, la madre se aleja de Mauricio.)
Madre-. ¿Terminaste? Fue espantoso. Cada vez lo hacés peor. ¿Cuántas veces tengo que decirte que no tenés habilidades para el canto? Ni para el canto ni para ninguna otra cosa. Yo no creo que resista una noche más.
Mauricio-. ¿Quién?
Madre-. La hija del sepulturero. No creo que pase de esta noche. ¡Qué horror! ¡No quisiera estar en el lugar de ese padre! Quizás sin saberlo, esta tarde cavaba la fosa donde mañana sepultará a su hija. Es terrible. Yo soy afortunada de tenerte a vos…… Javier.
Mauricio-. Mauricio.
Madre-. Sería capaz de matarme, antes que tener que cavar tu tumba con mis propias manos.
Mauricio-. ¿Matarte? Eso sería un grave error.
Madre-. ¿Por qué, hijo mío?
Mauricio-. Porque si lo hicieras vendría la policía, y en esta casa no queremos policías.
Madre-. Es verdad. Uniformados eran los de antes, los que daban la vida por su pueblo, como tu hermano Javier. Y hablando de uniformes, ¿cómo va eso?
Mauricio-. Ya casi está. (Le entrega la mortaja)
Madre-. ¿A ver?... Muy bien… una obra de arte. Esperemos que le vaya bien. Hace dos años que cumplió los quince. Las medidas no pueden haber cambiado mucho. El crecimiento propio de la edad se compensa con el declinar de la enfermedad. Muy bien. Ahora sólo nos queda esperar. ¿Te das cuenta, hijo mío? Si la gente se muriera más seguido nosotros viviríamos con menos preocupaciones. Nos sería mucho más fácil mantenernos y mantener esta casa… A propósito, hay que lustrar los bronces. Deben estar tapados por el polvo.
Mauricio-. Los lustramos hace poco.
Madre-. Sabés que me gusta que reluzcan como el primer día. Sacalos, dale. Hay que tenerlos en condiciones para cuando venga… esa chica…la hija de Felipe. ¿Cuándo dijo que vendría?
Mauricio-. En una semana.
Madre-. Me resulta extraño que quiera visitarnos.
Mauricio-. No conoce a nadie aquí. Y no viene a visitarnos. Viene a buscar empleo.
Madre-. Eso es lo extraño. Que venga desde Buenos Aires a buscar trabajo en este pueblucho de mala muerte.
Mauricio-. Ella nació aquí. Su padre era de aquí. Tal vez quiera… recuperar su pasado.
Madre-. ¿De qué pasado me estás hablando? ¿A quién puede ocurrírsele pensar en el pasado, y mucho menos recuperarlo?
Mauricio-. Tal vez a aquellos que han perdido la memoria.
Madre-. ¡Por favor! Está lleno de viejas arterioscleróticas que perdieron la memoria, no se acuerdan ni cómo se llaman y por eso no vuelven al pueblo donde nacieron a recuperar su pasado.
Mauricio-. Las viejas arterioscleróticas han olvidado que en algún lugar, todos tenemos un pasado. En la memoria, en un cajón olvidado, de esos que hace mucho que no abrimos, o en un rincón del sótano, envuelto en una sábana vieja. (Queda pensativo. La madre se acerca. Lo mira, lo toma de una mano).
Madre-. ¿Estará muy consumida?
Mauricio-. (Que sigue en su pensamiento) No sé… hace mucho que no…
Madre-. (Lo interrumpe enseguida) ¿Sabés de quién te hablo, no? De la hija del sepulturero. ¿Estará muy consumida, muy arruinada?
Mauricio-. No sé.
Madre-. Yo sí sé. Tantos meses a suero y medicamentos hacen que el cuerpo empiece a consumirse antes de perecer. ¡Dios no lo permita!
Mauricio-. Y eso a nosotros, ¿qué nos importa?
Madre-. ¿Cómo qué nos importa? Si la difunta está muy consumida la van a velar a cajón cerrado. ¿Y si la velan a cajón cerrado me querés decir quién diablos le va a mirar la mortaja? (Se lamenta, llorosa) ¡Tanto esfuerzo, noches sin dormir, cuidando que cada puntada sea perfecta! ¡Tanta dedicación! ¿Para qué? ¿Para qué me querés decir? Si nadie… ¡nadie va a poder apreciar lo sublime de nuestra creación! (cambia repentinamente su tono, de lamentoso a inquisidor). ¿Te parece una buena chica?
Mauricio-. Sí. No sé. Después de todo qué importa. Si igual se va a morir.
Madre-. ¿Cómo que se va a morir? ¿De dónde sacaste eso? ¿Está enferma?
Mauricio-. ¿Acaso no estamos preparando su mortaja?
Madre-. Vos me seguís hablando de la hija del sepulturero, y yo te estoy hablando de la hija de Felipe. La que te escribió diciendo que viene a visitarnos. Te pregunté si era bonita.
Mauricio-. Me preguntaste si era buena chica.
Madre-. Y ahora te pregunto si es bonita. Y no me contestás ni una cosa ni la otra. Y yo termino hablando sola como siempre.
Mauricio-. Es buena… y es bonita.
Madre-. ¿Te gusta?
Mauricio-. No.
Madre.- (Precavida) ¿Decime, a vos te gustan las mujeres?
Mauricio-. (Incómodo, no sabe que le conviene contestar) Sí.
Madre-. (Arremete inquisidora) ¿Quién es? ¿Quién te gusta? ¿Dónde la conociste?
Mauricio-. ¡No! Me equivoqué. No me gustan.
Madre.- ¿Entonces te gustan los hombres?
Mauricio.- No, mamá.
Madre.- ¿Y entonces qué te gusta?
Mauricio.- Nada.
Madre.- ¿Nada? ¿Cómo puede ser que no te guste nada? Si no te gustan las mujeres y tampoco te gustan los hombres, entonces alguna otra cosa te tiene que gustar. ¿Te gustan los animales?
Mauricio.- Sí. Digo… no.
Madre.- Te gustan los animales.
Mauricio.- Me gustan, sí. Pero no como vos pensás.
Madre.- ¿Y vos cómo sabés lo que yo pienso?
Mauricio-. Yo sé, yo sé…
Madre-. Vos no sabés nada. ¿Qué vas a saber? Joderme la vida a mí. Eso sabés. (Pausa) Estoy segura de que esa chica no viene solamente a buscar trabajo, algo me dice que viene aquí por otra cosa. (Mauricio la mira incómodo) ¿Por qué te quedás así, mirándome como un tarado? No sé qué te habrá escrito en esas cartas pero… no serás tan estúpido como para pensar que esa mujer se enamoró de vos. Mirá si con todos los candidatos que debe tener en Buenos Aires va a viajar cientos de kilómetros para venir a verte a vos. ¡A vos! ¡Un minusválido que vive de la muerte de los demás! ¡Por favor! Yo fui muy amiga de Felipe. Y seguramente él le habrá hablado muy bien de mí. Felipe le debe haber contado que soy una gran persona, una gran mujer, una gran madre…
Mauricio-. (Por lo bajo) Una gran puta…
Madre-. Dejate de murmurar a mis espaldas. Ahora entiendo porqué viene esa chica. Viene a conocerme a mí. (Ríe recordando) ¡Felipe le habrá contado tantas cosas! De cuando íbamos a bailar con tu padre y él. ¡Era un loco! Era un loco divertido. ¡Sí! Felipe era unos de esos locos con los que uno puede pasar horas hablando de cualquier cosa sin aburrirse ni un momento. Le bastaba tomar una copa para ser el alma de cualquier fiesta.
Mauricio-. Mamá, ¿porqué en vez de casarte con papá no te casaste con Felipe?
Madre-. Felipe era de esos hombres que no nacen para casarse. Él decía que el vino y las mujeres estaban hechos de la misma cepa, y como no se conformaba con una sola copa, tampoco lo hacía con una sola mujer. Nunca hubiese sido feliz a su lado.
Mauricio-. Pero con papá… tampoco fuiste feliz.
Madre-. ¡Ja! ¡Tu padre! Con tu padre no sólo no fui feliz sino que me arruinó la vida. ¡Cómo pude soportarlo tantos años! ¿Cómo pude respirar todas las noches al lado de un hombre al que detestaba? ¿Cómo pude tener hijos con ese adefesio? Menos mal que nos abandonó, y menos mal que se murió.
Mauricio-. No sabemos si se murió.
Madre-. ¡Cómo podría haber sobrevivido si era un ser completamente inútil! Para todo dependía de mí, igual que vos. ¿Qué te pasaría si algún día te fueras de aquí, si me abandonaras? Te morirías. Te caerías bien muerto antes de que pudieras dar dos pasos para volver a que tu madre te proteja. Por eso vos nunca te vas a ir, ¿no es cierto? Vos nunca me vas a abandonar. Ya sé. Te dieron ganas de abrazarme. Abrazame, vení. ¡Siempre tan vergonzoso mi nene! Vos no tenés la culpa de ser un estúpido, mi amor. Es culpa de tu padre, y de su sangre y de su estirpe… ese linaje de opas que era su familia. Tu hermano Javier sin embargo salió a mí. Inteligente, astuto, lleno de perseverancia. Hubiese sido un triunfador sino fuera por… (Se frena) ¡Tan fuerte que era!… Como comía, ¿te acordás? Devoraba todo. Cuando tu padre nos abandonó y no teníamos ni qué comer… yo sufrí tanto por él. Vos escupías lo que se te diera, y él… siempre pedía más, y nunca había. Me miraba así… tan chiquito… suplicándome un plato más. Y yo sentía tanta impotencia, tanta rabia, tantas ganas de salir a robar para que no siguiera mirándome así. (Mauricio ríe).
Madre.- ¿De que te reís?
Mauricio.- Que mala suerte, ¿no?
Madre.- ¿Qué mala suerte qué?
Mauricio.- Que mala suerte tuviste con Javier. Tanto preocuparte por darle de comer y al final se murió igual.
Madre.- ¿Cómo te atrevés? (Comienza a golpearlo brutalmente) ¿Cómo te atrevés a burlarte de la muerte de tu hermano? ¡Desgraciado! ¡Basura! ¡Tendrías que haberte muerto vos, no él! (Pausa. Mauricio la mira temeroso, acurrucado, desde el suelo) ¿Estará muy flaca? Supongo que sí. Tendríamos que ir a visitarla, ¿no te parece? Así podríamos echarle un vistazo y calcular mejor las medidas. Una mortaja demasiado grande puede llegar a disimularse pero si le queda chica ¿qué hacemos? Probátela.
Mauricio-. Sabés que no me gusta, mamá.
Madre-. No me importa lo que te gusta o lo que te deja de gustar. Quiero ver cómo te queda. (Mauricio empieza a vestirse con la mortaja).
Madre-. Sin pantalones. ¿O es que te da pudor quitarte los pantalones delante de tu madre? ¡Qué ridículo! ¡Delante mío que te cambié los pañales durante años! ¡Durante años, sí! ¡Acordate! Acordate de cuando salías todo mojado del colegio. Me obligabas a soportar las burlas y las sonrisas cómplices de esas chusmas, las madres de tus compañeros: "¿Así que Mauricio de nuevo se hizo encima?" Ahora que sos grande ya podés decirme la verdad: ¿Te orinabas a propósito para hacerme pasar vergüenza, no es cierto? Contestá. ¿Por qué lo hacías?
Mauricio-. No sé. No me aguantaba.
Madre-. ¡Ja! ¡Mírenlo al señorito! ¡No se aguantaba! Hasta yo que estoy postrada en esta silla controlo perfectamente mis esfínteres. ¡Pero el señor no se aguantaba y se meaba delante de todo el mundo! ¿A vos te gustaría que yo me orine encima, que ande por la casa toda meada cuando vienen visitas?
Mauricio-. Nosotros nunca tenemos visitas.
Madre-. Pero vamos a tener. Va a venir esa chica, la hija del sepulturero.
Mauricio-. La hija de Felipe.
Madre-. No hace falta que me corrijas. (Tentada de risa por la ocurrencia) ¿Te imaginás? Que llegase aquí la hija del sepulturero con su tubo de oxígeno bajo el brazo y nos dijera: "Vengo a probarme la mortaja, pienso morirme mañana por la noche". ¡Ay, así tendría que ser este negocio! Los muertos deberían elegir su ataúd, su tumba, su mortaja, como se eligen las zanahorias en una verdulería. Sería maravilloso. Una fila de muertos en la puerta de casa ansiosos por probarse el atuendo.
Mauricio-. (Que viste la mortaja y le sienta demasiado chica) Me aprieta.
Madre-. A ver, date vuelta.
Mauricio-. No puedo respirar.
Madre-. Mejor. Los muertos tampoco lo hacen. No está mal, eh. ¿Sabés en qué estoy pensando? En una estrategia para promocionarnos, ¿qué te parece? (Mauricio hace un gesto. Casi no puede hablar) En un desfile estoy pensando. Hay desfiles para chicos, desfiles para gente extravagante, desfiles para hombres, para mujeres, para novias, para embarazadas, pero desfiles para muertos no hay ninguno. Al menos que yo sepa. ¡Sí, sí, sí! ¿Cómo no lo pensé antes? Vamos a organizar un desfile para muertos.
Mauricio-. ¿Quién va a venir?
Madre-. Las personas que quieran morirse. Los suicidas, los enfermos, los viejos, la gente de buena posición que no sabe en qué gastar su dinero. ¡Va a ser una gran cosa! ¿No me felicitás por la idea que tuve?
Mauricio-. Te… (Toma aire profundamente para poder hablar) felicito.
Madre-. Caminá, movete un poco. ¡Qué muerto más aburrido, por Dios! Yo soy la diseñadora, vos el modelo. Mauricio lleva puesta una fina mortaja de seda, que no se putrifica con el correr del tiempo, especialmente diseñada para cadáveres de buen vestir. Quien ha vestido bien toda su vida no debe resignarse a que sus parientes lo envuelvan en cualquier trapo viejo después de muertos. (Pausa. Se miran incómodos). Le tiene que ir bien. Sacátela. Con cuidado. (Mauricio lucha para quitarse la mortaja). Acordate que se debe tener mucho cuidado con estas cosas.
Mauricio-. Se rompió.
Madre-. ¿Qué? Se descosió querrás decir.
Mauricio-. Se rompió en la espalda. (Gira y la madre ve el enorme tajo en la espalda).
Madre-. (Tapándose los ojos) ¡No me la muestres!
Mauricio-. Ya la viste.
Madre-. No la vi.
Mauricio-. Sí, la viste.
Madre-. ¡Sí, la vi! No tendrías que habérmela mostrado. ¿Por qué lo hiciste?
Mauricio-. ¿Por qué miraste? Te dije que se había roto.
Madre-. No se debe mirar. Estas cosas no se deben mirar.
Mauricio-. ¿Qué vamos a hacer ahora?
Madre-. Nada. No vamos a hacer nada. Es un tajo, un tajo en la espalda, nada más.
Mauricio-. Una mortaja rota es signo de…
Madre-. ¡De nada! ¡No seas supersticioso! De lo único que hay que preocuparse ahora es que la hija del sepulturero va a morirse y no tenemos mortaja. ¿Te parece poco?
Mauricio-. Lo otro me parece peor. Cuando una mortaja se rompe y alguien la mira se dice que…
Madre-. ¿Quién lo dice?
Mauricio-. Vos. Siempre lo decís.
Madre-. Significa que alguien va a morir.
Mauricio-. De una forma espantosa.
Madre-. De una forma terrible.
Mauricio-. Es absurdo. ¿De dónde sacaste eso, mamá?
Madre-. Me lo enseñó mi padre, que en paz descanse.
Mauricio-. Creo que será mejor que no creamos en esas cosas.
Madre-. Si uno de nosotros muriera por culpa de ese tajo en la espalda, no me perdonaría haberlo visto. No te perdonaría habérmelo mostrado. ¡Cómo poder soportar otro crimen!
Mauricio.- ¿Otro crimen, dijiste? Quisiste decir que…
Madre.- No quise decir nada.
Mauricio.- Otro crimen dijiste.
Madre.- Sí, sí, otro crimen. ¿No se cometen crímenes horrendos en todas partes del mundo todos los días? Basta con verlo por televisión.
Mauricio.- Nosotros no tenemos televisión.
Madre.- Pero podemos verlo en las vidrieras de la tienda de electrodomésticos, cuando me llevás al traumatólogo.
Mauricio-. No sé para qué vas tan seguido al traumatólogo. Él dice que no tenés nada.
Madre-. Y yo no sé para qué vas tan seguido a la tienda de electrodomésticos. Cada vez que salís encontrás alguna buena excusa para pasar por allí. Haciendo papelones, plantificado frente a la vidriera como un zombie. Vos mismo me lo has contado.
Mauricio-. Mamá, si yo cometiera un crimen, si matara a alguien, ¿vos me delatarías?
Madre-. Por supuesto que no.
Mauricio-. En ese caso serías mi cómplice. Y si pasado el tiempo, te arrepintieras y quisieras delatarme, ya no habría vuelta atrás. Serías tan culpable como el asesino. Callar también es una forma de asesinar.
Madre.- No sé por qué salís con esas cosas. En esta casa sólo vivimos nosotros dos. Y yo no voy a matarte y vos a mí tampoco.
Mauricio.- ¿Entonces?
Madre.- Entonces es muy probable que entren ladrones o terroristas y nos pongan un arma en la sien o una bomba debajo del ropero y nos hagan a estallar a los dos. No, a los dos no. Porque se supone que debe ser un crimen, no dos. Yo no quiero que te maten, hijo.
Mauricio.- Pero podrían matarme.
Madre.- Ni quiero que me maten a mí.
Mauricio.- Pero podrían matarte. ¿A quién otro van a matar si acá sólo vivimos vos y yo?
Madre.- Al perro.
Mauricio.- No tenemos perro, mamá.
Madre.- Es verdad, no tenemos perro. ¡Qué problema! Pero podríamos conseguir uno.
Mauricio.- Sí, me gustaría. Lo perros sí que saben dar cariño, a veces más que las personas.
Madre.- ¿Viste que yo tenía razón? Te gustan los animales.
Mauricio.- Traigamos un perro, mamá.
Madre.- ¡Sos un degenerado! Te gustan los animales.
Mauricio.- ¡No!
Madre.- ¡Asqueroso! Un perro es un animal inmundo, sucio, que hace sus necesidades en cualquier parte, y preferís el cariño de un perro al de tu propia madre.
Mauricio.- (Resignado) Tenés razón, mamá. No me gustan los perros.
Madre.- ¿Y entonces qué te gusta?
Mauricio.- A mi me gustas vos mamá.
Madre.- Eso es lo que quería escuchar. Mi bebé… ¿Así que te gusto? Decime, ¿te parezco linda?
Mauricio.- Sí. Muy linda.
Madre.- ¡Ja! Si hubieras nacido antes… No sabés que pedazo de mujer era yo a los veinte, o a los treinta. Decime una cosa, si no fueses mi hijo, es decir, si yo no fuese tu madre, ¿te casarías conmigo? Contestá. ¿Te casarías conmigo?
Mauricio.- (Incómodo) No sé, podría ser, qué se yo.
Madre.- Sin embargo yo nunca me casaría con vos.
Mauricio.- ¿Por qué?
Madre.- Porque ya me casé una vez con un idiota y me fue muy mal.
Mauricio.- Yo no soy idiota.
Madre.- (Ríe) ¡Ja! ¡Mírenlo! ¡Se cree vivo! ¡Se cree inteligente! Vos naciste idiota y quedaste todavía más idiota después de la poliomielitis.
Mauricio.- Meningitis.
Madre.- ¡Lo que sea! La cuestión es que seguirás siendo idiota por el resto de tus días y hasta que te mueras.
Mauricio.- O hasta que vos te mueras.
Madre.- Vos vas a morirte primero.
Mauricio.- ¿Cómo sabés?
Madre.- Me lo dijo alguien que sabe mucho de esas cosas.
Mauricio.- ¿El médico? ¿Te lo dijo el médico?
Madre.- Me lo dijo una gitana.
Mauricio-. ¿Las gitanas qué saben de la muerte?
Madre-. Saben. Mucho más que vos.
Mauricio-. ¿Te parece? (Se miran. La madre incómoda. Mauricio con cierta ironía) ¿Más que yo?
(PAUSA)
Madre-. Mejor hablemos de…
Mauricio-. (Rápido) De cine, ¿te parece? Hablemos de cine, de películas, de las películas que veías en tu juventud.
Madre.- (Recuerda embelesada. Suspira) ¡Las películas de Clark Gable! ¿Alguna vez te conté que yo tenía un amante… quiero decir, un novio, que era idéntico a Clark Gable?
Mauricio.- No, no me lo habías contado.
Madre.- Era igualito. ¡Dos gotas de agua! Era Clark Gable en persona.
Mauricio.- ¿Felipe? (Ella lo mira) ¿Felipe era tu amante?
Madre.- Felipe no se parecía a Clark Gable.
Mauricio.- Pero era tu amante.
Madre.- Pero no se parecía.
Mauricio.- ¿Por qué no me contestás lo que te pregunto?
Madre.- Porque no estamos discutiendo si Felipe era o no era mi amante. Estamos discutiendo si se parecía o no a Clark Gable.
Mauricio.- Pero yo quiero discutir sobre si era o no tu amante.
Madre.- Y yo quiero discutir si se parecía o no a Clark Gable.
Mauricio-. Ya pasó mucho tiempo. Podés contármelo ahora. Felipe y vos…
Madre-. (Interrumpe escandalizando) ¡Tenía un romance con un hombre de Buenos Aires! ¡Un hombre casado!
Mauricio-. ¿Quién?
Madre-. La hija del sepulturero. De ella estábamos hablando. Pero siempre te las arreglás para llevar la conversación hacia donde vos querés. Y al final no me contestaste, ¿te casarías conmigo o no?
Mauricio.- No sé… Tendría que pensarlo.
Madre.- Tu padre ni lo pensó. Un mes estuvimos de novios. Y nos casamos una mañana, sin pensarlo. ¿Cómo no me daba cuenta que estaba asistiendo a mi propio entierro? Al fin y al cabo, la muerte y el casamiento tienen mucho en común. En ambos casos te visten de blanco. ¿Qué habrá sido de él? ¿Habrá tenido otros hijos? ¿Cómo habrá muerto?
Mauricio-. Si papá tuvo otros hijos, entonces yo tendría otros hermanos.
Madre.- De cáncer seguramente.
Mauricio.- Y si tuviera otros hermanos podría encontrarme con ellos algún día.
Madre-. De cáncer de pulmón.
Mauricio.- Y si me encontrara con ellos podría irme de acá.
Madre.- ¡No! De pulmón no, porque no fumaba.
Mauricio.- Y si me fuera de acá podría…
Madre.- ¿Podrías qué?
Mauricio.- Podría…
Madre.- ¿Podrías qué?
Mauricio.- Podría…
Madre.- ¡Decilo!
Mauricio.- No sé… no sé, no se me ocurre nada. (Se hecha a llorar).
Madre.- (Tierna) ¡Mi tesoro! Vos no podrías hacer nada. Nunca. Ni acá ni en ninguna otra parte. Porque sos el colmo de la inutilidad. Vas a quedarte aquí conmigo hasta morir de cáncer igual que tu padre.
Mauricio-. (Casi infantil) Yo te quiero mucho, mamá. Te quiero más que a nadie en el mundo, y sé que vos también me querés. Pero a veces pienso que si me muero te vas a poner contenta.
Madre.- ¿Qué decís? Nunca vuelvas a pensar una cosa así. El día que a vos te pase algo yo me pego un tiro.
Mauricio-. ¿En serio?
Madre-. ¡Claro que sí!
Mauricio.- (Desconfiado) ¿Con qué arma?
Madre.- ¿Cómo?
Mauricio.- Con que arma. Porque acá no hay armas.
Madre.- ¿Y quién te dijo que el tiro me lo voy a pegar acá adentro? ¿Para que venga la policía otra vez? No. Me lo voy a pegar en la calle. Para que todos vean cuanto sufrí. Para que todos sepan cuanto te quise. Y ahí sí quiero que esté la policía. Muchos policías. Unos dibujarían el contorno de mi cuerpo con tiza en el asfalto, otros pondrían vallas para que la gente no pase. Porque estaría lleno de gente, curiosos, asombrados, fascinados por el espectáculo. Y después llegarían los periodistas. No, mejor antes. Viste que los periodistas siempre llegan antes que la policía, y yo saldría por televisión, en todos los canales: "Madre abnegada se suicida tras la muerte de su hijo". Sería tapa de todos los diarios. Me haría famosa. Mauricio.- Pero no te enterarías porque estarías muerta.
Madre.- (En la suya) Los camilleros me suben a una ambulancia, ¿te imaginás?, mientras los periodistas me siguen y me asedian a preguntas: "¿Porqué tomó esta decisión, señora?, ¿Ya lo había intentado anteriormente? ¿Dónde consiguió el arma?" Todo el país, el mundo estaría pendiente de mí.
Mauricio.- Pero no te enterarías porque estarías muerta.
Madre.- (Igual) Y después lo más apasionante: el velatorio. Coronas de flores y flores y más flores llegarían de todas partes del mundo.
Mauricio.- Pero no te enterarías porque estarías muerta.
Madre.- Y las multitudes harían largas colas para rezar una oración frente a mi ataúd. Vendría el presidente, daría un discurso: "He aquí un ejemplo de madre que supo dar la vida por su hijo"
Mauricio.- Pero no te enterarías porque…
Madre.- (Estalla) ¡Callate, querés! ¡Vos tampoco te enterarías porque se supone que para que me pegue el tiro tenés que haberte muerto antes que yo! No me dejás hablar, no me dejás siquiera imaginar como va a ser mi propia muerte.
Mauricio.- Tu muerte no va a ser así.
Madre.- ¿Y vos qué sabés cómo va a ser mi muerte? Dejame imaginar cómo yo quiero que sea. Ya que ni sueños tenés, dejame soñar los míos.
Mauricio.- Yo tengo sueños.
Madre.- No hablo de ganas de dormir, hablo de otros sueños, de ilusiones, de anhelos.
Mauricio.- Yo también tengo.
Madre.- ¡Pero qué vas a tener vos si sos un pobre infeliz! A ver, contame qué anhelos tenés.
Mauricio-. A mí me gustaría, por ejemplo… algún día… casarme, y tener un hijo. (La madre ríe a carcajadas). ¿De qué te reís, mamá?
Madre-. ¿Un hijo? ¿Vos? (Ríe) ¿Cómo se te ocurre pensar en la posibilidad, en la remota posibilidad de tener un hijo? ¿Cómo se te ocurre que podrías casarte? Partamos de ahí. ¿Quién podría fijarse en vos, me querés decir? ¿Quién?
Mauricio-. No sé… alguna chica.
Madre-. Alguna trastornada querrás decir. Alguna desquiciada, tuberculosa igual que vos. ¡Casarte y tener un hijo! ¡Ja! ¿Y yo qué, eh? ¿Qué harías conmigo? ¿Ya te olvidaste que estoy imposibilitada? ¿Ya te olvidaste que soy tu madre y que di mi vida por vos? ¡Hijos! ¿Para qué parir hijos? Para que te arranquen los pezones de chicos y te arranquen el corazón de grandes. Si pudiera volver el tiempo atrás, jamás me casaría, ni tendría hijos. ¿Para qué? Para perderlos como a Javier… como a la hija de Felipe.
Mauricio-. (Cauteloso) ¿La hija de Felipe… es tu hija?
Madre-. ¿Qué decís? (Lo golpea con toda su furia, descarga su ira en cada frase que pronuncia) ¿Qué estupideces estás diciendo? ¿Cómo podés insinuar que yo…? ¿Qué tuve una hija con Felipe estás diciendo? ¡Estás insinuando que tuve una hija con un hombre que no fue tu padre, y que por eso tu padre me abandonó, y que esa mujer va a venir a conocerme porque soy su madre, y que no voy a saber ni cómo mirarla cuando entre por esa puerta!
Mauricio-. (Llorando) Vos dijiste "Para qué tener hijos, para perderlos como a la hija de Felipe".
Madre-. Dije para perderlos como a la hija del sepulturero. Pobre muchacha. ¡Toda una vida por delante! (Pausa. Ambos evitan mirarse) Yo tuve sólo dos hijos. Lo tuve a Javier, que en paz descanse, y te tuve a vos, maldita sea la hora. (Pausa. Mauricio cabizbajo, la madre se acerca cariñosa). Decime una cosa, mi amor, si a mi me pasara algo, ¿vos te pegarías un tiro?
Mauricio.- No sé, tendría que conseguir un arma.
Madre.- Supongamos que yo te consiguiera el arma, ¿lo harías?
Mauricio.- Claro que lo haría.
Madre.- ¿Me lo prometés mi vida?
Mauricio.- Sí, te lo prometo.
Madre.- ¡Mi hijo querido! ¡Como quiere a su madre! (Entusiasmadísima con la idea) Tenemos que conseguir un arma. Si vos te morís primero yo me pego el tiro, si me muero yo antes, te lo pegás vos. ¿No es fantástico? ¿Y que lugar elegirías?
Mauricio-. ¿Cómo?
Madre-. Para pegarte el tiro, ¿qué lugar elegirías?
Mauricio-. (Luego de pensar un instante) El baño.
Madre-. ¿El baño?
Mauricio-. Sí, el baño.
Madre-. Es tu lugar favorito, ¿no?
Mauricio-. Sí.
Madre-. ¿Puedo saber por qué?
Mauricio-. Porque ahí puedo estar tranquilo. Sin que nadie me moleste.
Madre-. ¿Es por eso que te pasás horas ahí encerrado? ¿Qué es lo que hacés en el baño? ¿Te manoseás?
Mauricio-. No.
Madre-. No me mientas.
Mauricio-. ¿Y vos te manoseás?
Madre-. Ése no es el tipo de pregunta que un hijo deba hacer a su madre.
Mauricio-. (Cauteloso) A veces… me toco. ¿Está mal?
Madre-. Depende. Depende en quién estás pensando mientras te manoseás.
Mauricio-. En nadie.
Madre-. En alguien tenés que pensar. (Pausa. Mauricio baja la cabeza) ¿Pensás en el perro? ¡No lo digas! ¿Qué crié, Dios mío? ¿Qué crié? ¡Degenerado! ¡Estoy segura que pensás en el perro!
Mauricio-. No pienso en ningún perro. Y si fuera un degenerado, no sería el primero ni el único en esta familia.
Madre-. (Evasora) Está bien. Hablemos de otro tema, no sé, de algo interesante para salir de la rutina, hablemos de… a ver… de algo de lo que no hayamos hablado antes. ¡Ya está! Hablemos de la hija del sepulturero.
Mauricio-. Ya hablamos de eso.
Madre-. ¿Cuándo?
Mauricio-. A cada rato, desde hace meses.
Madre-. No importa, hablemos igual.
Mauricio-. ¿Por qué siempre tenemos que hablar de muerte, de muertos, de mortajas…?
Madre-. ¿De qué vamos a hablar si es la muerte lo que nos mantiene vivos a los dos? Los políticos no hablan más que de política, los deportistas hablan de deportes, los chismosos hablan de los demás, de sus vecinos y sobretodo de aquellos que se orinan, entonces nosotros ¿de qué otra cosa vamos a hablar que no sea de muertos o de mortajas?
Mauricio-. De la hija de Felipe.
Madre-. Está bien. Hablemos de la hija de Felipe. La conociste en el velatorio de su padre. (Piensa) ¿Quién le habrá confeccionado la mortaja a Felipe? ¿Enviaron muchas flores? ¿Lo lloró mucha gente?
Mauricio-. (Rendido) Bastante.
Madre-. ¿Quiénes estaban? ¿Algún conocido?
Mauricio-. No, no sé. Fue hace tanto tiempo. Ya ni me acuerdo.
Madre.- Tratá de acordarte quién más estaba en el velorio. Tenemos que saber algo de ella, de su vida, sino no vamos a tener tema de conversación. ¿Tomaron café?
Mauricio.- Si. (Duda) No.
Madre.- ¿Si o no?
Mauricio.- (Agotado) No me acuerdo.
Madre.- Hacé un esfuerzo. ¿Tomaron té o café?
Mauricio.- ¿Qué importancia tiene?
Madre.- Tiene importancia. Vamos a tener una visita y yo no voy a saber si ofrecerle té o café.
Mauricio-. (Harto) Tomamos café. De filtro. Sin azúcar.
Madre.- ¿Y le dijiste que soy paralítica?
Mauricio.- Le dije que te hacés la paralítica y que cuando no te veo abandonás la silla y deambulás muy campante por toda la casa.
Madre.- (Ríe) ¡Qué gracioso! ¿Y porqué le dijiste eso?
Mauricio.- (Pausa) Porque quise hacerle una broma.
Madre.- Y a esa chica… ¿le gusta que le hagan bromas?
Mauricio.- A veces.
Madre.- Podríamos hacerle una, ¿no te parece?
Mauricio.- ¿Cómo cuál?
Madre.- No sé, no se me ocurre.
Mauricio.- A mi sí se me ocurre. Podríamos decirle por ejemplo… que tenemos un cadáver en el sótano. Envuelto en una sábana vieja. Adentro de un baúl. El cadáver de Javier.
Madre.- Sí. (Pausa. Piensa) No, mejor no. Mejor le decimos el cadáver de tu padre.
Mauricio.- Pero papá no murió.
Madre.- Sí murió.
Mauricio.- Vos no tenés pruebas de que se haya muerto.
Madre.- Y vos no tenés pruebas de que no se haya muerto.
Mauricio.- Entonces podría estar vivo.
Madre.- Como podría estar muerto.
Mauricio.- ¿Y si estuviera vivo?
Madre.- Hijo, algún día tendrías que madurar. Aceptar de una vez la muerte de tu padre y dejar de decir estupideces. Porque nadie quiere a un estúpido.
Mauricio.- Que nadie me quiere, eso ya lo sé.
Madre.- A vos la única que te quiere soy yo. Vení, acercate. Ponete acá a la luz, quiero verte de cerca. (Lo sienta sobre su falda. Tierna.) ¡Mi chiquito! ¡Cómo ha crecido! Quiero que me contestes una pregunta hijito, pero decime la verdad, mamita no se va a enojar ni va a castigarte, contestame: ¿por qué te meabas? Mirá que te propiné sopapos, eh. Pero fue en vano. ¿A vos te gustaría que tu mamita se orinase delante de tus amigos?
Mauricio-. Yo no tengo amigos, mamá.
Madre-. Bueno, pero por ejemplo, esa chica… la hija de Felipe. Podríamos decir que es tu amiga, ¿o no?
Mauricio-. Tal vez.
Madre-. ¿Y que sentirías si yo me orinase delante de tu amiga?
Mauricio-. No hagas eso, mamá. Por favor.
Madre-. Te morirías de vergüenza. Como me avergonzaba yo ante la chusma.
Mauricio-. Pero ya no lo hago más. Nunca más.
Madre-. Así me gusta. (Lo abraza) ¡Está tan grande, mi chiquito! Ya sos casi un hombrecito. Te salió un lunar.
Mauricio.- Lo tuve siempre.
Madre.- No, te salió ahora. ¿No voy a saberlo yo? Sos lindo muchacho, ¿sabés? En eso saliste a mí. Decime, ¿te parezco linda?
Mauricio.- Ya te dije que sí.
Madre.- ¿Me conservo bien a pesar de todo, no?
Mauricio-. ¿A pesar de qué?
Madre-. A pesar de vos, de lo que me hacés renegar, de los disgustos que me das, de haber entregado mi vida para que hoy seas lo que sos.
Mauricio-. Para que sea lo que soy, te hubieras ahorrado el trabajo, mamá.
Madre-. Tengo miedo, ¿sabés?
Mauricio-. ¿Miedo?
Madre-. Tengo miedo de que esa mujer… la hija de…
Mauricio-. Del sepulturero.
Madre-. No. La hija de Felipe. Tal vez sería mejor que le escribas para que no venga. ¿Quién tiene ganas de recibir visitas? ¿Vos tenés ganas? Yo tampoco. Sí, sí, sí, vamos a escribirle diciéndole que no podremos recibirla.
Mauricio-. Pero ella… nos avisó con anticipación. Le dijimos que podía venir. Vos dijiste que podía venir.
Madre-. Pero ahora lo pensé mejor y digo que no. ¿Por qué estás tan interesado en recibir a esa chica? ¿No te habrás enamorado de ella?
Mauricio-. No, mamá.
Madre.- Recién me comentabas que te gustan las mujeres.
Mauricio.- Dije que me gustás vos.
Madre.- ¿Y no soy una mujer acaso?
Mauricio.- Es distinto. Sos mi madre.
Madre-. Olvidate de que soy tu madre. Si no lo fuera, si no hubiese lazo de sangre que nos uniera, podríamos noviar, ¿no te parece? Yo te gusto, vos me gustás, ¿Haríamos buena pareja, no es cierto? (Pausa). ¿Qué pensás?
Mauricio-. Que ese no es el tipo de pregunta que una madre deba hacer a un hijo.
Madre-. ¡Mirála vos a la mocosa! ¡Tener un romance con un hombre casado! ¡Hay que ser…! (Buscando complicidad) ¡Qué puta!, ¿no?
Mauricio-. ¿Estás hablando de…?
Madre-. ¡De la hija del sepulturero! ¿De quién otra sino? Ella viajaba a Buenos Aires cada quince días. Él le pagaba el pasaje, el alojamiento, y se veían a escondidas y se hacían cositas como se hacen los amantes.
Mauricio-. ¿Y vos cómo sabés que los amantes hacen "cositas"?
Madre-. ¡Todo el mundo lo sabe! No hace falta tener un amante para saberlo.
Mauricio-. Cuando yo tenga una amante vamos a hacernos cositas.
Madre-. (Descostillándose de risa) El día que vos tengas una amante yo voy a ganar las olimpíadas de salto en largo. (Seria, agresiva). Para tener una amante tenés que ser un hombre, como Felipe, como tu hermano Javier. ¡Esos eran hombres de verdad, no estropajos enfermos como vos! (Pausa. Mauricio autocompadecido. Ella esquiva su mirada). ¿Qué vamos a hacer con esa mortaja? No estoy preparada para soportar otra tragedia.
Mauricio-. No es para tanto. No será la primera vez que mirás una mortaja rota.
Madre-. No. No es la primera vez. La anterior fue para el abuelo de la farmacéutica. El viejo hacía semanas que no ingería bocado alguno. Era piel y hueso cuando se murió. Una mortaja tan diminuta que se resistía fatalmente a entrar en el maniquí. Tanto luché que acabé por romperla. Hasta ese momento me parecía una estupidez la superstición de mi padre. La miré, vi el enorme tajo que atravesaba en dos la vestidura. Fue la noche en la que Javier murió.
Mauricio-. La noche en que lo mataron querrás decir.
Madre-. La noche en que lo mataron, sí. Los ingleses. En la guerra junto a otros soldados.
Mauricio.- Javier no era soldado. Y no hubo ninguna guerra.
Madre.- ¿Cómo que no hubo guerra? ¡¿Cómo que no hubo guerra?! ¡Por Dios! ¿Cómo puede salir este país adelante con gente que se olvidó de la guerra? Vos no te acordás porque eras un mocoso, y porque la mente no te daba para razonar que había una guerra. Tu hermano fue un servidor de la patria, un héroe. Y no tengo siquiera una tumba donde ir a llorarlo.
Mauricio-. Pero está su cadáver… en la…
Madre.- Está su cadáver sí, lejos, muy lejos, y está lleno de ingleses que no te dejan pasar. Y te prohíbo que sigas hablando de Javier. Deberías sentir pena. Deberías sentir culpa por estar vivo mientras él no lo está.
Mauricio-. Eso es lo que vos sentís. Tendrías que haberme matado antes de que naciera, ¿sabés?
Madre-. ¿Y te pensás que no lo intenté, pedazo de infeliz?
Mauricio-. Hacélo ahora entonces. ¿Qué esperás? ¡Tomá! (Obliga a la madre a tomar un almohadón) ¿Tengo que enseñártelo? Basta con apretar fuerte. Bien fuerte (Toma la mano de la madre y la obliga a tapar su boca con ella. La madre se resiste).
Madre-. ¡Soltáme, enfermo! No voy a matar a nadie porque no soy una asesina.
Mauricio-. ¿Pero yo sí, no es cierto? ¡Yo sí! Todo el tiempo me lo estás diciendo, aunque no te atrevas a mencionarlo. Javier no fue ningún héroe ni estuvo en ninguna guerra. Era un vago que no servía para nada. Un degenerado. Vos sabías muy bien lo que me hacía…
Madre.- No empieces con eso otra vez.
Mauricio-. Se metía en mi cama todas las noches. Siempre lo supiste y mirabas para otro lado.
Mauricio-. ¡No sigas! Mejor hablemos de…
Madre-. ¡Por eso lo maté!
Madre-. ¡Cavar con sus propias manos la tumba de su hija! ¡No quisiera estar en el lugar de ese padre!
Mauricio-. ¡Asfixiado! Con una almohada igual a ésta.
Madre-. ¡Basta! Es esa enfermedad y ese maldito tajo en la mortaja lo que te está haciendo delirar.
Mauricio-. ¿Por qué no les dijiste la verdad? Ahora estaría libre, ¿sabés? Libre de tu odio, de tu rencor, libre de tus insultos, de tus miradas…
Madre-. Sería mejor que te calles, que cierres esa boca de cuajo, antes de que alguien te oiga y venga la policía otra vez.
Mauricio-. Todo el pueblo escuchó tu llanto y tus gritos escandalosos. ¡Por eso vino la policía!
Madre-. Estás loco. La policía vino a avisarme que había sido fusilado en la guerra. Hablemos de otro tema. Hablemos de…
Mauricio-. ¡Basta con la hija del sepulturero! Ojalá se muera ahora mismo. ¡Ojalá ya esté muerta y bien podrida para no tener que escucharte más!
Madre-. Estás loco. ¿Qué tiene que ver esa pobre chica…?
Mauricio-. Claro que tiene que ver. Cuando se muera de una vez hablaremos de las cosas que hay que hablar en esta casa. ¡De nuestros muertos, de nuestros dolores y no de los ajenos!
Madre-. ¡Pobre chica! Yo no creo que pase de esta noche. Fue en Buenos Aires donde se intoxicó, ¿lo sabías? ¿A que eso no lo sabías? Se intoxicó en la misma casa donde hacía esas cositas con su amante. (Mauricio se pone la mortaja violentamente). ¿Qué hacés? ¡Mauricio, por favor! ¡No hagas eso! ¡No hagas eso, hijo mío! (Intenta detenerlo y cae al suelo). ¡Mauricio, por favor, no lo hagas!
Mauricio-. (Mientras rompe la mortaja que tiene puesta) ¡Que suceda lo que tenga que suceder!
Madre-. ¡Quitate esa mortaja, Javier y ayudame a levantarme!
Mauricio-. ¡No soy Javier! ¡No me confundas más!
(Se oye el sonido del timbre).
Madre.- Levantame. ¿O querés que llame a la policía?
Mauricio.- En esta casa no queremos policías.
Madre.- A los bomberos. Llamo a los bomberos.
Mauricio.- No van a venir. (Suena el timbre nuevamente)
Madre.- Levantame ahora mismo o agarro el teléfono y llamo a los bomberos.
Mauricio.- No tenemos teléfono. (Sale a abrir la puerta)
Madre.- ¡No me contradigas!
(Vuelve Mauricio, seguido por Nilda, una joven no mucho menor que él. La madre la mira aterrorizada. Nilda, no aparta sus ojos de la madre que aún se halla en el suelo. Silencio enorme.)
Madre-. (Cauta) ¿Quién es esta mujer?
Mauricio-. Es la hija de Felipe.
Nilda-. Encantada.
Madre-. No la esperábamos tan pronto.
Nilda-. ¿Se siente bien?
Madre-. Perfectamente. (La madre, incómoda, evita mirarla. Mauricio la levanta y la sienta en la silla de ruedas). Estaba haciendo mis ejercicios de elongación. Siéntese, ¿o se va a quedar ahí parada como un semáforo? ¿Quiere un té? ¿O prefiere un café?
Nilda-. Un vaso de agua, si no es molestia. (Mauricio va a buscarlo)
Madre-. ¿Así que usted es la hija de Felipe?
Nilda-. Nilda.
Madre-. Siento mucho lo de su padre, Nilda. Felipe era una gran persona. Demás está decir que la hija de un amigo es bienvenida en esta casa. Pero sólo tenemos dos habitaciones. No podremos brindarle hospedaje por mucho tiempo. Mañana mismo deberá ir buscando otro lugar.
Mauricio-. (Entrando con un vaso de agua que tiende a Nilda) Tres. (La madre lo mira) Hay tres habitaciones.
Madre-. No haga caso. Hay dos.
Mauricio-. Una no se utiliza pero hay tres.
Madre-. ¡Nadie entra en ese cuarto!
Mauricio-. Vos sí entrás.
Nilda-. (Apaciguadora) Voy a quedarme sólo por esta noche. Puedo dormir en un sillón.
Madre-. No se ofenda, pero Javier se refiere al cuarto de Mauricio, mi otro hijo, muerto en la guerra.
Mauricio-. (A Nilda) Mauricio soy yo. Javier es el muerto.
Madre-. Mi hijo Javier fue un soldado que dio la vida por este país. Y desde el día de su muerte sólo yo entro a su habitación. (A Mauricio) Vas a cederle tu cuarto a nuestra invitada.
Nilda.- No hace falta. Si ocasiono inconvenientes prefiero…
Madre.- No se preocupe. Mi cama es bastante grande. Y a él le encanta dormir con su mamita. ¿No, mi tesoro? Andá, preparale el cuarto a la chica. (Mauricio sale). Bueno, Nilda, puede quedarse por esta noche entonces.
Nilda.- Creo que estoy incomodando.
Madre.- No incomoda. Estamos muy felices de tenerla como huésped. ¿Va a cenar con nosotros supongo?
Nilda-. Sería un placer. ¿Puedo ayudarla a preparar la cena?
Madre-. ¡Mi querida! Mauricio es quien se ocupa de eso. Como verá… yo… estoy… momentáneamente imposibilitada. No sé si él se lo había comentado.
Nilda-. Algo me dijo, sí.
Madre-. No haga demasiado caso a lo que él diga. Es enfermo, ¿sabe? Tuvo brucelosis cuando era chico y nunca se recuperó del todo. Siempre fue un chico tonto, débil, que enferma por cualquier cosa. No sé si debiera contarle esto a usted pero… Mauricio es diabético y tiene un retraso mental severo. Necesita constantes cuidados. Es algo muy duro.
Nilda-. Debe ser difícil para usted.
Madre-. Es una carga demasiado pesada para cualquiera. Su enfermedad… lo pone violento. Le aconsejo que se mantenga lo más lejos posible de él. Pero mejor hablemos de su familia. ¿Cómo está su hermano? ¿Se casó? ¿Tuvo hijos?
Nilda-. Sí, tiene un hijo.
Madre-. ¿Qué edad tiene?
Nilda-. ¿Quién?
Madre-. Su hermano.
Nilda-. Es mayor que yo.
Madre-. ¿Y el hijo?
(Aparece Mauricio).
Mauricio-. Ya está listo el cuarto.
Nilda-. ¿Puedo pasar al baño?
Madre-. Por supuesto. Al fondo del pasillo.
Nilda-. Permiso, y gracias. (Sale Nilda).
Madre.- No es la hija.
Mauricio.- Es la hija.
Madre.- Felipe era morocho. Ella es rubia.
Mauricio.- La madre era rubia.
Madre.- No era rubia, era teñida. Y esa mujer no es la hija de Felipe. Me lo dice el corazón. Tiene que irse.
Mauricio.- Es por unos días.
Madre.- Tiene que irse. No tiene el más mínimo parecido con Felipe ni con Clark Gable, y eso no es todo, la hice caer en la trampa. Le pregunté por su hermano. Por la edad de su hermano. "Mayor que yo" me contestó. ¿Qué clase de respuesta es mayor que yo?
Mauricio-. Una respuesta lógica.
Madre-. ¿Lógica? La hija de Felipe nunca tuvo hermanos y creo que ni siquiera se llamaba Nilda. Tenemos una intrusa en casa. Puede ser una espía que viene a averiguar cuánta plata ganamos, qué muebles tenemos…
Mauricio-. Felipe tenía un hijastro. Yo lo conocí. Estaba en el velatorio. Ella misma me lo presentó.
Madre-. Hace un rato ni te acordabas qué cara tenía el muerto, y ahora resulta que de un momento a otro te acordás de Felipe, de la hija de Felipe, del hijastro, de los sobrinos nietos, y empiezo a sospechar que esa mujer es una intrusa que vos hiciste entrar aquí.
Mauricio-. ¿Para qué haría algo así?
Madre-. Para que ocupe mi lugar.
Mauricio-. Nadie podría ocupar tu lugar. Nunca.
Madre-. Ahora decís eso. Después de todo lo que tuve que escuchar hace un rato. Te transformás en algo monstruoso cuando te ponés de ese modo.
Mauricio-. Perdoname, mamá. Prometo no decir cosas como esas nunca más.
Madre-. Tenés que entender que a veces, tu enfermedad te hace desvariar. Te hace imaginar cosas terribles y decir cosas aún peores que no nos hacen bien a ninguno de los dos.
Mauricio-. Te juro que estoy muy arrepentido.
Madre-. Está bien. No hablemos más del tema. Mejor hablemos de otra cosa… Por ejemplo de esa chica…
Mauricio-. La hija del sepulturero. ¿Habrá muerto ya?
Madre-. No, yo te hablo de esta. De la hija de Felipe. (Pausa). Tiene que irse. (Mauricio la mira) ¿Qué pasa? ¿Te gusta? Si me dijiste que te gustaban los animales.
Mauricio.- No me gusta, pero quisiera que se quede.
Madre.- ¿Para qué? ¿Para que queremos alguien que se entrometa en nuestras vidas? Felipe ya está muerto. No tenemos ninguna obligación. ¿Estás pensando en irte con ella y abandonarme para siempre? Dejarme acá postrada sola para toda la vida. Esa extraña no se queda. Ya está decidido. Hoy se va de acá, mañana traemos un perro y vas a ver como ni te acordás que esa mujer existe o existió alguna vez.
Mauricio-. Pensá en la mortaja, mamá. En esa mortaja hecha pedazos. En todo lo que podría pasar, por mi culpa, por mi torpeza, por mi enfermedad. Si ella se queda, podríamos salvarnos. Después de todo, ¿alguien tiene que morir, no? Y no quiero que seas vos.
Madre-. Ni yo quiero que seas vos.
Mauricio-. Entonces ya sabemos a quién le ocurrirá una tragedia.
Madre-. ¿Te parece? (Nilda entra sin ser vista y se para a escuchar). ¡Venir a morirse tan joven! ¡Pobrecita! ¡Toda una vida por delante!
Nilda-. (Se adelanta. Mauricio y la Madre se sorprenden por su presencia. La miran. Nilda ha oído e intuye algo extraño) ¿De quién hablaban?
Mauricio y Madre-. (Pausa. Se miran) De la hija del sepulturero. (Unas gotas comienzan a chorrear de la silla de ruedas. Mauricio mira espantado).
Madre-. (En tono intrascendente). Mauricio… mamita se meó.

APAGÓN.
(Al día siguiente. La madre, muy alterada va y viene en su silla de ruedas, sosteniendo una mortaja vieja y descolorida. Nilda intenta calmarla)
Madre-. ¡Esto es terrible! ¡No es justo!
Nilda-. Esperemos a que vuelva Mauricio. Aún no sabemos si es verdad.
Madre-. Todo el pueblo lo comenta. ¡Van a cremarla! Nadie se muere nunca en este pueblo, y cuando por fin se produce la expiración no hay velorio, ni entierro ni mortaja. Y todo por culpa del imbécil del sepulturero. ¿Por qué no se prenderá fuego él en vez de quemar a la difunta? (Le entrega la mortaja) Pruébesela.
Nilda-. ¿Qué es esto?
Madre-. Era de mi madre. La recuperé cuando la pasamos al nicho.
Nilda-. No puedo.
Madre-. ¿Por qué no? Está limpia y desinfectada. Esa muchacha va a morirse y no me queda más remedio que copiar algún modelo. No hay tiempo para originalidades.
Nilda-. ¿Por qué no dejamos las mortajas por un rato y conversamos sobre algo más alegre? Hace cuatro horas que sólo hablamos de la hija del sepulturero.
Madre-. Veo que el tema no le agrada demasiado. Está bien. Siéntese. (Pausa) Voy a confesarle algo.
Nilda-. La escucho.
Madre-. Lo de anoche… cuando usted llegó…. Y me encontró tirada en el suelo...
Nilda-. ¿Sus ejercicios?
Madre-. Yo no hago ejercicios. Él intentó golpearme.
Nilda-. ¿Lo dice en serio? Parece tan…inocente.
Madre-. Le dije que estaba enfermo. Le advertí que era peligroso. Usted no se imagina las cosas de las que ha sido capaz. Le ruego que se vaya. Será mejor que no la encuentre aquí cuando vuelva.
Nilda-. ¿Por qué iba a golpearla?
Madre-. No es la primera vez que lo hace.
Nilda-. Yo también voy a confesarle algo. Tarde o temprano tiene que saberlo. (Pausa. Se acerca) Mauricio no va a volver.
Madre-. (Ríe incrédula) ¿Qué dice? ¿De dónde sacó esa estupidez?
Nilda-. Me lo dijo, antes de irse.
Madre-. ¿Qué es lo que dijo?
Nilda-. Que cuidara de usted, que no la abandonara. Que se iría para siempre.
Madre-. ¡No invente!
Nilda-. Eso dijo. Y me pidió perdón.
Madre-. Y usted le creyó. ¡Qué ingenua! Váyase por favor. No quiero que le haga daño.
Nilda-. No le tengo miedo.
Madre-. ¡Pero yo sí! Yo sé de lo que él es capaz. No tiene escrúpulos para lograr sus objetivos. Míreme. Dependiendo de estas dos ruedas sólo para ganar un poco de lástima o de compasión. Si no estuviese atornillada a esta silla, quien sabe qué hubiese sido de mí. Seguramente no estaría aquí para contarlo.
Nilda-. ¿Pero entonces…? No es miedo, es terror, es pánico lo que usted tiene.
Madre-. Es mi hijo, mal que me pese. Pero usted… aún está a tiempo de salvarse. Váyase, se lo suplico.
Nilda-. Tranquila. Esta vez no va a volver.
Madre-. ¿Qué sabe usted? Hay hijos que abandonan a sus madres pero no es el caso de Mauricio.
Nilda-. También hay madres que abandonan a sus hijos. ¿Es su caso?
Madre-. ¡No lo es! ¡Y no estábamos hablando de eso! Estábamos hablando de la hija del sepulturero. Llevará un modelo idéntico al que vistiera mi difunta madre antes de pasar al nicho.
Nilda-. Una vez que ella muera, ¿cómo piensa afrontar el pasado? ¿De qué hablaremos cuando ya no exista la hija del sepulturero?
Madre-. De nada. No hablaremos de nada. Porque usted no estará aquí. Habrá muerto o se habrá ido por donde entró.
Nilda-. Vine para quedarme. Tengo derecho. El mismo derecho que cualquiera de sus hijos.
Madre-. ¡Basta! Sé muy bien lo que está insinuando. No sé que ideas le habrá metido Mauricio en la cabeza, no sé que cosas le habrá dicho su padre sobre mí. Pero nada de lo que se imagina es verdad. (Pausa. La enfrenta, decidida) ¡Yo no soy su madre y usted no es mi hija! ¿Eso es lo que quería saber? ¿Para eso vino? ¡Ya se lo dije! Ahora váyase de una vez, antes que Mauricio vuelva. Váyase si no quiere terminar igual que Javier.
Nilda-. Nadie va a matarme, quédese tranquila.
Madre-. ¿Quién habló de matar? Yo sólo… lo nombré a Javier.
Nilda-. ¿No lo mataron acaso?
Madre-. (Desesperada) ¡No, no lo mataron! ¡No crea lo que le hayan dicho! ¡No lo crea, por favor!
Nilda-. ¡Los ingleses! ¡Lo mataron en la guerra!
Madre-. (Tranquilizándose) En la guerra. Sí. En la guerra.
Nilda-. ¿Entonces es cierto que no soy su hija?
Madre-. No insista, por favor. ¿Para qué hablar de cosas que nos duelen? Para qué revolver en el pasado si lo que podamos encontrar allí, lejos de beneficiarnos empeoraría aún más nuestras vidas. Lo mejor es dejar siempre las cosas como están. Y pensar en el futuro, en lo que va a pasar. En la hija del sepulturero que irá a morir de un momento a otro. (Sincera) No tengo nada contra usted, créalo. Pero no quiero que le pase nada malo. Por eso lo mejor es que se vaya. Cuanto antes. Yo la recordaré siempre como… una visita… especial. Hasta pronto Nilda. Fue un gusto haberla conocido. (Nilda recoge sus cosas y se arrima a la puerta) Amé mucho a su padre. Lo amé como ninguna mujer pudo haber amado a un hombre. Un día supe de su muerte, y ya nada fue igual. Ya no hubo ninguna esperanza que pudiera avivar el corazón de esta vieja. (Nilda la mira). Creo que tenía derecho a saberlo. Es la hija de Felipe, después de todo.
Nilda-. Yo también amé mucho. Y amé mal. Me casé tan enamorada, tan ilusionada. Creo que no supe cuidarlo, o no supe quererlo como merecía.
Madre-. ¿Se fue con otra?
Nilda-. Peor. La trajo a vivir a casa.
Madre-. ¿Y usted lo permitió?
Nilda-. No tuve otra opción. Era su casa. Tuve que irme.
Madre-. ¿Pero no hizo nada? ¿No luchó por ese amor?
Nilda-. ¡Si usted supiera las cosas que hice intentando recuperarlo! Me escapaba del trabajo para seguirlo, para verlo, para intercambiar aunque sea dos palabras.
Madre-. ¿Por qué me cuenta esto a mí?
Nilda-. Trabajaba para un laboratorio en aquel tiempo. En la venta de productos químicos. Llegué a ser la mejor y hasta conseguí triplicar el sueldo con las comisiones.
Madre-. Una empresaria. Igual que yo.
Nilda-. Hasta que me despidieron. Y allí sí me quedé sin nada. Me enfurecí. Me puse como loca. Hasta pensé en suicidarme pero no tuve valor. Revolví entre los productos que me habían quedado en casa. Estaba ciega. No me importaba nada. Me las arreglé para echar algo en su café durante una semana.
Madre-. ¿Murió?
Nilda-. Entró en coma por envenenamiento. Él me denunció. Y tuve que irme, lejos, bien lejos. Pensé en esconderme en algún lugar donde la policía nunca me encontrara. Estaba aterrorizada. Sabía que en Buenos Aires me encontrarían enseguida. Un pueblo aislado y desconocido era la solución. Enseguida conseguí empleo en una tienda de electrodomésticos. Me cambié el nombre, varias veces y comencé una vida nueva. Tratando de olvidarlo y de olvidarla. Sin embargo, los remordimientos me carcomían la conciencia. ¡La odiaba con toda mi alma! ¡Pero no se lo merecía! ¡Yo sé que fue una locura! ¡Pero no pude soportar la idea de que me haya dejado por una tilinga, una pordiosera, la hija de un sepulturero!
Madre-. (Estupefacta) ¿Por qué me cuenta todo esto? ¿Quiere volverme loca? ¿Qué tiene que ver usted con…?
Nilda-. Ya lo ve. No soy peor que su hijo Mauricio. Una desquiciada más en este pueblo. Perdóneme, pero vine aquí tratando de salvarme. No es mi asunto si usted tiene o no tiene una hija perdida por ahí. De seguro no seré yo.
Madre-. ¿Por qué lo dice?
Nilda-. Por que no conozco ni recuerdo haber conocido a ningún Felipe.
Madre-. Entonces… ¿usted no es…?
Nilda-. Perdóneme. No debí haberme involucrado en esto.
Madre-. ¿Involucrarse? ¿De qué habla? La hija de Felipe escribió diciendo que vendría y…
Nilda-. ¡Esas cartas son un invento de su hijo!
Madre-. ¡Usted está confundiéndome demasiado! ¡No le creo una sola palabra! ¡Hasta hace un rato era la hija de Felipe y ahora no sé quién es ni qué quiere de mí!
Nilda-. No quiero nada señora. Llegué aquí pensando que usted era un monstruo, una maniática desequilibrada, empeñada en arruinar la vida de un pobre muchacho. Pero que distinto se ve todo desde adentro. No es más que una pobre vieja paralizada por el terror. Y me pregunto por qué acepté venir aquí.
Madre-. Desde hace meses me torturo pensando qué escribiría esa chica en esas cartas, que cosas le diría a Mauricio sobre mí y sobre su padre. Y ahora aparece usted diciendo que todo es una farsa. Entro aquí mintiendo y… ¡Es una descarada!
Nilda-. Ya le pedí disculpas. Y me voy.
Madre-. ¡No! ¡Ahora no se va nada! ¡Ahora me explica con lujo de detalles quién es y para qué entró a mi casa!
Nilda-. Su hijo me propuso esta tramoya. Me aseguró que aquí estaría a salvo.
Madre-. ¿Mauricio? ¿Y dónde conoció usted a mi hijo?
Nilda-. En la tienda de electrodomésticos. Siempre lo veía parado así… como perdido… mirando la nada frente a la vidriera. Una tarde me acerqué, le pregunté que era lo que miraba… "Busco, busco algo que mirar." Eso dijo, mientras le brotaban lágrimas a borbotones. Y así comenzamos a charlar a menudo, y me contó de usted, y de Javier, de su marido, de la hija de Felipe y finalmente…de ella.
Madre-. De la hija del sepulturero.
Nilda-. ¿Increíble, no? Me alejé cientos de kilómetros para venir a parar nada menos que a su pueblo. ¡Es el destino, me dije! Así, fui sabiendo sobre su estado de salud. Confié en Mauricio como él confió en mí. Me tuvo al tanto de cada una de sus recaídas y sus mejorías. Me desesperé cuando la trasladaron aquí, al hospital del pueblo. Supe que la trasladaban para que muriera junto a su familia. Y ya no pude más con la culpa. Yo era una mujer normal, señora, un ama de casa común y corriente, créame.
Madre-. Le creo. Pero supongo que en algún momento de nuestras vidas todos dejamos de ser normales.
Nilda-. No sé si podrá perdonarme.
Madre.-. Pero entonces… Si las cartas no son reales… ¿Felipe… está vivo?
Nilda-. Quien sabe.
Madre-. (Atónita) Las cartas, el velorio… el café de filtro… ¿nada de eso es verdad?
Nilda-. Creí que tenía derecho a saberlo. Después de todo… es la mujer que amó a Felipe con toda su alma.
Madre-. Está corriendo un gran riesgo, ¿sabe? Puedo ir ahora mismo y contar todo a la policía.
Nilda-. Sé que no lo hará. En esta casa nadie quiere policías. (Suena el timbre).
Madre-. Ahí está. Se lo advertí. Le dije que se fuera a tiempo.
Nilda-. Me aseguró que no volvería. Perdón me dijo. Perdón. (Se encamina hacia la puerta).
Madre-. ¡Espere! ¡No le abra! Está loco. Seguramente fue a conseguir un arma. Le pidió perdón porque va a matarla. ¡No salga, por favor! ¡Usted no tiene por qué pagar el precio de nuestra locura! (Nilda sale y vuelve enseguida. Atemorizada).
Nilda-. Es la policía. (Vuelve a sonar el timbre).
Madre-. Que no la vean. Quédese aquí. (Sale. Nilda toma una peluca de un maniquí y se la coloca. Esconde su valija. Quita una prenda de otro maniquí y se la coloca. Se sienta fingiendo coser la mortaja mientras aguarda en silencio, nerviosa. Vuelve la madre con el rostro desencajado. Pausa. Nilda la mira expectante).
Madre-. Es curioso como los miedos que llevamos a cuestas durante años pueden evaporarse en un segundo cuando menos lo imaginamos. Siempre pensé que no podría enfrentarme otra vez a un policía sin delatar mis propias atrocidades.
Nilda-. Sabía que vendrían a buscarme. Él me delató, ¿no es cierto? por eso me pidió perdón.
Madre-. No vinieron por usted. Vinieron a avisarme que murió.
Nilda-. ¿Cómo? ¿Está muerto?
Madre-. Él no. Ella, la hija del sepulturero. Por fin murió.
Nilda-. ¡Nunca voy a perdonármelo! Jamás imaginé que sería capaz de matar.
Madre-. ¿Quién dijo que fue usted? (Nilda la mira. Pausa). Alguien le desconectó el respirador. (La madre la mira. Pausa). Delante de su padre y de su madre. Delante de sus hermanas. Le arrancaron el respirador.
Nilda-. No me mire así. Yo no fui. Yo estaba aquí con usted.
Madre-. (Violenta)¡Ya sé que usted no fue!
Nilda-. ¿Y entonces?
Madre-. Estoy rodeada de locos asesinos.
Nilda- (Pausa. Comienza a entender) ¿Adónde está?
Madre-. En una celda. Detenido. Acusado de asesinato como corresponde. Como debió haber sido desde hace muchos años.
Nilda-. Lo planeó todo. Por eso me trajo aquí, y me pidió que la cuidara.
Madre-. Que te quedaras conmigo. Para siempre. Que seas capaz de soportarme hasta el último de tus días. Por eso te pidió perdón.
Nilda-. Se cansó de sufrir, igual que yo.
Madre-. Yo también me cansé. De sus amenazas, de sus chantajes, de ver en sus ojos los ojos de mi pobrecito Javier. Se salió con la suya. Tras las rejas, pero libre al fin. Y yo estaré sola, pero tranquila ahora. (Nilda recoge sus cosas)¿Qué hacés?
Nilda-. (Casi en tono de pregunta) Me voy.
Madre-. ¿Adónde?
Nilda-. No sé. A Alguna parte. No tiene sentido que me quede.
Madre-. No tiene sentido que te vayas. A vos también te están buscando.
Nilda-. Ya perdí lo que más amaba. ¿A quién voy a querer ahora?
Madre-. A mí. Quereme a mí. Yo prometo quererte tanto como los quise a ellos. Prometo quererte como a una hija más.
Nilda-. A Mauricio… ¿a él también lo quiso, aunque fuese un…?
Madre-. ¡Shh…! Cuidado. Esas cosas no se dicen. Ni se piensan. Mauricio murió, esta tarde. Murió de cáncer, como su padre. ¿Por qué será que siempre perdemos lo que más amamos? Primero murió Javier, mi héroe, ahora murió Mauricio, mi hijito del alma y hasta se murió esa chica, la hija…
Nilda-. ¿De Felipe?
Madre-. No, la hija del sepulturero. Finalmente murió y no tenemos mortaja que ofrecerle. ¡Que horror! Acompañar durante meses la agonía de una hija y un día tener que cavar su tumba con nuestras propias manos. Yo soy afortunada de tenerte a vos…
Nilda.- Nilda.
Madre.- Nilda. Lindo nombre. Mi querida Nilda.
Nilda-. Pero yo no…
Madre-. ¡Shhh…! (Se levanta lentamente de la silla de ruedas, avanza caminando hacia Nilda y se arrodilla abrazándola por detrás). No digas nada. Sos mi hija ahora. Mi única hija. ¿Serás capaz de cuidarme y de quererme siempre, hasta el último día de mi vida?
Nilda.- Si, mamá. Siempre.
Madre.- ¿No me vas abandonar como me abandonó Javier, como me abandonó Mauricio?
Nilda.- No, mamá.
Madre-. Prometelo.
Nilda-. Te lo prometo. (Nilda trae la silla de ruedas, ayuda a la madre a incorporarse, y la sienta con cuidado).
Madre-. Podríamos ir preparando una nueva mortaja. Cuatro hijas más tiene el sepulturero, dos de ellas son asmáticas. Uno nunca sabe. (Toma la mortaja y la entrega a Nilda, quien se sienta a sus pies). ¿Sabés una cosa, Nilda? Mauricio y yo hicimos un pacto. Él murió y yo debería pegarme un tiro.
Nilda.- No, mamá. Yo no voy a permitir que te pegues un tiro.
Madre.- ¿Por qué, hija mía?
Nilda.- Porque si lo hacés vendría la policía. Y en esta casa no queremos policías. (Comienza a entonar la misma canción de cuna que cantaba Mauricio en la primera escena mientras cose cuidadosamente la mortaja).

APAGÓN FINAL
Esta obra ha sido seleccionada finalista en el Certamen Internacional de Textos Teatrales "Ricardo López Aranda" (Santander, España, 2005)
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