viernes, 25 de mayo de 2007

LEOPOLDA Y LA VENUS DE LAS PIELES

LEOPOLDO Y LA VENUS DE LAS PIELES

De Andrés Caro Berta
andres@andrescaroberta.com
http://www.andrescaroberta.com/

Derechos de autor registrados en AGADU

Adaptación teatral de la novela de Sacher- Masoch
“La Venus de las pieles”

(He procurado ser fiel a las palabras originales de dicho libro,
adaptadas al juego escénico)

PERSONAJES

LEOPOLDO
WANDA
CRIADA
PINTOR
AMANTE

(LA ACCIÓN TRANSCURRE A FINES DEL SIGLO XIX)

ESCENA 1
Leopoldo, Wanda

(La mujer está sentada en un sillón, frente a Leopodo. Es una belleza de mármol. Fría. Está cubierta por un tapado de piel dentro del cual se acurruca como una gata. Él también está sentado)

Wanda- Leopoldo, ¿te gusta tanto que esté escondida en un tapado de piel?

Leopoldo- Estás hermosa. Tienes esa hermosura tan cruel de todas las mujeres.

W- (Haciéndose la enojada) ¿Qué dices, Leopoldo? Tú llamas crueldad a la esencia de la sensualidad, del amor. Nuestra propia esencia femenina es entregarnos a lo que amamos y amar todo lo que nos agrada. Y si nos llamas cruel por nuestro coqueteo con los hombres… Nosotras somos fieles mientras amamos, pero no nos pidas fidelidad sin amor y entrega sin placer... Ustedes nunca están satisfechos... Rondan como moscas alrededor nuestro, pero creen que algo supremo es aburrido, y se tornan aburridos... Todo para ustedes pasa por la cabeza... y mientras nosotras... nos morimos de frío... (Se mueve dentro del tapado)

L- Wanda, no puedes negar que el hombre y la mujer son enemigos entre sí. Apenas el instante del amor los reúne y hace de ellos un solo ser habitado por un solo pensamiento, una sola sensibilidad, una sola voluntad. Pero enseguida, eso los separa mucho más que antes... En el amor está la conquista del otro. Quien no logra someter a su ley al otro, pronto sentirá sobre su nuca un pie dispuesto a aplastarlo.

W- ¡Y ese pie debe ser el de la mujer! (se burla) Lo sabes mejor que yo.

L- Es verdad.

W- Eso quiere decir que eres, ahora, mi esclavo y que puedo pisotearte sin piedad.

L- ¡Wanda!

W- ¡Sí, confieso que soy cruel, pero mira el efecto de esa palabra en ti! ¡Te excita! ¿No tengo derecho a serlo? El hombre es quien desea; la mujer es el objeto deseado. La naturaleza le ha dado al hombre la mujer, gracias a la pasión, y si la mujer no sabe dominarlo, hacerlo su sirviente, su esclavo, su juguete, y por fin traicionarlo... es una tonta... Terminará siendo todo eso...

L- Me enoja...

W- ¿Te enoja? Pobrecito... (Lo mira maliciosamente mientras juega con sus dedos sobre la piel) Cuando la mujer se muestra más sumisa, el hombre rápidamente recobra su sangre fría y se convierte en dominador; pero cuando ella es cruel, y le es infiel y lo maltrata, cuando más locamente juega con él, el hombre se torna más amante y dependiente de ella... Siempre ha sido así, desde el comienzo de los tiempos...

L- No puedo negarlo... No hay nada que nos atraiga más a los hombres que la mujer hermosa, déspota, sensual y cruel que, sin consideración, cambia de amante según su humor...

W- Y se envuelve en pieles.

L-¿Por qué dices eso?

W- Leopoldo… Los dos lo sabemos… (Se levanta y camina mostrándose)

L-¿Sabe que estás más hermosa que antes?

W- ¿Por qué?

L- Esa piel sobre ese cuerpo de nieve... Un amigo que tú no conoces me dijo una vez que las mujeres deben ser castigadas… Es que ya lo dijo Goethe, aquello del clavo o el martillo. Así son las relaciones entre los hombres y las mujeres. Todo el poder de la mujer radica en la pasión que experimenta el hombre por ella, y de la que ella va a sacar partido si éste no se pone en guardia. Sólo hay dos papeles, el del esclavo y el del tirano. Si te abandonas, ustedes nos dominarán y sentiremos el látigo sobre nuestra piel. ¿Recuerdas cómo nos conocimos?

W- Ha pasado mucho tiempo… Cuenta, me gusta recordarlo…

L- Yo estaba en aquella terma en los Cárpatos… (Wanda desaparece de escena) En la casita perdida en el bosque. Recuerdo que allí estaba la dueña de casa, que era una viejita que vivía con su perro y una hermosa viuda hermosa, tendría unos veinticuatro años. Vivía en el primer piso mientras yo en la planta baja. Tenía siempre las persianas cerradas. Yo descansaba en una glorieta donde escribía, pintaba y cantaba. Desde allí veía su balcón lleno de plantas trepadoras. Esa mujer era una belleza pero yo estaba enamorado sin esperanza, de otra, de piedra. En uno de los caminos de la casa había una estatua de Venus. La diosa del amor, la mujer más hermosa que vi en mi vida. Ella me correspondía apenas con una sonrisa tranquila, de mármol. Muchas noches quedaba arrodillado con la cara contra su rostro helado, adorándola, mientras la luna la iluminaba. Un día, entre los arbustos apareció una figura femenina blanca. Era como si la diosa hubiera tomado cuerpo y me estuviera siguiendo. Se apoderó de mí un terror indescriptible; sentí que mi corazón podía estallar en cualquier momento. Eché a correr tan rápido como pude. En mi cuarto busqué una reproducción de la Venus del espejo, de Tiziano. Me maravillaba ver a esa mujer que se oculta baja una piel oscura, mientras en su rostro de mármol se veía la severidad y la dureza. Escribí: “Amar, ser amado, ¡qué felicidad! Sin embargo, qué estúpido parece junto a la felicidad llena de tormentos que se experimenta al adorar a una mujer que hace del hombre su juguete, transformándolo en esclavo de una criatura titánica que lo pisotea sin piedad. Como Sansón que siendo héroe se abandonó en las manos de Dalila que ya lo había traicionado. Los filisteos se apoderaron de él, le sacaron los ojos, esos ojos que hasta el último minuto, llenos de amor siguieron fijos en la hermosa traidora” ¿Qué debo hacer para recibir ese castigo?, pensé En eso en el balcón veo un vestido blanco. ¿Es Venus o la viuda? Es la viuda. Me mira. Se ríe. ¿De mí? Huyo y voy a refugiarme en mi amada. La estatua de Venus, brillante y majestuosa está allí, frente mío. Pero de pronto, con espanto, descubro que de sus hombros de mármol cae una gran piel oscura hasta sus pies. Entro en pánico y quiero huir pero ella me intercede el paso. ¿Es Venus, la hermosa mujer de piedra, o la diosa del amor en persona? ¡No puede ser! ¡Su sangre es caliente y su corazón late! ¡Ha recobrado la vida para mí! Sus labios están rojos y sus mejillas se colorean. Dos rayos diabólicos salen de sus ojos y de pronto comienza a reír. Su risa es tan extraña, tan indescriptible que me corta el aliento. Escapo. Pero a los pocos pasos debo detenerme a respirar. Me persigue su risa irónica. Me pierdo. Me detengo finalmente y me digo a mí mismo que soy un estúpido. Eso me tranquiliza y me repito muchas veces, realmente feliz, “estúpido”. A la mañana, estoy sentado en mi glorieta leyendo en La Odisea la historia de una encantadora hechicera que transformaba a sus adoradores en bestias salvajes cuando siento un susurro entre las ramas. El vestido de una mujer... ¡Es ella! ¡Venus, pero sin pieles! ¡No, esta vez es la viuda! ¡Y sin embargo es Venus! ¡Dios mío, qué mujer! De pie, con un ligero vestido blanco me mira. Es tan graciosa y tan poética... Su belleza está más en la picardía más que en la hermosura... Tiene una boca carnosa, su piel es tan delicada que hasta las venas azules se ven por entre la tela que cubre sus brazos y su pecho. Su cabellera se enrula en opulentos bucles que juegan sobre su nuca con gracia diabólica. Y su mirada se posa sobre mí como un rayo. Ella nota mi perturbación. Yo no logro reaccionar para saludarla, lo que la hace sonreír maliciosamente.
Cuando puedo me levanto, la saludo y ella se acerca y se echa a reír a carcajadas como un niño. Yo tartamudeo. Así nos presentamos. (La viuda se sienta seductoramente a su lado) La diosa pregunta mi nombre y me dice el suyo; Venus. Es realmente una diosa. (A ella) Wanda, ¿cómo se te ocurrió semejante idea?

W- Con la reproducción que encontré en un libro tuyo que habías dejado ahí.

L- Ah, es cierto...

W- Y eso tan extraño que habías escrito...

L- ¿Por qué tan extraño?

W- Siempre quise conocer un hombre romántico de verdad, y tú eres uno de los más locos.

(Se transforma el escenario en la glorieta)

L- Es cierto, señora... Me siento... como un adolescente ante usted...

W- Anoche tuvo miedo de mí...

L- Es verdad...

W- Usted ve en el amor y sobre todo en la mujer algo hostil, algo contra lo que usted se defiende inútilmente, y cuyo poder lo agobia con dulces tormentos y sabias crueldades. Para mí la sensualidad calma de los griegos es un ideal que quiero para mi vida. No creo en el amor que predica el cristianismo y los modernos caballeros del espíritu. No. Soy peor que una hereje... Soy una pagana... En la naturaleza no existe más que ese amor de los tiempos heroicos de los griegos... “cuando los dioses y las diosas amaban...” En esos tiempos, “el deseo seguía a la mirada, el placer seguía al deseo”. Todo el resto es puro formulismo, afectación, mentira. El cristianismo, cuyo cruel emblema es la Cruz, tiene para mí algo aterrador. Introdujo por primera vez, un elemento extraño y hostil en el seno de la naturaleza y de sus inocentes instintos. El combate del espíritu contra el mundo sensible es el evangelio de los modernos. No quiero tomar parte.

L- Usted merece estar en el Olimpo, mi señora pero hay cosas que hoy no soportaríamos... Por ejemplo compartir con otros nuestra mujer... Preferimos una virgen delgada y pálida que sólo nos pertenece a nosotros, a una Venus antigua que ame hoy a uno y mañana a otro. Y cuando nos ocurre a nosotros que triunfe la naturaleza y nos abandonamos ardientes y apasionados a una mujer hermosa, su serena alegría de vivir nos parece demoníaca y cruel y vemos en nuestra felicidad un pecado que debemos expiar.

W- Así que usted también está a favor de la mujer moderna, de esas pobres hembras histéricas que persiguen como sonámbulas un ideal masculino soñado y no saben apreciar lo mejor de los hombres; que entre dolores y lágrimas faltan todos los días a sus deberes de cristianas, que engañando y engañadas, sin cesar buscan, eligen y rechazan; que nunca son felices y nunca hacen feliz al hombre; que se quejan de su destino en lugar de confesar tranquilamente que quieren amar y vivir como vivieron aquellas griegas. La naturaleza no conoce la estabilidad en las relaciones entre el hombre y la mujer.

L- Señora...

W- Deje terminar. Es el egoísmo del hombre que quiere enterrar a la mujer como un tesoro. Han fracasado todas las tentativas que han querido introducir – por medio de ceremonias, juramentos y contratos – la permanencia es lo más mutable que hay en el seno de la mutabilidad del ser humano, en el amor. ¿Usted puede negar que nuestro mundo cristiano se encuentra en descomposición?

L- Pero…

W- El individuo que se rebela contra las instituciones es inmediatamente expulsado, estigmatizado, lapidado, me dirá usted. Es cierto. Pero acepto el riesgo. Soy pagana por principio, quiero vivir mi vida. Renuncio al respeto hipócrita. Prefiero ser feliz. Los que inventaron el matrimonio cristiano hicieron bien en inventar la inmortalidad. No pienso, ni siquiera por un instante, en vivir eternamente. Y cuando me toque morir, ¿de qué me servirá saber si cantaré en el coro de ángeles o si el polvo de mi ser forma un nuevo ser? Hay que vivir esta vida. ¿Pertenecer a un marido que no amo porque alguna vez lo amé? No. Amo al que me gusta y lo hago feliz. ¿Es espantoso? No, es mucho mejor que si, cruelmente me alegrara con los tormentos que provocan mis encantos mientras me alejo virtuosamente del desdichado que se consume por mí. Soy joven, rica y hermosa, y como tal obedezco sólo a la alegría y el placer.

L- (Le toma la mano pero al final la suelta, al tomar conciencia de lo que hace)
Su franqueza me asombra, y no hay que... (Se tranca)

W- ¿Qué?

L- Quiero decir... Disculpe, la he interrumpido... Eh... ¿Cómo llegó a esa idea?

W- Muy simple. Mi padre era un hombre sensato. Desde mi infancia estuve rodeada de esculturas antiguas. Ya a los diez años leía Gil Blas, a los doce, La doncella de Orleáns. Algunos niños tuvieron por amigos a Pulgarcito, Barba Azul, Cenicienta. Yo a Venus, Apolo, Hércules y Laocoonte. Mi marido tenía una naturaleza serena y alegre. Jamás el mal incurable que le atacó después de casarnos afectó nuestra relación. Cuando murió estuve con él. En los meses previos, en su silla de ruedas bromeaba con que yo ya tenía un admirador. Yo me ruborizaba de vergüenza. “No me ocultes nada – me decía- Encuentra uno o más maridos que te hagan feliz. Eres una dulce esposa pero no eres más que una niña: necesitas juguetes”. Mientras él vivió no tuve ningún amante. Pero esto terminó. Él me convirtió en lo que ahora soy, una griega.

L- Una diosa.

W- (Sonríe) ¿Cuál?

L- Venus.

W- (Lo amenaza con el dedo y frunce el seño) Incluso una Venus de las pieles. ¿Sabe lo que tengo? Una piel enorme que podría cubrirlo totalmente. Voy a envolverlo en ella como en una red.

L- (Tartamudeando) ¿Usted... cree que sus... ideas pueden ponerse en práctica... en este siglo? ¿Cree que Venus puede pasear, ante los ojos de todos, mostrando sus encantos desnudos gozosamente?

W- Desnudos no, sino cubiertos por una piel.

L- ¿Y después?

W- ¿Y después?

L- ¿Qué quiere decir? Los seres hermosos, libres, serenos y felices como eran los griegos, sólo pueden existir si disponen de esclavos que realicen por ellos las tareas prosaicas de la vida cotidiana y, sobre todo, que trabajen por ellos.

W- Es cierto. (Muestra una mirada de malicia) Y una diosa como yo necesita un ejército de esclavos. ¡Cuídese de mí!

L- (Con cierto espanto) ¿Por?

W- (Riéndose, no dándole importancia) ¿Quiere ser mi esclavo?

L- En el amor nunca se está al mismo nivel... (Seriamente) A partir del momento en que puedo elegir entre dominar y ser dominado, me parece más estimulante ser el esclavo de una hermosa mujer. Pero, ¿dónde encontraré a la mujer que sepa dominar, tranquila y concientemente, y no mezquina y rezongona?

W- ¡Vaya! ¡No es tan difícil! Yo, por ejemplo (Se ríe y se inclina hacia él) Tengo cierto talento para jugar a la déspota.... Tengo también, la piel indispensable... ¿Anoche tuvo miedo de mí?

L- Sí.

W- ¿Y ahora?

L- ¿Ahora? Ahora realmente comienzo a tener miedo de usted. (Ella queda como una estatua. Leopoldo habla al público) Estuvimos todos los días juntos. Yo... Venus. Nos veíamos a cada rato. Yo la halagaba todo el tiempo. Le pinté un retrato. Estuve en su casa, le leí las Elegías Romanas, conversé con ella. Ella parecía satisfecha, parecía como si estuviera pendiente de mis labios, me parecía que su pecho se agitaba... Estaba tan feliz que me atreví a besarle la mano. Ella me dejó hacer. Me senté a sus pies y le leí un poema que había escrito para ella:

LA VENUS DE LAS PIELES
Pon el pie sobre tu esclavo,
Mujer fabulosa, dulce y diabólica,
El cuerpo de mármol extendido
Entre los mirtos y los ágaves.
Y seguía... De noche, obedeciendo una orden de ella, le entregué el poema y me quedé sin una copia. Hoy solo recuerdo esa primera estrofa. No sé si estaba enamorado de Venus. No sé si, luego de nuestro primer encuentro, sentí ese ardor fulminante de la pasión. Pero sí sentí la mágica trampa que su extraordinaria belleza me tendía. No era amor lo que crecía en mí, era una sumisión física que iba afirmándose. Sufría cada día más y ella disfrutaba.
(Vuelve a ella)

W- Usted me interesa. La mayoría de los hombres son tan comunes, carecen de impulso, de poesía. En usted hay cierta profundidad y cierto entusiasmo, y ante todo un aspecto formal que me hace bien. Podría enamorarme de usted.

L- (Tartamudeando) ¿Podría amarme?

W- ¿Por qué no? (Apoya su cuerpo en un brazo de él, mostrándose cansada. Él va bajando por el cuerpo de ella y queda arrodillado contra su ropa) ¡Leopoldo, no haga eso! (Él apoya sus labios en un pie y lo besa) ¡Cada vez usted se vuelve más impertinente! (Lo patea y se aleja. Él se queda con su zapato. Se va.

ESCENA 2

Leopoldo y Wanda

(Mismo lugar con clima de una mañana con pájaros, sol. Ella aparece. Él en el otro extremo)

W- Leopoldo, ¿por qué no viene? (Él va humildemente a donde está ella) ¿Dónde está mi zapato?

L- Este... Lo tengo... Voy a buscarlo...

W- Vaya... Y después tomaremos un té, juntos, mientras conversamos. (Él desaparece y llega con el zapato, se lo entrega ceremoniosamente y como un niño espera en un rincón el castigo. Ella lo mira con el ceño fruncido y una expresión severa y dominante. De pronto se echa a reír) ¿Entonces es cierto que está enamorado de mí?

L- Sí. Y sufro más de lo que imagina.

W- ¿Sufre? (Ríe)

L- ... (Tiene una actitud de indignación, vergüenza, humillación)

W- ¿Por qué? Yo soy buena con usted y le dedico todo mi corazón. (Le extiende la mano con expresión amistosa)

L- ¿Quiere ser mi mujer?

W- (Lo mira asombrada y después burlona) ¿De dónde sacó tanta audacia?

L- ¿Audacia?

W- Sí, audacia de tomar a una mujer, y de tomarme a mí, en particular (Le muestra el zapato) ¿Tan pronto se hizo de una amiga? (Se burla) Bromas a un lado, ¿quiere realmente casarse conmigo?

L- Sí.

W- Leopoldo, ahora le hablo en serio. Creo que usted me quiere y yo también a usted, lo que es mejor aún. Creo que sentimos interés uno por el otro. No hay peligro de que nos aburramos juntos, pero, usted sabe que soy una mujer frívola y por eso tomo el matrimonio como algo muy serio; cuando inicio algo quiero terminarlo... Por eso creo... No, le haría daño...

L- Por favor, sea franca conmigo...

W- No creo, francamente, que pueda amar a un hombre más de... (Inclina graciosamente la cabeza y reflexiona)

L- ¿Un año?

W- ¡Qué ocurrencia! Tal vez, un mes.

L- ¿Aún a mí?

W- Claro, aún a usted. A usted, quizás dos meses.

L- ¡Dos meses! (Escandalizado)

W- Dos meses es mucho tiempo.

L- Yo...

W- Ya ve, usted no puede soportar la verdad. (Se recuesta en un sillón) ¿Qué puedo hacer con usted?

L- Lo que quiera. Lo que quiera.

W- ¡Qué tontería! Primero quiere tomarme por mujer y después se ofrece a mí como un juguete.

L- Wanda, la amo.

W- Volvemos al punto de partida. Me ama y quiere tomarme por mujer, y yo no quiero volver a casarme porque no creo en la duración de mis sentimientos ni de los suyos.

L- Pero si me atrevo a unirme a usted...

W- Eso depende aún de que yo quiera unirme a usted (lo dice tranquilamente) Puedo imaginarme que perteneceré a un hombre para el resto de mi vida, pero es necesario que sea un hombre verdadero, que me domine y me someta, ¿comprende? Y cada hombre, lo sé por experiencia, se convierte en cuanto está enamorado, en un ser débil, fácil de dominar, ridículo, que se abandona en manos de la mujer, se arrodilla ante ella, y yo sólo podría amar a un hombre ante el cual yo me arrodillara. Y, sin embargo, lo quiero tanto que voy a ensayar con usted. (lLeopoldo se arroja a los pies) ¡Dios mío, otra vez arrodillado! (Se burla delicadamente) Comienza bien. Levántese. Bien. Le doy un año para conquistar mi amor, para persuadirme de que estamos hechos el uno para el otro, de que podemos vivir juntos. Lógrelo y yo seré su mujer. Una mujer que cumplirá con su deber estricta y conscientemente. Durante este año viviremos como si fuéramos marido y mujer... (Los dos se perturban) Viviremos juntos todo el día. Compartiremos nuestros hábitos para ver si realmente nos entendemos. Le concedo todos los derechos de un marido, de un amante, de un amigo. ¿Está satisfecho?

L- No queda otro remedio.

W- No está obligado.

L- Entonces, sí quiero.

W- Bien. Así debe hablar un hombre. Me puede besar la mano. (Se la besa. Ésta resbala y Wanda se pierde en la penumbra. Leopoldo se dirige al público)

L- Estuve diez días sin abandonarla una sola hora. Tuve el derecho de mirarla continuamente a los ojos, de acariciarle la mano, adivinar sus palabras, acompañarla a todas partes. Mi amor crecía. Hasta que una tarde estaba al lado de la estatua de Venus... (Cambia la iluminación)

W- Leopoldo... (Lo mira firmemente. Él se perturba, estalla la pasión, la abraza y la besa mientras ella lo aprieta contra el pecho)

L- ¿Está enojada?

W- Nunca me enojo por algo totalmente natural. Solo temo que usted sufra.

L- Sufro espantosamente.

W- Ah, pobrecito... Espero que no sea por mi culpa.

L- No. Sin embargo, mi amor por usted se ha convertido en una locura. El pensar que la puedo perder me atormenta día y noche.

W- Pero usted ni siquiera me posee... (Lo mira seductoramente. Lo separa y pone una mano en los senos de la estatua. Leopoldo desliza sus manos por el talle de Wanda)

L- Ya no puedo vivir sin ti, mi diosa. Aunque sea por esta vez, créeme. No son frases, es la verdad. Si te separas de mí, estoy perdido.

W- Realmente no comprendo por qué te pones así, tonto, si yo también te amo (Lo toma del mentón) Grandísimo tonto.

L- Pero tú solo quieres ser mía en determinadas situaciones, en cambio yo te pertenezco totalmente, sin ninguna condición.

W- Eso no está bien, Leopoldo (se asusta). ¿Aún no me conoces? ¿No quieres, en realidad, conocerme? Soy buena cuando se me trata respetuosa y razonablemente, pero cuando se abandonan demasiado a mi voluntad me convierto en un ser temerario, presuntuoso.

L- (Se arrodilla y le abraza las piernas) ¡No importa! Sé despótica, pero sé mía, mía para siempre.

W- (Seriamente) Esto terminará mal, mi amigo.

L- ¡No! ¿Por qué tiene que tener un fin? (Grita agitado, casi violentamente) ¡Sólo la muerte puede separarnos! ¡Si no puedes ser mía, totalmente mía y para siempre, seré tu esclavo y soportaré todo, pero no me alejes de ti!

W- ¡Caramba, Leopoldo, vuelve en ti! (Se inclina y le besa tiernamente la frente) Soy buena contigo, pero tú no tomas el buen camino para conquistarme y retenerme.

L- Haré todo lo que quieras para no perderte. Todo.

W- ¡Levántate ya!

(Lepoldo obedece)

W- Realmente eres un hombre extraño. ¿Así que quieres poseerme a cualquier precio?

L- Sí, no me importa el precio.

W- Pero, por ejemplo... ¿Qué valor tendría para ti mi posesión (reflexiona un instante mientras sus ojos lo miran de forma inquietante) si yo no te amara, si perteneciera a otro? (Sus ojos lo miran fríamente) Ya ves. Ese pensamiento te provoca horror (Se sonríe amablemente)

L- Es verdad. Me horroriza la idea de que una mujer a la que amo y que ha respondido a mi amor pueda entregarse a otro sin ninguna piedad hacia mí. Pero, ¿puedo elegir? Si amo a esa mujer, si la amo locamente, ¿puedo darle la espalda y morir a causa de mi orgullo? ¿Me debo matar? Puedo amar a dos tipos de mujer. Si no puedo encontrar una mujer noble, considerada, fiel y cariñosa que comparta conmigo el destino... Nada de paños tibios. Prefiero entregarme a una mujer carente de toda virtud, infiel y despiadada. También, en su egoísta grandeza está su ideal. Si no puedo gozar total y plenamente de su amor, quiero la copa de los sufrimientos y sus tormentos; quiero ser maltratado y traicionado por la mujer que amo. ¡Cuánto más cruel sea, más valor tendrá! ¡Eso para mí es una dicha!

W- ¿Sabes lo que estás diciendo?

L- Te quiero con toda mi alma, con todos mis sentidos. O sea que quiero vivir a tu lado, debo aceptar todo lo que te rodee. ¡Elige: haz de mí tu esposo o tu esclavo!

W- Entonces sea. (Frunce sus cejas enérgicamente) Va a ser muy divertido para mí tener enteramente bajo mi poder a un hombre que me interesa y me ama. Has sido un imprudente en dejarme elegir. He elegido, entonces. ¡Quiero que seas mi esclavo, haré de ti un juguete!

L- Sí, hazlo (Maravillado y aterrado) Si el matrimonio sólo puede fundarse en la igualdad y el entendimiento mutuo, las grandes pasiones deben nacer de los sentimientos opuestos. Como somos seres contrastantes, casi enemigos, mi amor es en parte odio, en parte temor. En semejantes relaciones uno no puede ser más que el martillo; el otro, el clavo. ¡Yo quiero ser el clavo! No puedo ser feliz si debo considerar a mi amada, igual. Quiero poder adorar a una mujer y sólo puedo hacerlo si ella se muestra cruel hacia mí.

W- Pero, Leopoldo (se enoja), ¿me crees capaz de maltratar a un hombre que me ama como tú y al que yo amo?

L- ¿Por qué no, si así te amo más? Sólo puede amarse verdaderamente a quien nos domina. A una mujer que nos somete por su belleza, por su temperamento, por su espíritu y su voluntad. Una mujer que se comporta como una déspota.

W- De modo que lo que hace huir a los demás, a ti te atrae...

L- Sí. Es mi rasgo característico.

W- Vaya, vaya... En verdad no hay nada tan extraño ni particular en tus pasiones. ¿Quién no se siente seducido por una hermosa piel? Cada uno sabe, cada uno siente hasta qué punto están ligadas la voluptuosidad y la crueldad.

L- En mí, eso está llevado a sus límites extremos.

W- Eso quiere decir que la razón no tiene poder sobre ti y que eres de naturaleza débil y sensual.

L- ¿Los mártires eran también naturalezas débiles y sensuales?

W- ¿Los mártires?

L- Por el contrario. Los mártires eran seres suprasensuales que hallaban placer en el dolor y que buscaban horribles tormentos, y hasta la muerte, como otros buscan la alegría. Yo soy uno de ellos.

W- Cuídate para no ser, también, un mártir del amor; el mártir de una mujer. Ven, Leopoldo, siéntate, dime... (Él se sienta a los pies de ella) ¿Todas esas rarezas... ya aparecían en ti cuando eras un niño?

L- Claro. En todo momento. Sí, ya en la cuna según me contó después mi madre, me mostraba suprasensual; rechazaba el seno de la robusta nodriza y debían alimentarme con leche de cabra. De joven me mostraba frente a las mujeres con una timidez enigmática, que indicaba un interés inquietante. Las bóvedas de una iglesia y la semioscuridad que había en ellas me angustiaban y se apoderaba de mí una verdadera ansiedad ante el altar resplandeciente y las imágenes sagradas. En cambio, me deslizaba en secreto, como si se tratara de un placer prohibido, en la biblioteca de mi padre para contemplar una Venus de yeso que allí había. Me arrodillaba ante ella y pronunciaba las plegarias que me habían enseñado: El Padre Nuestro, el Ave María y el Credo.
Una noche me levanté para ir a verla. Un rayo de luna iluminaba y bañaba a la diosa. Me arrojé a sus pies y los besé como había visto hacer a mis compañeros cuando besaban los pies del Salvador. Un deseo irreprimible se apoderó de mí. Me enderecé, rodeé con mis brazos el hermoso cuerpo helado y besé sus labios fríos. Un profundo estremecimiento me recorrió. Escapé y en sueños vi a la diosa, de pie, junto a mi cama que levantaba un brazo amenazante. En el liceo, al poco tiempo sabía más de los dioses de Grecia que de la religión de Jesús. Yo sentía que estaba allí y a la edad en que los chicos son rudos y groseros, yo mostraba desagrado por todo lo que era ordinario, común o feo. El amor lo sentía como algo bajo y desagradable. Evitaba el mínimo contacto con el bello sexo; era suprasensual hasta la demencia. Mi madre contrató cuando yo tenía catorce años una encantadora mucama, joven, bonita, de hermosas formas. Una mañana, mientras estudiaba a los griegos, y me entusiasmaba con los antiguos germanos, la muchacha vino a barrer mi cuarto. De pronto se detuvo, se acercó a mí con la escoba en la mano y sus labios frescos y perfumados rozaron los míos. El beso de esa gatita en celo me estremeció, pero levanté el libro como si fuera un escudo para defenderme de la seductora y me fui del cuarto, fuera de mí.

W- (Lanza una carcajada) Realmente eres único. Continúa.

L- Recuerdo otra vez. Una tía lejana, la condesa Sobol fue a visitar a mis padres. Era una hermosa mujer, majestuosa de encantadora sonrisa, a la que yo detestaba porque en la familia tenía fama de mesalina y me mostraba con ella tan mal educado, tan perverso, tan grosero como podía. Un día en que mis padres se habían ido a la ciudad, mi tía decidió aprovecharse y castigarme. Vestida con una chaqueta de piel entró de improviso en mi cuarto seguida por la cocinera, la hija de ésta y la gata a la que había desdeñado. Sin decir palabra, me agarraron entre todas y, a pesar de mi resistencia, me ataron las manos y los pies. Después, con una sonrisa malvada, mi tía comenzó a golpearme con una vara, a tal punto que la sangre comenzó a correr por mis heridas y a pesar de mi coraje, comencé a llorar y a gritar y terminé pidiendo ayuda. Hizo que me desataran. Pero de rodillas debí pedirle perdón y besarle la mano. ¡Estaba como loco! Mi gusto por las mujeres nació bajo la vara de una hermosa criatura voluptuosa que, con su chaqueta de piel, se me apareció como una reina encolerizada; a partir de ese día fue para mí la mujer más encantadora que Dios puso en la tierra. Llegué muy joven a la Universidad en la capital, jurando que la sensualidad sería mi cultura y que no dilapidaría semejante tesoro con un ser vulgar sino que lo reservaría para una mujer ideal, y de ser posible, la mismísima diosa del amor.
Allí me alojé en la casa de mi tía. Mi cuarto parecía el del doctor Fausto; todo desordenado, miles de libros, globos terráqueos cartas marinas, cartas astronómicas, esqueletos de animales, cráneos humanos, bustos de grandes hombres... Aprendí sin ningún método, química, historia, alquimia, astronomía, filosofía, jurisprudencia, qué se yo… Leí a Homero, Virgilio, Schiller, Shakespeare, Cervantes, Voltaire, Moliére, el Corán, Las Memorias de Casanova… La diosa se me aparecía en la habitación, muchas veces con las formas de mi hermosa tía, cubierta de una chaqueta de terciopelo rojo.
Una mañana, luego de ver una aparición de ella, corrí a la habitación de la condesa Sobol que me recibió no sólo amable sino hasta cordialmente y me ofreció, como bienvenida, un beso que perturbó aún más mis sentidos. Tenía unos cuarenta años que llevaba muy bien y vestía una chaqueta bordeada de piel. Esta vez no fue nada cruel y me permitió declararle mi adoración. ¡Qué delicias experimenté en ese tiempo arrodillándome a sus pies besando esas manos que me habían castigado tanto, años atrás! ¡Qué manos maravillosas! Jugaba con ellas, pasándolas por la piel y besándolas. (Wanda mira involuntariamente sus manos y Leopoldo lo ve) Al tiempo me apasioné por una mujer virtuosa que terminó traicionándome. Fui engañado, vendido por una mujer que fingía lo que no era. Por eso detesto esas virtudes. Prefiero una mujer franca que me diga: “Soy una Pompadour, una Lucrecia Borgia”.

W- ¡Tienes una manera muy especial de excitar los nervios y acelerar el pulso de quien escucha! Si todo eso es cierto rodeas el vicio de una aureola. ¡Eres uno de esos hombres que corrompen totalmente a una mujer! Ahora vengo... (Desaparece. Él no sabe qué hacer. Vuelve vestida como la primera vez) ¡Me enloqueciste con tus historias! Ven a hacerme compañía. (Caminan. Se diluye el anterior paisaje y aparece el dormitorio. Ella se recuesta con el tapado puesto) Disculpa pero hace frío.

L- Pícara. Sé bien porqué la dejas...

W- ¿De dónde sacaste esa predilección por las pieles?

L- Creo que desde que nací. Pero además las pieles ejercen un atractivo sensual desde siempre. Por eso los gatos han sido los amigos favoritos de Mahoma, Richelieu, Roussau...

W- Entonces una mujer envuelta en pieles no es más que una gran gata. Pero no me has dicho porqué en ti ejercen tanto poder.

L- Sí, te lo he dicho. Encuentro un extraño atractivo en el dolor, y nada puede provocarlo como una mujer hermosa y tirana que te sea infiel. En consecuencia, no puedo imaginarme una mujer así sin pieles. Pero sigo contándote. A los diez años me sobreexcité cuando pude leer la vida de los mártires. Sufrían los peores tormentos con una especie de alegría; se consumían en los calabozos, eran arrojados a las llamas, atravesados por flechas, sumergidos en agua hirviente, entregados a fieras salvajes o clavados en una cruz. Sufrir y soportar horribles tormentos me pareció desde entonces una verdadera delicia, sobre todo cuando estos eran provocados por una hermosa mujer. Para mí, lo poético y lo demoníaco se concentran en la mujer.

W- ¡Abominable! ¡Deseo que caigas en manos de una mujer semejante! Seguramente metido en la piel de un lobo, acosado por los dientes de los dogos, en la rueda de los tormentos... la poesía perdería algo de su encanto.

L- No lo creas...

W- Estás loco.

L- Es posible. Pero escucha, seguí leyendo con avidez los relatos de las más espantosas crueldades, veía deliciosamente los cuadros con espectáculos similares. Y en cada caso, veía vestidos con pieles o trajes bordeados de armiño a todos los tiranos sanguinarios que alguna vez se sentaron en un trono, a todos los inquisidores que han hecho perseguir, quemar o degollar a los herejes, a todas las mujeres que en la Historia de la Humanidad son voluptuosas, hermosas y violentas...

W- ¿Es por eso que la piel despierta en ti extrañas fantasías? (Wanda se envuelve en el tapado de piel, destacándose su busto) Entonces, ¿Cómo te sientes en este momento? ¿Comienzas a sentir el suplicio? (Lo mira lascivamente. Leopoldo se arroja a los pies de ella y abraza sus piernas)

L- ¡Sí! Has despertado mis fantasías favoritas. Hacía mucho que estaban dormidas.

W- ¿Y cuáles son? (le pasa la mano por la nuca)

L- Ser esclavo de una mujer, de una hermosa mujer a la que ame y adore.

W- Y que en retribución te maltrate (Se ríe)

L- Sí, que me ate y me azote.

W- Y que después de haberte vuelto loco de celos, recostada contra el feliz rival te ofrezca a él para que haga contigo lo que quiera... ¿Esto te gusta algo menos?
L- (La mira asustado) Superas mis sueños.

W- Sí, las mujeres tenemos una imaginación prodigiosa. Ten cuidado, si llegas a encontrar a tu ideal, podría suceder que fueras tratado con más crueldad de la que querrías.

L- ¡Ya encontré mi ideal! (Apoya el rostro en las rodillas de ella)

W- (Suelta el tapado de piel y comienza a reír) Pero, ¿soy yo? (Ríe entre burlona e irritada mientras se va. Leopoldo queda confundido en el piso. De pronto entra de nuevo. Lo toma del mentón amenazante) ¿Debo encarnar tu ideal? (Leopoldo duda. Ella se sienta voluptuosa) ¿Sí o no?

L- (Se arrodilla ante ella y le toma las manos) Te lo repito una vez más; sé mi mujer, una mujer fiel y leal; y si no puedes, conviértete entonces en mi ideal, pero sin reservas ni atenuantes.

W- Tú sabes que te concederé mi compañía dentro de un año si eres el hombre que busco. Pero me parece que me agradecerías si me convirtiera en tu ideal. Veamos... ¿Qué prefieres?

L- Todo lo que he imaginado está en ti.

W- Te engañas.

L- Creo que te asombra tener en tu poder a un hombre, entregado para que lo atormentes.

W- ¡No, no, no! Y sin embargo... (Reflexiona) Ya no me conozco a mí misma... Tengo que confesarte algo. Has corrompido mi imaginación y calentado mi sangre. Empiezo a encontrar placer en todo esto. El entusiasmo con que has hablado de todas esas criaturas egoístas, frívolas y crueles me asombra, penetra en lo más profundo de mi alma y me empuja a transformarme en una mujer parecida a ellas, que a pesar de su perversidad fueron servilmente adoradas durante toda su vida y hasta en la muerte. Me has convertido en una déspota en miniatura, una tirana de entrecasa.

L- Entonces, si esa es tu naturaleza, síguela pero no a medias; si no puedes ser una esposa buena y fiel, sé un demonio. (Toma un pie y lo besa tiernamente. Ella lo retira rápidamente y se levanta enojada)

W- Si me quieres, Leopoldo (con tono cortante e imperioso) no hables más de esas cosas. ¿Me oyes? ¡Nunca más! Al fin podría... (Se sonríe y se sienta)

L- Es en serio... Te adoro hasta tal punto que estoy dispuesto a sufrir lo que sea con tal de poder pasar toda mi vida a tu lado.

W- Leopoldo, te advierto una vez más...

L- Tus advertencias son inútiles. Haz conmigo lo que quieras, ya que no me alejas definitivamente de ti.

W- Lepoldo... Soy joven y frívola. Es peligroso que te entregues a mí de ese modo. Terminarás por convertirte realmente en un juguete. ¿Quién te protege? Puedo abusar de tu locura.

L- Eres demasiado noble.

W- El poder nos vuelve soberbios.

L- Sé soberbia, entonces. ¡Pisotéame!

W- (Cruza sus manos y lo mira mientras sacude la cabeza) No. Creo que no podría hacerlo. Pero voy a intentarlo para darte placer, Leopoldo, porque te amo, te amo como aún no he amado a otro hombre.
(Se apagan las luces)

ESCENA 3

Wanda, Lepoldo

W- ¿Te gustan estos látigos que he comprado?

L- A ver...

W- Mira... Hasta este que se usan para los perros...

L- Pueden servir...

W- El vendedor me vendió este para un bull-dog... O para los rebeldes esclavos rusos... Bien, ahora vengo... Me quedan algunas compras por hacer y prefiero hacerlas sola... (Se torna tierna) Piénsalo, Leopoldo... Aún tienes tiempo... Nunca lo oculté. Estoy fascinada contigo, espiritual y sensualmente... Naturalmente, me siento atraída ante la idea de ver al hombre más serio del mundo totalmente dedicado a mí... En éxtasis a mis pies... Pero, ¿esta excitación será duradera? La mujer ama a un hombre, lo maltrata como un esclavo y termina echándolo a puntapiés.

L- Está bien... Échame a puntapiés si ya estás cansada de mí... Quiero ser tu esclavo.

W- Estoy descubriendo en mí predisposiciones peligrosas... Estás despertándolas y no en tu provecho. Sabes hacer atractivas la búsqueda de placer, la tiranía, la crueldad... ¿Qué dirías si ensayo el juego contigo, como hizo Dionisio el Tirano con el hombre que había inventado para él el suplicio del toro de bronce, encerrándolo en él y haciéndole quemar primero para ver si sus gemidos y gritos imitaban verdaderamente a un toro? ¿No seré un Dionisio mujer?

L- ¡Sí! Te pertenezco para lo mejor y lo peor. Elige.
(Se apagan las luces)

ESCENA 4

Leopoldo, Wanda

L- (Golpea la puerta del cuarto de Wanda. Sale ella) ¡Wanda!

W- Recibiste mi carta

L- Sí, claro... La recuerdo perfectamente. “Mi bienamado. No quiero verte ni hoy ni mañana. Pasado mañana por la noche, y entonces como mi esclavo. Wanda”

W- Bien. (Leopoldo la quiere abrazar. Ella retrocede un paso y lo mira de arriba abajo) ¡Esclavo!

L- ¡Amada! (besa sus pies)

W- ¡Muy bien!

L- ¡Qué hermosa que estás!

W- ¿Te gusto? (Se detiene en un espejo y se contempla con satisfacción)

L- Voy a volverme loco.

W- Alcánzame la aguijada. ¡No! De rodillas. (Toma un látigo y lo hace silbar, mientras se sonríe)

L- Mujer maravillosa...

W- ¡Cállate, esclavo! (Lo mira fríamente y le cruza un latigazo. Al instante se agacha y con compasión le acaricia tiernamente) ¿Te lastimé? (Avergonzada y temerosa)

L- No. Y cuando eso ocurra, los sufrimientos que me des, serán una delicia. ¡Azótame si eso te da placer!

W- (Le da dos latigazos) ¿Tienes bastante por ahora?

L- No.

W- ¿De veras que no?

L- Sigue, para mí es una delicia.

W- Claro, porque sabes que no es en serio y no quiero dañarte. Estos juegos bárbaros me repugnan. Si fuera de verdad la mujer que azota a su esclavo, te hubieras horrorizado.

L- No, Wanda. Te amo más que a mí mismo. Te pertenezco en vida y muerte. De verdad puedes hacer lo que quieras conmigo. Sí, todo lo que tu antojo te inspire.

W- ¡Leopoldo! ¡Cómo vas a decir esas cosas!

L- Pisotéame. (Se le arroja a los pies)

W- Odio todo lo que sea comedia. (Impaciente)

L- Entonces hazlo en serio.

W- (Silencio) Leopoldo, te prevengo por última vez...

L- Si me quieres, sé cruel conmigo...

W- ¿Si te amo? Entonces, sea. (Retrocede y lo contempla con una oscura sonrisa) Entonces, serás mi esclavo y aprende lo que significa caer en manos de una mujer. (Le da un puntapié) ¿Esto te gusta? ¡Levántate! ¡Así no! ¡De rodillas! (Leopoldo obedece. Comienza a azotarle. Los golpes caen sobre la espalda. Wanda se detiene) Leopoldo... Empiezo a sentir placer... Es bastante por hoy... Pero siento una curiosidad diabólica; querría saber hasta dónde llegan tus fuerzas; siento el terrible deseo de verte temblar bajo mi látigo, de verte sufrir; de oír por fin tus gemidos y tus gritos, de continuar hasta que me pidas clemencia, mientras sigo azotándote sin piedad hasta que pierdas el conocimiento. Te lo advierto, has despertado peligrosos elementos de mi naturaleza. ¡Ahora, levántate! (Leopoldo le toma una mano para besarla, pero Wanda le rechaza con un puntapiés) ¡Qué desvergüenza! ¡Fuera de mi vista, esclavo! ¡Vete! (Él se va. Ella queda caminando por la habitación. Está conflictuada) ¡Leopoldo! (Él vuelve. Wanda le tiende la mano) Estoy avergonzada (Lo abraza tiernamente)

L- ¿Cómo?

W-Trata de olvidar lo que acaba de pasar. He hecho realidad tus locas fantasías. Ahora seamos razonables, seamos felices y amémonos y dentro de un año seré tu esposa.

L- ¡Eres mi amada y yo soy tu esclavo!

W- Ni una palabra más sobre la esclavitud, la crueldad y el látigo. De todas esas locuras sólo te concedo la chaqueta de piel. Ven y ayúdame a ponérmela. (Lo besa abandonándose)

L- Por favor (tartamudeando)... Pero vas a enojarte...

W- Haz conmigo lo que quieras, ya que te pertenezco...

L- Entonces pisotéame, te lo ruego porque voy a enloquecer.

W- ¿No te he prohibido...? Eres incorregible.

L- Estoy desesperadamente enamorado. (Se pone de rodillas y hunde su rostro en el vientre cubierto por la piel)

W- Creo (pensativa) que toda tu locura no es más que una sensualidad demoníaca e insatisfecha. Si fueras menos virtuoso serías perfectamente razonable.

L- Entonces hazme razonable. (Pasa sus manos por todo el cuerpo. La besa. Ella lo besa salvajemente, sin inhibiciones. Leopoldo intenta zafar)

W- ¡¿Qué te pasa?!

l- Sufro horriblemente.

W- ¿Sufres? (Se ríe burlonamente. Queda seria. Le toma la cabeza entre las manos y con un movimiento brusco la apoya en el pecho)

L- Wanda...

W- Es verdad. Te provoca placer el sufrimiento. Espera un poco, voy a volverte razonable (estalla en carcajadas)

L- No volveré a preguntarte si quieres ser mía para siempre o por un instante. Voy a gozar de mi felicidad. Ahora eres mía. Y prefiero perderte a que nunca seas mía.

W- Bueno, ahora eres razonable. (Lo besa. Él le saca el tapado y le mira el pecho. Bajan las luces. Tienen una relación sexual)

L- ¿Me arañaste?

W- No. Pero creo que te mordí.

(Se apagan las luces)

ESCENA 5

Wanda, Leopoldo

W- Leopoldo.

L- ¿Sí, querida?

W- ¿Viste lo que dijo mi amiga?

M- Sí.

W- A partir de ahora, cada vez que ella venga no nos molestes, mantente lejos nuestro pero que te pueda ver. Fue gracioso… ¿Cómo era? Ah, sí… Mirándote me dijo: (Con tono de burla) “Wanda, ¿este es el hombre que amas? ¡Caramba, Wanda! No es ni buen mozo ni atrayente... “¿Lo escuchaste, Leopoldo?

L- Sí.

W- Sí, señora.

L- Sí, señora...

W- Y siguió: “Con todos los hombres que hay por acá, Wanda…“ (Lo mira seriamente) Leopoldo... Estoy confundida... Me seduce la idea de otros hombres pero te quiero y eso basta.

L- (Se sorprende) ¡Por Dios, Wanda! No quiero ser un obstáculo para tu felicidad. No te preocupes por mí.

W- (Lo mira con cara de asombro pero se calla. Le toma la mano tiernamente) Mi amiga se quejó de ti.

L- La odio.

W- ¿Por qué las vas a odiar, tonto?

L- Porque es una hipócrita. Sólo hago caso de una mujer virtuosa o de una que me lleva abiertamente a una vida de placeres.

W- Como yo. (Se ríe burlonamente) Pero mira, chiquito. La mujer no puede ser ni tan puramente sensual ni tan libre espiritualmente con el hombre. Su amor siempre es una mezcla de sensualidad y de intereses intelectuales. Su corazón desea atarse a un hombre para siempre, mientas ella misma está sometida al cambio. Por lo tanto, se produce un desacuerdo, la mentira y la superchería invaden su vida y todo su ser, casi siempre contra su voluntad y alteran su naturaleza.

L- Es cierto. Lo trascendental que quiere la mujer para el amor la lleva a la mentira.

W- Pero el mundo lo quiere así. Piensa en mi amiga. Tiene un marido y un amante y ha encontrado un nuevo pretendiente. Les engaña a los tres y sin embargo ellos la veneran y el mundo la respeta.

L- ¡Está bien! Pero que te deje a ti fuera del juego. Te trata como a una vulgar mercadería.

W- ¿Y por qué no? Cada mujer posee el instinto y el deseo de sacar partido de sus encantos. Es muy bueno entregarse sin amor y sin placer. Haciendo esto se conserva el propio control y se obtienen todas las ventajas.

L- Wanda, ¿eres tú quien dice eso?

W- ¿Y por qué no? Acuérdate de lo que ahora te digo. Nunca estés seguro de la mujer que amas, pues la naturaleza de la mujer esconde más peligros de los que tú crees. Las mujeres no son nunca ni tan buenas como las suponen sus adoradores y sus defensores, ni tan malas como las pintan sus detractores. El carácter de la mujer no es falta de carácter. La mejor mujer puede, inopinadamente, elevarse a la altura de grandes y nobles acciones, confundiendo así a quienes la desprecian. Toda mujer, buena o mala, es capaz, en cada instante, de tener los pensamientos, las acciones y los sentimientos más diabólicos o los más celestiales, los más sórdidos o los más puros. La mujer, a pesar de todos los progresos de la civilización, sigue siendo tal como salió de manos de la naturaleza, es como las bestias salvajes, puede mostrarse fiel o infiel, generosa o cruel, según los sentimientos que la dominen. Sólo una cultura seria y profunda puede producir un carácter moral. El hombre, aunque sea egoísta o malvado, obedece a principios, mientras la mujer no obedece más que a sus sentimientos. No olvides nunca esto, y no te sientas jamás seguro de la mujer que amas. (Queda en silencio) Mi amiga tiene razón en un punto.

L- ¿Sí?

W- Ella dice que no eres un hombre. Eres un espíritu romántico, un amante encantador, y que serías en verdad un esclavo inapreciable, pero no puede imaginarte como esposo. ¿Qué te pasa? ¿Tiemblas?

L- Tiemblo de sólo pensar que pueda perderte por una tontería.

W- ¿El pensar de que he pertenecido a otros antes que tú, y que otros me poseerán, después de ti, te quita algo de tu alegría? ¿Gozarías menos de tu placer si yo fuera feliz al mismo tiempo que tú?

L- ¡Wanda!

W- Ya ves. Esa sería una salida. Tú no quieres perderme nunca. Yo te quiero tanto y me satisfaces tanto intelectualmente que querría vivir siempre contigo, sí junto a ti...

L- ¡Qué pensamientos! Me da miedo...

W- ¿Me quieres menos por eso?

L- Al contrario.

W- Creo que para unirse a un hombre para siempre es necesario, antes que nada, no serle fiel. ¿Qué buena esposa ha sido tan adorada como una amante?

L- Es verdad. En la infidelidad de la mujer amada existe un doloroso atractivo, una profunda voluptuosidad.

W- ¿Para ti también?

L- También para mí.

W- (Burlonamente) ¿Y si te doy ese placer?

L- Sufriría atrozmente. Pero no por eso te adoraría menos. Sería necesario, sin embargo, que no me ocultaras nada, que tuvieras la grandeza demoníaca de decirme: “Sólo te amaré a ti, pero haré feliz a quien se me antoje”

W- (Mueve la cabeza) La mentira es contraria a mi naturaleza. Soy sincera. Pero, ¿qué hombre no sucumbe ante el peso de la verdad? Si te dijera: “Esta vida alegre y sensual, este paganismo, tal es mi ideal”, ¿tendrías la fuerza suficiente como para soportarlo?

L- ¡Claro que sí! Quiero soportar todo lo que sea para no perderte. Siento qué poco te pertenezco.

W- Pero, Leopoldo...

L- Y sin embargo es así... Por eso...

W- Por eso te gustaría... (Sonríe con malicia) ¿Adiviné?

L- ... Ser tu esclavo... Pertenecerte, dócil y sin voluntad. Que dispongas libremente de mí y que esto no se convierta nunca en un peso para ti. Mientras bebes la vida a grandes tragos, mientras en medio de un lujo opulento gozas de una felicidad serena y del amor de los dioses, querría servirte, ponerte y quitarte los zapatos.

W- En realidad no estás tan equivocado. Sólo como un esclavo podrías soportar que amase a otros. Y además, la libertad del placer del mundo antiguo es inconcebible sin la esclavitud. ¡Quiero tener esclavos! ¡¿Oyes, Leopoldo?!

L- ¿No soy tu esclavo, acaso?

W- Escúchame bien, entonces. (Agitada) Quiero ser tuya tanto tiempo como te ame.

L- Un mes.

W- Tal vez, dos.

L- ¿Y después?

W- Tú eres mi esclavo.

L- ¿Y tú?

W- ¿Yo? ¿Qué preguntas? Yo soy una diosa y desciendo a veces suavemente, muy suave y secretamente desde el Olimpo hacia ti... ¿Pero qué es todo esto? Son ilusiones que nunca serán realidad...

L- ¿Por qué nunca se cumplirían?

W- Porque la esclavitud no existe entre nosotros.

L- Vayamos entonces a un país donde aún exista. A Oriente, Turquía.

W- ¿Querrías de veras, Leopoldo?

L- Sí. Quiero ser tu esclavo. Quiero que tu poder sobre mí se convierta en ley, que mi vida repose en tu mano, y que nada en este mundo pueda protegerme o salvarme de ti. Ah, que voluptuosidad depender enteramente de tu voluntad, de tu humor, obedecer a un signo de tu dedo... Y después, qué felicidad cuando la diosa se muestre clemente y el esclavo tenga derecho a besar los labios de los que dependen de su vida y su muerte... (Se arrodilla y apoya la cara en las rodillas)

W- ¿Tienes fiebre, Leopoldo? ¿Realmente me amas hasta tal punto? (Lo besa) ¿Realmente lo quieres? (Se lo dice temblando)

L- Te lo juro en este momento. Por Dios y por mi honor seré tu esclavo dónde y cuándo quieras, desde el momento en que lo ordenes.

W- ¿Y si te tomo la palabra?

L- ¡Hazlo!

W- Para mi hay un atractivo inusitado en el hecho de que un hombre que me adora y al que yo amo con toda mi alma me sea enteramente devoto y dependa de mi humor y de mi voluntad.... (Lo mira extrañamente) Será culpa tuya si me convierto en una frívola. Creo que en este momento empiezas a tener miedo de mí, pero yo tengo tu juramento.

L- Y lo mantendré.

W- Ya me encargaré de ello. Por ahora me produce placer. Por ahora basta con que todo esto quede en el dominio de la fantasía. Tú serás mi esclavo y yo trataré de ser la Venus de las pieles.

(Se apagan las luces)

ESCENA 6

Wanda, Leopoldo

W- Mira. Aquí lo tengo.

L- ¿Qué es?

W- Un contrato.

L- ¿Un contrato?

W- Sí. Mira. Léelo.

L- Pero este contrato sólo menciona mis deberes.

W- Naturalmente. Dejas de ser mi amante. Por lo tanto quedo desligada de todos mis deberes hacia y ti y de todos los miramientos que te debía. Debes considerar cada favor mío como una gracia. Tú ya no tienes ningún derecho y no puedes hacer valer ninguno de los que has tenido. Mi poder sobre ti no puede tener límites. Piensa que ahora no vales más que un perro o un objeto. Eres una cosa mía; el juguete que puedo romper si eso me da placer. Tú no eres nada y yo soy todo. ¿Comprendes ahora? (Se ríe y le besa. Él, tiembla)

L- ¿Me autorizas a poner algunas condiciones?

W- ¿Condiciones? (Frunce las cejas) ¡Ah, empiezas a tener miedo o arrepentirte de tu decisión; ya es muy tarde! Tengo tu juramento y tu palabra de honor. Pero habla.

L- En primer lugar, quisiera que los dos puntos siguientes se incluyan en nuestro contrato: Que tú no te separarás jamás completamente de mí, y que no me entregarás a la brutalidad de tus adoradores.

W- Pero, Leopoldo... (Con voz ronca y lágrimas en los ojos) ¿Cómo puedes creer que...? Tú, un hombre que me ama tanto y que se abandona hasta tal punto a mi voluntad... Que yo podría... (Se interrumpe)

L- No, no. (La cubre de besos) No temo que nada que venga de ti pueda deshonrarme. Perdona este instante detestable.

W- (Sonríe deliciosamente. Apoya una mejilla contra una de él) Has olvidado algo (maliciosamente) Lo más importante.

L- ¿Una condición?

W- Sí. Que yo me presente siempre vestida con pieles (Lo dice alegremente) Pero te lo prometo ahora. Siempre usaré alguna, aunque más no sea porque me hace sentir una déspota. Quiero ser muy cruel contigo, ¿comprendes?

L- ¿Debo firmar el contrato?

W- Todavía no. Primero voy a agregar tus condiciones y entonces lo firmarás en el momento y el lugar adecuados.

L- ¿En Constantinopla?

W- No. He estado reflexionando. ¿Qué sentido tiene para mí tener esclavos en un país donde existe la esclavitud? Es aquí donde quiero tener un esclavo para mi sola, en nuestra sociedad cultivada, razonable y filistea. Y un esclavo que me pertenecerá no en nombre de una ley, de un derecho, sino que carecerá de voluntad entre mis manos gracias al poder de mi belleza y de todo mi ser. Esto me parece excitante. Pero partamos, sin embargo, hacia un país donde nadie nos conozca y donde tú puedas, sin problemas, ser mi mucamo ante los ojos del mundo. Italia, tal vez. Roma, Nápoles...

L- Quiero estar enteramente en tus manos, Wanda. Sin condiciones, sin limitaciones de tu poder sobre mí. Quiero estar entregado al azar de tus caprichos.

W- ¡Qué magnífico que estás ahora! Tus ojos semi cerrados, como en éxtasis me encantan y me transportan. Tu mirada debe ser maravillosa cuando, azotado a muerte, estés a punto de sucumbir. Tienes los ojos de un mártir.

(Se apagan las luces)

ESCENA 7

Wanda, Leopoldo

W- ¡Ah, qué hombre!

L- ¿Ese príncipe ruso?

W- ¡Cómo me miraba!

L- ¡Y tú también!

W- ¿Qué quieres? El príncipe es un hombre que podría gustarme y hasta fascinarme. Soy libre, puedo hacer lo que se me antoje.

L- ¿Ya no me amas, entonces? (Se desespera)

W- No amo a nadie más que a ti, pero quiero dejarme hacer la corte por el príncipe.

L- ¡Wanda!

W- ¿No eres mi esclavo? (Tranquilamente) ¿No soy Venus, la cruel Venus de las pieles del Norte? Inmediatamente irás a averiguar su nombre, dónde vive y todo lo concerniente a él. ¿Me entiendes?

L- Pero...

W- Nada de objeciones. ¡Obedece! No te presentes ante mí antes de poder dar respuesta a todas mis preguntas.
(Se apagan las luces)

ESCENA 8

Wanda, Leopoldo

W- ¿Y?

L- Aquí tienes. (Lo hace permanecer de pie ante ella como un criado, mientras sentada lee)

W- Bien hecho. (Él se pone de rodillas)

L- ¿Cómo terminará esto?

W- (Se ríe) Todavía no ha empezado.

L- Tienes menos corazón del que creía.

W- Leopoldo... (Se lo dice muy seria) No he hecho nada todavía. Absolutamente nada y ya me consideras sin corazón. ¿Qué será cuando cumpla todos tus deseos, cuando lleve una vida alegre y libre, rodeada por un círculo de adoradores y cuando, según tu ideal, te maneje a puntapiés y latigazos?

L- Tomas mis fantasías demasiado en serio.

W- ¿Demasiado en serio? A partir del momento en que las pongo en ejecución, no puedo hacerlo en broma. Sabes hasta qué punto detesto todo lo que es juego y fingimiento. Tú lo quisiste. ¿Fue idea mía o tuya? ¿Fui yo quien te arrastró o bien tú quien inflamó mi imaginación? En todo caso, la cosa es seria en este momento.

L- Wanda, (Tiernamente) escúchame con calma. Nos amamos tanto, somos hasta tal punto felices, ¿quieres sacrificar todo nuestro porvenir por un capricho?

W- ¡No es un capricho!

L- ¿Entonces qué es?

W- Ya existía en mí. Tal vez esto no hubiera aflorado nunca. Pero tú lo has despertado, y ahora que se ha convertido en un instinto poderoso, ahora que estoy dominada por él y me produce placer, ahora que ya no puedo y no quiero hacer otra cosa, ahora, ¿tú quieres volverte atrás? Dime, ¿eres un hombre?

L- Querida, queridísima Wanda. (La comienza a besar y acariciar)

W- ¡Déjame! ¡Tú no eres un hombre!

L- ¿Y tú qué eres?

W- Una egoísta, ya lo sabes. No soy como tú, fuerte para imaginar, débil para realizar. Cuando inicio algo lo llevo hasta el fin y con tanta más seguridad, cuanto mayores son los obstáculos que debo vencer. ¡Déjame! (Lo rechaza y se levanta)

L- ¡Wanda! (Se levanta)

W- Ahora me conoces. Te advierto aún una vez más. Todavía estás a tiempo. No te obligo a que seas mi esclavo.

L- Wanda, (con los ojos llenos de lágrimas) no sabes hasta qué punto te amo.

W- (Lo mira con una mueca desdeñosa) ¿Qué sabes de mi naturaleza? ¡Ahora sí vas a conocerme!

L- ¡Wanda!

W- Decídete. ¿Quieres someterte? ¿Sin reservas?

L- ¿Y si digo que no?

W- Entonces... (Fría y sarcástica, cruza los brazos con una sonrisa maligna) Bien...

L- Eres mala. Vas a azotarme.

W- ¡No! Voy a dejar que te vayas. Eres libre. No te retengo.

L- ¡Wanda! ¡Me haces eso, a mí que te amo tanto...!

W- ¡Sí, a usted, señor, a usted que me adora! (desdeñosamente) A usted que es un cobarde, un mentiroso y un perjuro. ¡Salga inmediatamente!

L- ¡Wanda!

W- ¡Animal! (Leopoldo se le echa a los pies y se pone a llorar) ¡Y todavía llora! (Suelta una carcajada) ¡Vete, no quiero verte más!

L- ¡Dios mío! (Fuera de sí) ¡Haré todo lo que ordenes, seré tu esclavo, tu cosa, puedes hacer lo que te plazca conmigo, pero no me rechaces! ¡Estoy perdido, no puedo vivir sin ti! (Le abraza las rodillas y le cubre las manos de besos)

W- Sí, es necesario que seas un esclavo y que sepas lo que es el látigo porque no eres un hombre. (Lo dice tranquilamente) Ahora te conozco. Conozco la naturaleza de perro que adora a quien lo pisotea y tanto más cuanto más lo maltrata. Ya te conozco. En cambio tú ahora vas a empezar a saber quién soy. (Camina por la habitación a grandes pasos. Él permanece de rodillas con la cabeza gacha, llorando) ¡Acércate! (Se sienta. Él obedece y se sienta a su lado. Lo mira con expresión sombría. De pronto se le iluminan los ojos. Sonriente le acerca a su pecho y le seca las lágrimas con besos) Te amo, Leopoldo. Creo que nunca podré amar a otro hombre como a ti. Seamos razonables, ¿quieres? (Lo abraza) ¡Pero cómo puedes llorar! Eres una criatura.
(Se apagan las luces)

ESCENA 9

Leopoldo, Wanda

L- El príncipe te miraba y se fastidió con mi presencia.

W- ¿Ah, sí? ¿Has dormido bien?

L- No, jamás puedo dormir si no es a tu lado. ¿Por qué me has echado a otro cuarto?

W- Porque no eres mi esposo y nunca lo serás.

L- Entonces, rompemos.

W- Déjate de tonterías. (Lo mira con frialdad) Te olvidas de que ya no se trata de que seas o no un buen marido para mí. En todo caso eres bastante bueno para esclavo.

L- ¡Señora! (Indignado)

W- Sí. Así deberás llamarme de ahora en adelante. (Lo dice con la cabeza erguida y gesto de desprecio) Prepare sus cosas en veinticuatro horas. Pasado mañana parto para Italia y usted deberá acompañarme en calidad de criado.

L- ¡Wanda!

W- Le prohíbo cualquier familiaridad. Tampoco deberá presentarse ante mí a menos que lo llame con la campanilla, y no me dirigirá la palabra si yo no le hablo antes. A partir de ahora deja de llamarse Leopoldo para llamarse Gregorio.

L- Pero, señora... Usted conoce mi situación... Financieramente… dependo aún de mi padre y dudo que la suma que necesitaré para el viaje...

W- Eso quiere decir que no tienes dinero, Gregorio... Tanto mejor. Así dependerás enteramente de mí y serás realmente mi esclavo.

L- No pensará... que siendo yo, un hombre de honor, yo puedo...

W-Pienso (con tono imperativo) que como hombre de honor, debe mantener ante todo su juramento y su palabra y seguirme adonde yo se lo ordene, como esclavo mío que es, y hacer cuanto le indique. Ahora retírese, Gregorio. (El se va a retirar) Aún no, puedes besarme la mano antes. (Lo mira con desgano mientras estira la mano. Él se la besa con pasión) Bueno, retírate.
(Se apagan las luces)

ESCENA 10

Wanda, Leopoldo

W- (Entra vestida con un tapado de piel, un gorro de cosaco y un látigo en la mano) ¿Estás pronto, Gregorio?

L- Todavía no, mi ama.

W- Esa palabra me gusta. De ahora en adelante me llamarás siempre “mi ama”. ¿Has comprendido? Mañana a las nueve partimos. Hasta llegar a la capital serás mi caballero, mi amado. En cuanto subamos al tren serás mi esclavo, mi criado.

L- Entonces, ¿te gusto?

W- Eres... ¡¿Quién te dio permiso?! (Y le asesta un latigazo)

L- Es usted maravillosamente hermosa, mi ama.

W- (Sonríe y se sienta en un sillón) Arrodíllate cerca de mi sillón. (Él obedece) Bésame la mano (Lo hace) La boca. (Le rodea los brazos y la besa. Ella responde.
(Se apagan las luces)

ESCENA 11

Leopoldo, Wanda

W- Bien, llegamos, toma mi tapado mientras voy a buscar los billetes...Un beso... Estás muy elegante... Vengo enseguida... (Pasa un instante. Vuelve. Fría, transformada) Este es tu billete, Gregorio.

L- ¿Un billete de tercera?

W- Naturalmente. Ahora presta atención. No subirás al tren antes que yo esté instalada en mi compartimiento y ya no necesite de ti. En cada estación correrás hasta mi vagón para recibir órdenes. No te olvides. Y devuélveme mi abrigo. (Leopoldo sumiso le ayuda a ponérselo y ella lo despide) Ve con tu gente.

L- (Se dirige al público) Fue una tortura. Luego de acomodarla en el vagón de primera tuve que ir al de tercera, lleno de humo de tabaco... Cada vez que se detenía el tren yo saltaba afuera, corría a su vagón y esperaba sus órdenes, con el gorro en la mano. A veces me pedía un café, otras un vaso de agua. En una ocasión una comida ligera, en otra, un bol con agua caliente para lavarse las manos. Y así durante todo el viaje. Permitía que la cortejaran algunos caballeros que viajaban junto con ella. Yo me moría de celos. En mi compartimiento sentía el olor a cebolla de los campesinos polacos, judíos y sacerdotes. Cuando iba a donde estaba la veía confortablemente instalada, arrebujada en su abrigo de piel, entre almohadones mientras los hombres la rodeaban. En Viena siguió tratándome como un criado. Debía caminar atrás de ella. Me daba los paquetes de lo que compraba sin siquiera dedicarme la mínima mirada. Cuando nos fuimos del hotel regaló toda mi ropa al portero. Tengo la sensación de haber sido vendido, de haber entregado el alma al diablo. Mi hermoso diablo me llevó de Viena a Florencia. Vivo la misma odisea en ese tren, y duermo pensando en mi hermosa criatura que descansa tranquilamente envuelta en una piel. En Florencia, Wanda elige un coche. Me llama: “Gregorio” y mientras ella se sienta en el coche, yo debo cargar una a una las pesadas maletas. Cuando caigo vencido por una de ellas, un policía me ayuda y ella se sonríe. “Debe ser pesada. Mis pieles están allí”. Cuando llegamos al hotel, bajo todo el equipaje y espero. Ella pregunta si hay habitaciones. Cuando el encargado le dice que sí, pide dos. Una para ella y otra para su criado. Las va a ver, finalmente elige una con calefacción para ella y una sin estufa para mí. “Sube mis maletas, Gregorio, me dice, mientras yo tomaré algo en el comedor. Luego tú puedes beber”. Cuando estoy en el comedor entra ella, me ve y le recrimina al mozo: “¿Cómo puede conducirme a un comedor donde está comiendo mi criado?” y se va. En mi habitación estoy muerto de frío cuando entra un mozo y me grita que baje a la habitación de mi patrona. Tomo mi gorro, y por fin llego dichoso a su puerta. Golpeo y espero.

W- Entre. (Leopoldo entra y espera. Ella está peinándose frente a un espejo, tapada por una piel. La misma de la primera vez) Estoy contenta de ti, Gregorio. (Leopoldo se inclina) Ven más cerca. (Él obedece) Un poco más cerca. La Venus de las pieles recibe a su esclavo. Veo que eres realmente más que un romántico normal. Estás a la altura de tus sueños. Eres el hombre que te imaginas. Sería hermoso llevarlo a la práctica. Confieso que esto me agrada, que me atrae. Eres más valiente de lo que creía. Pero hoy eres mi esclavo, mi... (Se levanta y la piel cae al suelo. Se le echa en los brazos) Mi esclavo bienamado, Leopoldo. ¡Ah, cómo te amo, cómo te adoro! ¡Qué elegante estás con tu traje de criado! Pero esta noche vas a tener frío en tu miserable cuarto. ¿Te doy mil piel, corazoncito, la grande...? ¿Esta? (La toma y se la pone sobre los hombros) ¡Qué bien te queda esta piel! (Lo empieza a besar y acariciar) Se ve que te gusta la piel. Dámela que perdería mi dignidad. (Él se la coloca en los hombros) Deja ese aire triste que tienes. Por ahora eres mi criado para los demás, pero todavía no lo eres para mí. Aún no eres mi esclavo. No has firmado el contrato. Aún eres libre, puedes dejarme en cualquier momento. Has desempeñado tu papel a la perfección. Estoy asombrada. Pero, ¿no estás cansado? ¿No me consideras una malvada? Vamos, habla, te lo ordeno.

L- ¿Debo decirlo, Wanda?

W- Sí, debes.

L- Aunque debieras abusar, estoy más enamorado que nunca de ti, te venero cada vez más y te adoraré cada vez más fanáticamente. Cuanto más me maltratas, como acabas de hacerlo, tanto más me excitas. ¡Mujer divina! (Le besa el cuerpo)

W- Así que me amas cuando soy cruel. ¡Vete inmediatamente! Me aburres (Le da una bofetada muy fuerte) ¡Ayúdame a ponerme el abrigo, esclavo! (Él la ayuda) ¡Qué torpe! (lo vuelve a abofetear. Lo mira dulcemente) ¿Te hice daño?

L- No, no.

W- En todo caso no debes quejarte. Eres tú quien quiere que las cosas sean así. Vaya, bésame de nuevo. (La abraza estrechamente, se besan. Ella se acurruca en su cuello envuelta en la pesada piel) Ahora, vete a tu cuarto, criado. (Él se va)
(Se apagan las luces)

ESCENA 12

Wanda, Leopoldo


L- Buenos días, mi ama.

W- (Le sonríe amistosamente) Toma tu desayuno, Gregorio. Salimos a buscar una casa. Quiero irme de este hotel. Me siento fastidiada. En cuanto converso contigo, todos comentan: “La rusa tiene relaciones con su criado. Ya se ve que la raza de las Catalinas no se ha extinguido”

(Se apagan las luces por un instante)

W- Leopoldo, por momentos eres el sirviente más completo que he tenido. Lo nuestro es sumamente divertido y me excita, fue maravilloso cuando entramos al zaguán de ese edificio y me ofrecí para que me poseyeras. ¡Te amo, Leopoldo! Sí, te encuentro irresistible. Eres muy peligroso como esclavo.

L- Gracias, señora, pero le ruego que no actúe caprichosamente. Déjeme mi tiempo para comer y para descansar, estoy agotado. He subido no sé cuantos edificios buscando un apartamento que sea de su agrado, cada vez que me siento a la mesa escucho su voz imperiosa. “Gregorio” reclamando un servicio... Nunca pensé que fuera tan cruel, mi ama...

W- (Se ríe) Creí que habías terminado... Pero está bien así. El hombre ha nacido para sufrir y especialmente tú. Los mártires no comían bistec. (Él sin que lo vea muestra su rabia) Gregorio, he abandonado la idea de alquilar una casa en la ciudad. Es muy difícil encontrar en un piso espacio para hacer lo que se me antoje; es necesario prever todo para unas relaciones tan románticas e insólitas como las nuestras. Voy a alquilar una villa, y presta atención porque vas a recibir una sorpresa: te doy permiso para que comas a tu gusto y des un paseo por Florencia. Yo no regresaré hasta la noche. Si te necesito te haré llamar.
(Se apagan las luces)

ESCENA 13

Wanda, Leopoldo, criada

W- ¿Te gusta la nueva villa?

L- Mucho.

W- Mira por esa rendija. Te tengo una sorpresa.

L- ¡Señora! La estatua de la diosa del amor sobre un pedestal blanco... Parece como si me dijera: “Te espero”

W- Nunca se sabe. ¿Te gusta tu cuarto?

L- Hermoso, señora. Hasta tiene chimenea. Su cuarto es maravilloso. Y la sala de baños con la fuente de mármol que da a su dormitorio...

W- ¿Te gusta esa bonita mucama que he contratado? ¿Qué pasó que te he estado llamando y no venías?

L- No había sentido que me llamara. (Intimidado. Ella lo abraza apasionadamente) La Venus de las pieles... Soy feliz...

W- ¿Me quieres todavía?

L- ¡¿Me lo preguntas?!

W- ¿Recuerdas tu juramento? (Lo mira con una sonrisa encantadora) Ahora que ya está todo pronto, te pregunto una vez más. ¿Lo has dicho en serio? ¿Estás dispuesto a ser mi esclavo?

L- ¿Acaso no lo soy ya?

W- Aún no has firmado los papeles.

L- ¡Los papeles! ¿Qué papeles?

W- Ah, ya veo... Ya no piensas en eso. Déjalo.

L- Pero, Wanda... Tú sabes que no conozco más felicidad que servirte, ser tu esclavo y que daría todo por experimentar la sensación de estar totalmente en tus manos, de haber puesto en ellas mi vida.

W- ¡Qué hermoso que eres cuando hablas apasionadamente... ¡Ah, estoy más enamorada de ti que nunca! Y, sin embargo, es necesaria que sea altanera, severa y cruel contigo. Creo que no seré capaz.

L- Yo no temo eso. (Se ríe) ¿Dónde están los papeles?

W- (Los muestra algo confusa) Para que tengas la sensación de que estás totalmente en mis manos he preparado otra declaración por la cual te comprometes a quitarte la vida. Así yo puedo matarte si se me antoja.

L- Dámelos. (Wanda va a buscar pluma y tinta. Lo abraza y mira los papeles desde el hombro de él) “CONTRATO ENTRE LA SEÑORA WANDA VON DUNAJEW Y EL SEÑOR LEOPOLDO SACHER - MASOCH. El señor Leopoldo Sacher – Masoch deja de ser, desde este día, el prometido de la señora Wanda von Dunajew y renuncia a todos los derechos que le procuraba su calidad de amante. Se compromete, en cambio, bajo palabra de hombre y gentilhombre a ser, de ahora en adelante el esclavo de esta señora hasta que ella decida devolverle la libertad.
“Como esclavo de la señora von Dunajew se llamará Gregorio, cumplirá los deseos de la dama, obedecerá todas sus órdenes, estará sometido a su ama y considerará el mínimo signo de su favor como una gracia extraordinaria.
“La señora von Dunajew no sólo podrá castigar a su esclavo a la menor falta, según su capricho, sino que también tiene derecho de matarlo si tal cosa le agrada. Es decir, que él es de su entera propiedad.
“La señora von Dunajew promete, como su ama, presentarse, siempre que sea posible, envuelta en pieles, especialmente en los momentos en que se muestre cruel hacia su esclavo”... Bien... Ah, aquí hay un segundo... “Cansado, desde hace años, de la existencia y de las decepciones que trae aparejadas, he puesto fin, voluntariamente, a mi vida inútil” (Leopoldo siente un escalofrío)

W- Es necesario que tú copies éste (Le muestra el segundo documento) Conviene que esté escrito de tu puño y letra. En el contrato no hace falta, naturalmente. (Leopoldo copia rápidamente y se lo entrega a Wanda. Ella lo lee y lo deja a un costado) Y bien, ¿tienes el coraje de firmar esto? (Sonriente. Leopoldo toma una pluma pero ella lo interrumpe) Déjame a mí primero. Te tiembla la mano. ¿Tienes tanto miedo de tu felicidad? (Firma) ¡Ya está! Pero, ¿qué te pasa? Tienes la expresión perdida. Todo es como antes, aunque firmes. ¿No me conoces, corazón? (Él mira el contrato. Le mira los ojos, toma la pluma y firma) ¿Estás temblando? (Lo dice tranquilamente) ¿Debo guiar tu pluma? (Lo lleva con su mano. Wanda observa los dos documentos y los guarda) Bien. Ahora dame tu pasaporte y tu dinero. (Leopoldo le da la billetera. Ella mira lo que contiene con gesto aprobatorio, también lo guarda. Él se arrodilla ante ella y apoya su cabeza en su pecho. Intenta levantarse asustado pero ella se lo impide. Entra la criada joven y le ata los brazos a la espalda) Alcánzame el látigo, Haydée... (La mujer se lo alcanza y se arrodilla ante ella) ¡Quítame el abrigo! Es muy pesado y me molesta. ¡La chaqueta! ¡Pónmela! ¡Átalo a la columna!... Retírate... (La criada se va. Lo mira con la mano en la cadera, el látigo en la mano derecha. Ríe brevemente) Nuestro juego ha terminado. ¡Ahora es en serio, insensato! ¡Desprecio a aquel que, enceguecido se entrega a mí para convertirse en un juguete de una mujer orgullosa y caprichosa! Ya no eres mi amante sino mi esclavo, entregado a mi capricho para la vida y para la muerte. ¡Ahora sabrás quién soy! Ante todo vas a probar éste látigo, esta vez de veras, sin haberlo merecido, para que comprendas lo que te espera si te muestras torpe, desobediente o rebelde. (Le descarga un latigazo) ¿Y ahora qué piensas? (Silencio) Espera un poco. Es necesario que te quejes y gimas como un perro bajo mi látigo (Lo dice amenazante y vuelve a castigarlo) ¡Sólo ahora te comprendo! Es realmente una delicia tener un ser a nuestra disposición y más si es el hombre que nos ama... Porque tú me amas, ¿no es así? Voy a lacerarte. El placer va creciendo en mí con cada golpe. ¡Vamos! Retuércete de dolor, grita, aúlla. Ya no despertarás piedad en mí. (Se agota. Arroja el látigo y se recuesta haciendo sonar la campanilla) ¡Desátalo! (Él rueda por el piso como un tronco. La joven se ríe) Desata la cuerda de los pies también y de las manos) Acércate, Gregorio. ¡Un paso más! Arrodíllate y bésame un pie (Alza el pie y él lo cubre de besos) A partir de ahora no me verás por un mes. Es necesario que me transforme en una extraña para ti, a fin de que te adaptes más fácilmente a tu nuevo estado. Durante ese tiempo trabajarás en el parque y esperarás mis órdenes. Ahora vete, esclavo.
(Se apagan las luces)

ESCENA 14

Wanda, Leopoldo

W- ¿Cómo ha pasado este mes, Gregorio?

L- Bien, mi ama. Bueno, he estado a la orden del jardinero, le he ayudado a podar los árboles y los cercos, a cortar flores, a puntear canteros, a cubrir los senderos con pedregullo, he compartido con él su poca comida y su cama dura; me levanto con las gallinas y me acuesto con ellas... Cada tanto he oído decir a la criada que nuestra ama se divierte, que está rodeada de hombres, incluso una vez... sentí su risa burlona... A veces, disculpe, me siento un estúpido. Incluso he recibido un carta que decía que quedaba “El esclavo Gregorio” adscrito a su servicio personal”

W- Es verdad... ¿qué hora es?

L- Las nueve pasadas.

W- Tráeme el desayuno. (Se va y vuelve con la bandeja. Se arrodilla al lado de la cama)

L- Aquí está su desayuno, mi ama. (Ella se levanta en ropa interior, camina y luego se pone el tapado de piel) Está hermosa, señora.

W- Eres torpe, esclavo. (Leopoldo baja los ojos y sostiene la bandeja. Ella toma el desayuno, se despereza y estira voluptuosamente su cuerpo) Toma, lleva esta carta al príncipe Corsini... ¿Qué tienes, esclavo? Estás pálido... ¡Qué torpe, has volcado el agua! (Lo abofetea) Vete que tengo que salir.
(Se apagan las luces)


ESCENA 15

Wanda, Leopoldo, criada

W- ¡Esclavo! (Entra Leopoldo) ¡Prende la estufa! ¡Té, quiero té! (Mientras sale y vuelve con una tetera, ella se desnuda con la ayuda de Haydée y se recuesta. La criada se va) ¡Alcánzame la piel! (Se estira perezosa) ¡Quítame los zapatos y ponme las pantuflas! ¡Rápido, rápido! ¡Me lastimas! Espera. ¡Voy a enseñarte! (Le pega un latigazo) Ahora vete. Ah, antes de irte... Quiero contarte que fue hermoso almorzar con el príncipe. Te portarse bastante bien. Los demás no se dieron cuenta pero cada vez que me tomabas el brazo, temblabas de excitación... No quiero que se repita...La ópera fue muy divertida... ¡Lastima que debiste esperar afuera del palco, en el corredor! (Se ríe) ¡Cuatro horas! (Más risas)

L- (Al público) ¡A veces sueño que tengo un furioso ataque de celos y mato a Wanda y soy condenado a muerte! Me veo en el cadalso, la cuchilla cae, la siento sobre mi cuello pero estoy vivo aún. Entonces el verdugo me golpea en plena cara. Pero no es el verdugo, es Wanda que furiosa está de pie ante mí y reclama su abrigo. Yo reacciono inmediatamente y se lo pongo. Es una delicia ayudar a una hermosa criatura a ponerse el tapado. Ver, sentir su nuca y sus brazos magníficos deslizándose en el pelaje precioso y delicado, levantar los pesados bucles y dejarlos caer sobre el cuello. ¡Y qué delicia cuando ella se quita el abrigo y un suave calor y un delicado perfume de su cuerpo me inundan! ¡Es para perder la cabeza! ¡La amo! Hoy no sé qué ha pasado. Está sentada comiendo sola, sin dirigirme la palabra, ni una mirada, ni siquiera una bofetada. ¡Ah, cómo me duele no recibir un golpe de su mano! Tengo ganas de llorar. Siento hasta qué punto perdí valor para ella. Ya no me encuentra interesante ni para atormentarme.

W- Gregorio, ven. Esta noche vas a dormir cerca de mí. Anoche he tenido terribles pesadillas y tengo miedo de quedarme sola. (Saca unos almohadones) Acuéstate a mis pies. (Apaga las luces. Queda encendida una pequeña lámpara junto a la cama. Se acuesta) No te muevas, para evitar que me despierte. (Silencio) Gregorio… (Leopoldo salta hacia ella) ¡Qué hermosos ojos que tienes! Sobre todo cuando sufres. ¿Eres muy desdichado? (Leopoldo no responde) ¿Leopoldo, aún me amas? (Con tono apasionado) ¿Puedes aún amarme?

L- ¡Wanda! ¡Wanda de mi corazón! (La abraza ardientemente) ¡Qué miserable soy! ¡Cuánto más me maltratas y más me traicionas, más apasionadamente te amo! ¡Voy a morir de dolor, de amor y de celos!

W- Pero todavía no te he traicionado, Leopoldo.

L- ¿No? ¡Wanda, no te burles por el amor de dios, no te burles tan despiadadamente de mí! ¿Acaso no he llevado las cartas al príncipe?

W- Sí, es verdad, pero era solo una invitación a almorzar...Tú eres... Te he sido absolutamente fiel. Te lo juro por lo más sagrado. Sólo he inventado todo esto para agradarte, para saciar tu fantasía. Pero ahora voy a buscarme un amante. Si no, las cosas quedarán a medias y terminarás reprochándome no haber sido lo bastante cruel contigo. ¡Mi querido y bello esclavo! Sin embargo hoy eres de nuevo Leopoldo. Eres sólo mi bienamado. No regalé, como creíste, tu ropa; está en el cofre. Vístete como antes. Olvida cuánto ha ocurrido. Lo olvidarás rápidamente entre mis brazos. Borraré todos tus pesares con mis besos. (Lo mima como a un niño) Ve a vestirte. Yo también quiero arreglarme. ¿Debo ponerme mi chaqueta de piel? Sí, sí, ya lo sé. Apúrate. Mira, siéntate a mi lado. Mira las fotos que me he sacado, mira los libros que he comprado... (Miran juntos) ¿Eres feliz ahora?

L- Aún no.

W- (Abre el tapado y se muestra a él. Él se lo cubre)

L- Me enloqueces...

W- Entonces ven. (Lo besa apasionadamente) ¿Eres feliz?

L- Infinitamente.

W- (Se ríe provocativamente. Él se asusta) Antes soñabas con ser mi esclavo y juguete, y ahora te imaginas como un hombre libre, te imaginas que eres mi amante. ¡Pobre loco! Me basta un solo gesto para que vuelvas a tu condición de esclavo. ¡Arrodíllate! (Él cae a sus pies) ¿No puedes creerlo? (Lo mira parada frente a él con los brazos cruzados) Me aburro y eres lo bastante bueno como para distraerme por unas horas. ¡No me mires así! (Le da un puntapié) Eres lo que se me antoja: un hombre, una cosa, un juguete. (Hace sonar la campanilla. Entra la criada) ¡Átale los brazos! (Le va a pegar pero se detiene) ¡Desátalo! (Él mira a Haydée. Ésta le corresponde la mirada. Wanda los mira y se pone furiosa) ¡Cómo te atreves a mirar a otra mujer en mi presencia! ¡Tal vez te sirva más que yo, es más diabólica! ¡Te voy a meter preso en el calabozo! ¡Criada!

L- (Al público) ¡La Venus de las pieles celosa de su esclavo! Arrancó el látigo del clavo, llamó a la criada y me hizo atar y me arrastró al sótano donde me arrojaron a un calabozo abovedado, sombrío y húmedo. Cerraron la puerta. Corrieron el cerrojo. Estuve prisionero no sé cuánto tiempo. Enterrado vivo. Echado en la paja húmeda, atado como un buey al que llevan al matadero, sin luz ni comida, sin agua, sin poder dormir. Mientras ella... Ella no carece de nada y me deja morir de hambre, si antes no muero de frío. Creo que empiezo a odiar a esta mujer.

W- (Aparece con una antorcha) ¿Todavía vives?

L- ¿Vienes a matarme?

W- (Se arrodilla y apoya la cabeza de él en sus rodillas) ¿Estás enfermo? ¡Cómo te brillan los ojos! ¿Me amas? ¡Quiero que me ames! (Saca un cuchillo. Él se espanta (Le corta las cuerdas)


ESCENA 16

Wanda, Leopoldo, pintor

W- Me siento avergonzada de cómo te he tratado.

L- ¿Le ha gustado la lectura de Manón Lescaut?

W- Sí, pero por ahora no quiero que sigas. Seremos nosotros los que representaremos ahora a Manón. Tengo una cita y usted, mi querido caballero me acompañará. Sé que lo hará. ¿No es cierto?

L- Usted ordena.

W- No, yo no se lo ordeno. Se lo ruego. ¡Qué ojos! ¡Te amo tanto! ¡No te imaginas cuánto te amo!

L- Sí. (Amargamente) Me amas al punto de citarte con otro.

W- Sólo lo hago para excitarte. Necesito amantes para no perderte. No quiero perderte nunca, ¿comprendes? Sólo te amo a ti, a ti solo. (Lo besa apasionadamente) Sí pudiera darte toda mi alma con este beso... Pero ven... (Se pone un sencillo abrigo). Hoy vas a manejar tú. Díselo al cochero. (Golpean la puerta) Ve, ¿quién será?

L- (Se va y vuelve turbado) Dice... Es un caballero que... No habla nuestro idioma... Dice que tú...

W- Ah, sí, sí, me había olvidado. Tendremos que suspender la salida. Dile que pase. ¡Es el pintor! Dile que pase... Ah, ¿estoy bonita? Me va a hacer un retrato con las pieles en mi cuerpo...

L- Y se va a enamorar de ti.

W- Tonto.

ESCENA 17

Wanda, Leopoldo

W- ¿Dónde estabas?

L- Removiendo los canteros para estar más cerca de ti. Wanda, ¿amas al pintor, mi ama?

W- (Le mira sin enojo) Me da lástima, pero no lo amo. No amo a nadie. Te he amado tan ardientemente, tan apasionadamente, tan profundamente, pero ahora ya no te amo en absoluto. Mi corazón está vacío, muerto y esto me ha vuelto melancólica.

L- ¡Wanda! (Emocionado)

W- Pronto tú tampoco me amarás. Cuando ocurra, dímelo y te devolveré la libertad.

L- Seguiré siendo tu esclavo toda la vida, pues te adoro y te adoraré siempre.

W- (Lo mira satisfecha) Piénsalo bien. Te he amado hasta el infinito y me he mostrado despótica contigo para satisfacer tus fantasías. Un resto del dulce sentimiento aún tengo hacia ti, pero no sé cuando se me vaya, si tendré deseo de liberarte. No sé si no desearé ser realmente cruel, despiadada, dura contigo, si no me producirá un placer diabólico atormentarte y torturarte y ver morir de amor por mí al hombre que me idolatra mientras yo permanezco indiferente o amo a otro. Piénsalo bien.

L- Ya lo he pensado todo el tiempo (Arde de pasión) No puedo existir, no puedo vivir sin ti. Me muero si me das la libertad. Déjame ser tu esclavo, mátame, pero no me alejes de ti.

W- Bien. Pero no olvides que ya no te amo. En consecuencia, tu amor no tiene para mí más valor que el de la fidelidad de un perro hacia su dueña. Y a los perros se los trata a puntapiés. Ahora me voy a bañar y tú vas a ayudarme. Cierra la puerta. (Obedece) Ahora ve a ver si todo está bien cerrado abajo (Leopoldo sale. Vuelve. Está temeroso. Ella se recuesta. Está desnuda dentro del tapado de piel) Ven, Gregorio, llévame en tus brazos.

L- ¿Cómo, mi ama?

W- ¡Vamos, llévame! ¿O no entiendes? (Leopoldo la levanta, ella pasa los brazos por el cuello) Antes de bañarme ve a buscar el libro y el látigo. Yo te espero aquí, parada. (Él sale y vuelve, se los da y se arrodilla). Átame los cabellos para que no se me mojen. Se saca el tapado y queda desnuda como una estatua. Él cae de rodillas como adorándola, mientras besa sus manos). No, no tengo ganas de bañarme. (Su mano juega distraída con el látigo) ¿Qué te pasa?

L- Estás hermosa. Mírate al espejo.

W- Sí, lástima que no se puede retener este instante.

L- ¿Por qué no? Cualquier pintor se sentiría orgulloso de que le permitieras inmortalizarte. No puedes desaparecer, como nosotros, sin antes no haber dejado rastros de tu existencia. Tu imagen debe sobrevivir aún después de que tú misma te hayas convertido en polvo. Tu belleza debe triunfar a la muerte.

W- (Se ríe) ¡Qué lástima que aquí no haya un Tiziano o un Rafael! Pero... ese alemancito que vino... Sí, es necesario que me pinte... Y voy a hacer que el amor mezcle los colores de su paleta. Llámalo. Lo esperaremos. Vamos, vamos, apúrate.

ESCENA 18

Wanda, Leopoldo, pintor

W- Ah, pase, pase.

Pintor- Señora...

W- Mire. Quiero que me haga un retrato.

P- Magnifico. Yo me la imagino... como una diosa virgen...

W- Ah, (se ríe) ¿Escuchó, Gregorio? (Leopoldo está muy celoso. Ella juega con el látigo. Está solo vestida con su tapado de piel. Leopoldo se echa ante ella y Wanda apoya un pie sobre él) ¡Mírame, Gregorio, mírame con tu mirada profunda! ¡Así! ¿Le parece bien así, señor pintor?

P- (Está pálido. No le salen palabras)

W- Vaya. ¿Le gusta este cuadro?

P- Sí, sí, así quiero pintarla. (Está muy nervioso) Este cuadro debe ser al mismo tiempo, un retrato, una historia, como muchos cuadros de la escuela veneciana.

W- ¿Y cómo se llamará? ¿Qué le pasa? ¿Se siente mal?

P- Temo... (La mira apasionadamente) Pero hablemos del cuadro...

W- Sí, hablemos del cuadro.

P- Me imagino que la diosa del amor ha descendido del Olimpo hasta un mortal. La imagino con su cuerpo sublime envuelto en una amplia y pesada piel para no morir de frío en nuestro mundo moderno. Intenta calentar sus pies en el cuerpo del bienamado. Imagino al favorito de la bella déspota que azota a su esclavo cuando está cansada de abrazarlo, y que, sin embargo es más locamente amada por él cuando lo rechaza a puntapiés. Llamaré al cuadro: “La Venus de las pieles” (Comienza a trabajar. Ellos posan)

W- Lo noto apasionado. (Ella come bombones y hace pelotitas de papel y se las tira)

P- Me alegro que esté tan contenta, señora. Pero su rostro ha perdido por completo la expresión que necesito para el cuadro.

W- ¿La expresión que necesita para el cuadro? (Se ríe) Espere unos instantes... (Se incorpora y le asesta un latigazo a Leopoldo. El pintor la mira fijamente. Está admirado y aterrado. Poco a poco la cara de Wanda adquiere la expresión cruel e irónica) ¿Es esta la expresión que necesita para su cuadro?

P- (Tartamudea) Sí, sí, es esa la expresión. Pero ahora ya no puedo continuar.

W- ¿Cómo? ¿Puedo ayudarlo en algo?

P. Sí. Azóteme a mí también.

W- Con mucho gusto. Pero si debo castigarlo, lo haré de verdad.

P- Azóteme hasta matarme.

W- ¿Me deja que lo ate?

P- Sí.

W- (Va buscar las cuerdas. ¿Así que tiene el coraje de entregarse en manos de la Venus de las pieles, a los favores y disfavores de la hermosa déspota?

P- Haga conmigo lo que quiera...

W- (Lo ata y lo sujeta a un mueble. Se quieta el abrigo, toma el látigo y vuelve a él. Leopoldo está asombrado y excitado. Se excita más cada vez que ella asesta un nuevo golpe sobre el pintor. De pronto se cansa) Ya basta... Me aburrí. (Lo desata) vaya a su puesto de trabajo. Vamos. (El pintor como puede corre a su caballete) Y tú, Gregorio, vete. (Leopoldo sale pero se esconde entre las cortinas y espía) El rostro. Trabaja mi rostro. (El pintor y ella comienzan a hablar muy bajo y Leopoldo se enloquece porque no puede escuchar. El pintor se arrodilla ante ella y la abraza. Ella se ríe cruelmente) ¡Ah, necesita otra vez el látigo!

P- Mujer, diosa. ¿No tienes corazón? ¿No puedes amarme? ¿No comprendes que sufro? ¿No tienes piedad de mí?

W- No. Pero tengo mi látigo. (Lo golpea en el rostro. Él se incorpora y retrocede unos pasos) ¿Ahora puede pintar? (Indiferente. Él no contesta pero se instala en el caballete con su pincel y su paleta) Sigue, sigue. Llamaré a mi criado. ¡Gregorio!

L- (Aparece rápidamente) ¿Sí, señora?

W- Ahora te toca a ti ser pintado. Ponte en tu lugar (Leopoldo lo hace. Silencio)

W- Bien, el cuadro está terminado. Pintor, puedes irte. Mi criada te pagará.

P- Sí, señora, gracias, señora... Pero, no... No acepto dinero. Usted ya me ha pagado.

W- Leopoldo, tú quédate aquí. Vengo enseguida

P- ¿Usted ama a esta mujer?

L- Sí.

P- Yo también la amo (Llora) Adiós, señor.

ESCENA 19

Wanda, Leopoldo

W- (Entra) Ah, se fue… Realmente me da lástima ese pobre pintor… Es ridículo ser tan virtuosa como soy, ¿No te parece? (Leopoldo permanece en silencio) Ah, me olvidaba de que le hablo a un esclavo… Debo salir. ¡Quiero distraerme, quiero olvidar! ¡Pronto, mi coche! ¡Gregorio!

L- Sí, mi ama…

W- Rápido, tienes que averiguarme quién es el hombre con el que me crucé hoy. Tenía unas botas negras, un estrecho pantalón de cuero blanco, una chaqueta corta de piel, tal como usan los oficiales de caballería y otras cosas… ¿Viste cómo me miraba? (Está excitada) ¡Ahora mismo! ¡Ah, qué hombre! ¡¿Lo viste?! ¿Qué dices? Habla.

L- (Con voz apagada) Es muy buen mozo. Comprendo tu excitación. Yo mismo estaba fuera de mí y llegué a imaginar…

W- ¿Te imaginabas…? (Se ríe salvajemente) Te imaginabas que ese hombre era mi amante, que te azotaba y que era una verdadera delicia que él te azotara… ¡Vete ya!

L- Es que tengo los datos.

W. Entonces quédate. ¿Cómo se llama?

L- Alexis Papadopolis.

W- ¿Griego?

L- Sí.

W- ¿Es muy joven?

L- Apenas mayor que tú. Se dice que fue educado en París, que es ateo. Ha luchado contra los turcos y que se ha distinguido tanto por su nacionalismo como por su crueldad y valentía.

W- ¡Un hombre, en suma!

L- Vive en la ciudad. Parece que fabulosamente rico.

W- No te he preguntado eso. Este hombre es peligroso. ¿No te da miedo? A mí, sí. ¿Tiene mujer?

L- No.

W- ¿Amante?

L- No.

W- ¿Qué va a hacer esta noche?

L- Va a ir al teatro.

W- Pronto, arréglatelas para conseguir un palco.

L- Pero, señora…

W- ¿Quieres que te azote?

L- (Al público) Cuando salimos, él se le acercó y la invitó a un gran baile. Allí tuve que estar con los criados y los choferes. Cuando salieron, yo ni existía para ella. Incluso ni me pidió nada. Fue él que me dijo: “El abrigo de la señora” Y miren el diálogo que se dio mientras subían al coche. Ella le preguntó: “¿Cómo era la historia de la leona?” Y él: “Cuando el león que ha elegido, y con quien vive, es atacado por otro, la leona se echa y contempla el combate. Si su compañero pierde, ella no lo ayuda, lo mira con indiferencia, mientras muere desangrado entre las garras de su rival. Después sigue al vencedor, al más fuerte. Tal es la naturaleza de la mujer” Y mi leona me echó una mirada extraña y no sé porqué la luz del alba nos baño a las tres con su reflejo de sangre. Esa noche, no dormí. Ella, tampoco. Pero supongo por distintas causas. Se quitó la ropa, soltó su cabello y me ordenó que encendiera el fuego. Luego se sentó en la chimenea con la mirada perdida. Le pregunté si me necesitaba y me dijo con la cabeza que no. Entonces me retiré. Fui hasta el jardín, hasta la estatua de la Venus y apoyé mi frente en ella. Estaba asustado. Todo lo que había ocurrido era un juego de niños comparado con lo que se venía. Ahora era algo serio, espantosamente serio. Temía la catástrofe pero las fuerzas me abandonaban. No me aterraba la idea de los sufrimientos, los dolores, los malos tratos, sino el temor de perderla, de perder lo que amaba con tanto fanatismo. Ella permaneció todo el día encerrada en su cuarto. De noche la vi atravesar el jardín. La seguí sin que ella lo supiera y vi que iba hasta la Venus. Esa noche pasé angustiado por temor a perderla. Encendí la lámpara y fui a su cuarto. La encontré dormida, parecía angustiada por un sueño. No sé cuánto tiempo permanecí arrodillado a sus pies, presa de horribles tormentos. Finalmente me puse a llorar. Ella se sobresaltó y me miró.

W- ¡Leopoldo! (Asustada) Leopoldo (dulcemente) ¿Qué tienes? ¿Estás enfermo? ¡Pobre amigo! ¡Desdichado amigo! (Le acaricia el cabello suavemente) Me da mucha lástima pero no puedo ayudarte. A pesar de mi buena voluntad no conozco el remedio para ti.

L- Wanda, ¿es necesario?

W- ¿Qué? ¿De qué hablas?

L- ¿Ya no me amas? ¿No te apiadas de mí? ¿El hermoso extranjero te ha enajenado por completo?

W- No te puedo mentir. (Silencio) Me ha causado una impresión que no puedo entender. Sufro y tiemblo. Es una impresión que he leído en los libros, he visto en el teatro, pero que suponía era fruto de la fantasía. Es un hombre parecido a un león: fuerte, hermoso, orgulloso y sin embargo, sensible. No es rudo como lo son los hombres de nuestros países nórdicos… Me das pena, créeme, Leopoldo, pero es necesario que lo posea. ¿Qué digo? Es necesario que me entregue a él, si él lo quiere.

ML- Piensa en tu honor, Wanda. Lo has conservado intacto hasta ahora… Aunque yo no signifique nada para ti…

W- Ya lo pensé. Quiero ser fuerte tanto tiempo pueda, pero al mismo tiempo quiero… Quiero ser su mujer, si él lo desea.

L- ¡Wanda! ¡Quieres ser su mujer, quieres ser suya para siempre! ¡No te alejes de mí! El no te ama.

W- ¿Quién te lo ha dicho?

L- Él no te ama. Pero yo te amo, te adoro, soy tu esclavo. No me importa que me pisotees, quiero llevarte en mis brazos toda la vida.

W- (Violentamente) ¡¿Quién te ha dicho que no me ama?!

L- Sé mía. Sé mía, ya no puedo más, no puedo vivir sin ti. ¡Ten piedad, Wanda, ten piedad!

W- (Lo mira silenciosamente. Su mirada es glacial, insensible con sonrisa perversa) Dices que no me ama. Está bien, consuélate con esa idea. (Se acuesta y le da la espalda)

L- Dios mío. ¿No eres una mujer hecha de carne y de sangre? ¿No tienes un corazón como el mío?

W- Ya lo sabes. Soy una mujer de piedra. ¡La Venus de las pieles, tu ideal! ¡Arrodíllate y adórame!

L- Wanda, ten piedad. (Ella se ríe. Él llora)

W- Me aburres. Tengo sueño. Déjame dormir.

L- Wanda, no me rechaces. No existe un hombre que te ame o que pueda llegar a amarte como yo.

W- ¡Déjame dormir!

L- (Saca un cuchillo y lo apoya contra el pecho) ¡Me mato aquí mismo, ante tus ojos!

W- Has lo que quieras. Déjame dormir (Bosteza) Me muero de sueño.

L- (Queda petrificado. Luego comienza a reír y llorar. Guarda el cuchillo y cae de rodillas) Wanda, por favor, escúchame, aunque sea un instante.

W- ¡Quiero dormir! ¡¿No me entiendes?! ¡Sal de este cuarto! (Lo empuja con el pie) ¡¿Olvidas que soy tu ama?! (Él se levanta pero no se va) ¡Vete! ¡Animal! ¡Esclavo! (Silencio) ¡¿Todavía estás vivo?! (Él queda callado) Entrégame el puñal. No te sirva para nada. Ni siquiera tienes el valor de matarte.

L- Ya no lo tengo.

W- (Burlona) ¿Por qué no te has ido? Ah, no tienes dinero… ¡Toma! (Le arroja un bolso, con gesto de desprecio. Quedan callados. Él no lo recoge) Así que no quieres partir.

ESCENA 20

Wanda, Leopoldo, amante

L- No puedo. (Al público) Desde ese día no me habla más. Va sola al teatro. Recibe y es Haydée quien atiende. Nadie se preocupa de mí. Vago por el jardín como un perro que ha perdido al amo. Una noche Wanda se me acerca cubierta por un vestido de seda negro. El griego está con ella. Hablan agitadamente pero no escucho nada. Ella golpea el piso. Él azota el aire con su fusta. Wanda se sobresalta. ¿Tiene miedo de que la castigue? ¿Hasta dónde han llegado? Él se aleja. Ella lo llama. Wanda mueve tristemente la cabeza y se sienta en un banco de piedra. La contemplo con una especie de alegría tremenda. Voy hacia ella en una postura irónica. Ella se incorpora temblando. Le digo (A ella): Vengo a desearle felicidad. Ya veo señora que ha encontrado la horma de su zapato.

W- Sí, a dios gracias, ¡Basta de esclavos! Me basta con uno solo. Un amo. La mujer necesita un amo para adorarlo.

L- ¿Así que lo adoras, Wanda? ¿Adoras a ese hombre bárbaro?

W- Lo amo como nunca he amado a nadie.

L- ¡Wanda! (Aprieta los puños furioso. Se calma) Está bien. Tómalo como esposo. Que se convierta en tu señor. Pero yo quiero seguir siendo tu esclavo mientras viva.

W- ¿Quieres seguir siendo mi esclavo aún en este caso? (Se asombra) Sería excitante, pero no creo que él lo admita.

L- ¿Él?

W- Está celoso de ti. ¡Celoso de ti! Exige que te eche inmediatamente. Y cuando le dije que tú eras...

L- ¿Qué le has dicho?

W- Todo. Le conté nuestra historia, nuestras rarezas, todo. Y él, en lugar de reír se puso furioso.

L- ¿Y te ha amenazado con azotarte? (Ella baja la mirada y se calla) ¡Tienes miedo de él! (Se arroja a sus pies y le abraza las piernas) No pido nada de ti. Sólo el permiso para estar cerca de ti siempre, para ser tu esclavo. ¡Quiero ser tu perro!

W- (Indiferente) ¿Sabes que me aburres?

L- (Se incorpora) ¿Sabes que ya no eres cruel? Ahora eres vulgar.

W- Ya me lo dijiste. (Se encoge de hombros) Un hombre inteligente no se repite jamás. Podría castigarte (con tono burlón) pero esta vez prefiero contestarte con palabras y no con latigazos. No tienes el derecho de acusarme. ¿Acaso no fui franca siempre contigo? ¿No te advertí varias veces? ¿No te amé con todo mi corazón? ¿Te oculté que era peligroso entregarse a mí, humillarse ante mí? ¿No te dije que yo quiero ser dominada? Pero tú querías ser mi juguete, mi esclavo. ¿Qué quieres ahora? Había en mí predisposiciones peligrosas, pero fuiste tú quien las despertó. Si ahora experimento placer al atormentarte, al maltratarte, tú solo eres culpable. Eres poco hombre para acusarme.

L- Sí, yo soy el culpable. Pero, ¿no he sufrido bastante ya? Termina con este juego cruel.

W- Esa es mi intención.

L- Wanda, no me obligues a hacer ahora lo peor. (Violento) Mira que he vuelto a convertirme en hombre.

W- ¿Ah, sí? Apenas fuego de paja, que brilla un instante y se apaga. Crees asustarme pero sólo eres ridículo. Si hubieras sido el hombre que yo creía al principio, ese hombre severo, razonable te hubiera amado fielmente y hubiera sido tu mujer. La mujer desea un marido hacia quien deba elevar la mirada. Un hombre como tú, que ofrece voluntariamente su nuca para que ella apoye el pie, no es más que un juguete agradable que se tira cuando se está aburrida.

L- Intenta hacerlo. Hay juguetes que resultan peligrosos.

W- No me provoques. (Sus ojos echan chispas)

L- Si no puedo poseerte, nadie te poseerá.

W- ¿En qué obra está esa escena? (Le toma de las solapas. Está pálida de rabia) No me provoques. No soy cruel. Pero ahora yo misma ignoro hasta dónde puedo llegar. Ignoro si existe algún límite.

L- ¡Qué cosa puedes hacer peor que elegirlo por amante, por esposo!

W- Puedo convertirte en su esclavo. ¿No me perteneces? ¿No tengo el contrato? Pero, naturalmente, también sería un placer para ti que te hiciera atar y le dijera. “Has de él lo que quieras”

L- ¡¿Estás loca?!

W- Al contrario, soy muy razonable (Tranquilamente) Te prevengo por última vez. No me opongas resistencia. Ya he llegado tan lejos que no me cuesta nada ir un poco más allá. Siento por ti algo semejante al odio. Vería con alegría que él te azotara hasta matarte. Pero aún me contengo... Me contengo un poco, todavía. (Leopoldo la toma por las muñecas y la arroja al piso. Ella queda de rodillas a él) ¡Leopoldo! (Entre rabia y angustia)

L- ¡Te mato si eres su mujer! Eres mía. No te dejo. Te amo demasiado (Cae a su lado y la estrecha. Toma el puñal que está en el cinturón. Wanda lo mira impenetrable)

W- Así me gustas (Con calma) En este momento eres un hombre y ahora sé que todavía te amo.

L- ¡Wanda! (La abraza llorando. Ella estalla en carcajadas)

W- ¿Tienes bastante de tu ideal, ahora? ¿Estás contento?

L- ¿Cómo? ¿No hablas en serio?

W- Hablo en serio (Divertida) cuando digo que te amo, que te amo a ti solamente. Pero tú, tú, loco, loco encantador, no te has dado cuenta de que todo esto no era más que juego. No has notado cuánto me dolía darte un latigazo de tiempo en tiempo, cuando hubiera deseado tomar tu cara en mis manos y cubrirla de besos. Pero ya basta. ¿No es cierto? He desempeñado mi papel mejor de lo que hubieras esperado. Ahora vas a estar contento de tener una mujercita delicada, inteligente y no fea. ¿Verdad? Vamos a vivir apaciblemente y...

L- ¡Vas a ser mi mujer! (Se inunda de felicidad. Ella lo abraza)

W- Ahora ya no eres mi esclavo Gregorio. Eres de nuevo mi querido Leopoldo, mi marido.

L- ¿Y él? ¿No lo amas?

W- ¿Cómo has podido creer que amara a ese hombre bárbaro? Estás absolutamente ciego. Tengo miedo por ti...

L- Casi me quito la vida por ti.

W- ¿De veras? Tiemblo de solo pensarlo. Detesto esta villa donde has sido desgraciado. Parto enseguida, mañana mismo. Tú escribirás algunas cartas por mí y durante ese tiempo yo iré la ciudad de despedirme de ciertas personas... ¿Te parece bien?

L- Claro, querida, mi hermosa y buena mujercita.

W- Entonces ve a tu cuarto. Descansemos. Que duermas bien. Partimos esta noche. Ayúdame con las maletas. Ahora vengo.
(Él queda arreglando todo. Entra ella y se recuesta)

L- ¿Wanda?

W- ¡Leopoldo! (Está alegre) ¡Estoy tan impaciente! (Se levanta y lo abraza. Él se agacha y apoya su cara en sus rodillas) ¿Sabes cómo te quiero hoy? (Le separa los cabellos y le besa los ojos) ¡Qué hermosos ojos tienes! Es lo que más me ha seducido de ti. Pero tú eres tan frío, me tratas como un tronco. Espera, voy a enardecerte. (Mimosa y apasionada) Yo no te gusto. ¿Tengo que ser cruel contigo? Seguramente he sido demasiado buena hoy. ¿Sabes querido loco? Voy a azotarte.

L- Pero, querida...

W- Sí, quiero.

L-¡Wanda!

W- Ven, deja que te ate. (Insiste alegremente corriendo por la habitación) Quiero verte apasionado, ¿entiendes? Aquí están las cuerdas. ¿Sabré hacerlo todavía? (Le comienza a atar los pies; después las manos a la espalda, luego los brazos) A ver (riendo feliz) ¿puedes moverte?

L- No.

W- Está bien, entonces. (Hace un nudo a una gruesa cuerda, arroja el lazo por encima de la cabeza de él, deja caer la soga hasta las caderas, la ajusta y lo ata por medio de cuerpo)

L- (Temblando) Parece que fuera un condenado.

W- Es que hoy vas a ser azotado en serio.

L- Entonces, ponte la chaqueta de piel, te lo ruego.

W- Voy a darte el gusto. (Se la pone sonriente. Se para frente a él, con los brazos cruzados sobre el pecho y lo contempla con los ojos entrecerrados) ¿Conoces la historia del toro de Dionisio, el Tirano?

L- Vagamente. ¿Por qué?

W- Un artesano inventó un nuevo instrumento de tortura para el tirano de Siracusa. Un toro de bronce en el que se metería a los condenados a muerte y luego se los expondría a un fuego intenso. Cuando el toro de bronce comenzara a calentarse el condenado gritaría de dolor y sus gritos parecerían los bramidos del toro. Dionisio sonrió encantado y, para probar inmediatamente el instrumento hizo encerrar allí a su inventor... Es una historia muy instructiva. Tú me has inculcado el egoísmo, el orgullo y la crueldad, y tú serás la primera víctima. Ahora realmente me complazco en maltratar a un hombre que yo pienso, siento y deseo, a un hombre que es más fuerte que yo física e intelectualmente y, sobre todo, a un hombre que me ama. ¿Me amas aún?

L- Con locura.

W- Mejor así. Gozarás más, entonces, con lo que pienso hacer contigo.

L- ¿Qué te pasa? No entiendo. ¿Realmente es crueldad lo que brilla en tus ojos? Sin embargo, estás hermosa, pareces la Venus de las pieles (Wanda sin hablarle le pasa el brazo por el cuello y lo besa) ¿Dónde está el látigo? (Wanda se ríe y retrocede dos pasos)

W- ¿Verdaderamente quieres que te azote? (Con aire de soberbia)

L- Sí.

W- ¡Entonces azótalo! (Aparece de la sombra, el griego)

L- Realmente eres cruel.

W- (Con ferocidad) Ávida de placer, solamente. Sólo el placer otorga valor a la existencia. El que sufre o vive en medio de privaciones saluda a la muerte alegremente, como los antiguos. No debe temer gozar a costa de los otros. Debe ignorar la piedad. Debe encadenar a los demás a su arado, como si fueran bestias. Debe transformar en esclavos a hombres que, como él, viven en plenitud y desearían entregarse a una vida de placeres. Es necesario que los use para su servicio y su placer, sin remordimientos, no debe preocuparse si ellos se sienten bien o mal. Es necesario que tenga siempre en la mente esta idea: “Si ellos me tuvieran entre sus manos como yo los tengo ahora, harían lo que yo hago y debería pagar su placer con mi sudor, mi sangre y mi alma” Así era en la antigüedad: el placer y la crueldad, la libertad y la esclavitud marchaban siempre de la mano. Los hombres que quieren vivir como los dioses del Olimpo, deben tener esclavos para arrojar a las fieras y gladiadores listos a batirse en sus suntuosos festines. Poco importa si los mojan algunas gotas de sangre de los combatientes.

L- (Furioso) ¡Desátame!

W- ¿No eres mi esclavo, mi propiedad? ¿Debo mostrarte el contrato?

L- ¡Desátame! Si no... (Forcejea)

W- (Al griego) ¿Puede desatarse? Me amenazó con matarme.

Griego- No temas.

L- Grito pidiendo auxilio.

W- No vale la pena. Nadie te oirá. Y nadie me impedirá abusar una vez más de tus sentimientos sagrados y jugar contigo este “juego frívolo”. ¿Me encuentras cruel y sin piedad o bien estoy a punto de convertirme en un ser vulgar? ¿Todavía me amas o bien me detestas y me desprecias? Aquí está el látigo. (Se lo da al griego que se acerca a Leopoldo)

L- ¡No me toque!

G- Piensa eso porque no estoy envuelto en pieles. (Se tapa con un abrigo)

W- Estas encantador. (Lo besa y lo ayuda a ponerse la chaqueta)

G- ¿De verdad lo puedo azotar?

W- Haz con él lo que quieras.

L- ¡Bruto!

(El griego teatralmente se prepara y lanza un latigazo)

L- (Gritando) Cada uno de nosotros termina siendo Sansón. Siempre se termina siendo traicionado, de un modo o de otro, por la mujer que se ama, lleve blusa de lienzo o abrigo de cibelina...

G- ¡Mira cómo le enseño! (Lo castiga ferozmente. El cuerpo de Leopoldo tiembla de dolor. Llora, mientras Wanda se recuesta y observa riéndose. Leopoldo comienza a sangrar. Wanda cierra sus maletas y se pone el abrigo de piel Lo desata, riéndose. Se va. Leopoldo queda solo. Se oye que cierran las puertas del coche. Se alejan. Todo queda en silencio)

ESCENA 21

Wanda, Leopoldo

L- (Sentado como en la primera escena. Entra Wanda) ¡Cómo he sufrido estos años!

W- ¡Pobrecito!

L- ¡Wanda!

W- Has sido un tonto… Han pasado tres años de ese episodio… Nunca he dejado de amarte, Leopoldo… Pero fuiste tú mismo quien ahogó mis sentimientos con esa romántica devoción. Desde que te convertiste en mi esclavo, supe que nunca podrías ser mi esposo. Y sentía placer de cumplir tu ideal, aunque dudara muchas veces. El griego me dio lo que tú no. Fue el hombre fuerte que necesitaba y con él fui feliz. Pero, como sabes, mi felicitad fue breve. Murió en un duelo hace un año. Y he vuelto a ti. No sé por qué.

L- (Se levanta y se dirige al público) Pero, ¿cuál es la moraleja? Que la mujer, tal como la naturaleza la ha creado y tal como atrae al hombre, es nuestro enemigo y no puede ser otra cosa que una esclava o una tirana, pero jamás nuestra compañera. Sólo podrá serlo cuando tenga los mismos derechos y cuando los merezca con su formación y su trabajo. Por ahora no tenemos más que una alternativa: ser el clavo o el martillo. Yo fui un imbécil y me convertí en esclavo de una mujer. Esta es la moraleja: quien se deja azotar merece ser azotado... Yo soy Leopold Sacher- Masoch... He sido un escritor muy conocido y respetado; he recibido premios hasta en América, pero he cometido el pecado de contar al mundo mis deseos sexuales... Un estúpido seudo científico tomó mi nombre para señalar una supuesta desviación sexual... Mi nombre la transformó en Masoquismo... Así quedaré en la Historia, como el que dio su nombre a esa “perversión”... Quedó en el olvido todo lo que hice... Pero no me importa.
Quiero ser el clavo del martillo que use Wanda, mi mujer. Quiero ser su esclavo. Y si es otra mujer, a ella también llamaré Wanda.

W- Querido Leopoldo, ¿es necesario que sigamos con ese juego?

L – Imprescindible.

W – Pero yo te amo… Y me duele lastimarte.

L – Si realmente me amas, Wanda, me tienes que humillar. A ver… Mira, te traeré otro contrato de esclavitud. Pasó mucho tiempo desde el otro… Quiero que lo leas… A ver si quedó bien redactado…

Fin