viernes, 25 de mayo de 2007

DORA LABATI

Autor: Rosana M. Aramburú
Cocina. Una mujer rompe nueces con un martillo. Se lava las manos casi continuamente.
No termino de entender cuál es el problema. Si al final es lo mismo. Al principio, bueno, te parece que algo puede cambiar, pero después te das cuenta de que es inútil. Si se queda o si se va da igual, ¿qué se piensa esa chica? ¿Que las cosas van a ser diferentes? (Saca una batidora, trata de armarla) Si le va a echar la culpa de todo a él. (Por la máquina) Pero la reputa que la parió... ahí está. Pobre angelito. ¿Cuántos huevos? (Mira el libro de cocina) No entiendo por qué le plantea todo eso. Y, es la juventud (Saca un huevo de la heladera.) A mí al cabo de los años no me pareció tan malo. (Lee en el libro, saca otro huevo) Un poco, así... ¿cómo se diría? Soso.(Saca otro huevo) Pero al fin ¿qué quiere? (Saca otro huevo) ¿Un circo alrededor todo el día? ¿¿¿Cinco huevos??? (Saca el quinto de la heladera) Tengo que ser imparcial en esto. Pero acá no lo quiero, que quede claro. Tengo que convencerla de que se quede con él. (Casca un huevo, se rompe mal) La de tu hermana... para las milanesas. (Casca los restantes, separa yema de clara, pone las yemas en la batidora, la enciende. Mira hacia todos lados) ¿Esto es una cocina? Justo hoy tengo un kilombo fenomenal y éste, ya lo sé, se va a venir a instalar acá. (Echa una taza de azúcar y esencia de vainilla) Los hombres son terribles, no se pueden quedar solos un instante. (Mira la taza vacía) ¿El azúcar se la puse o no? Porque tiene medios para alquilarse algo: pero seguro se amucha. (Partiendo nueces) ¿Qué pretenderá a esta altura? ¿Que le planche las camisas y le lave otra vez los calzoncillos? Eso ya pasó: bastante servicial fui. (Suena el teléfono, se sobresalta) ¿Y si es él? Yo no atiendo! (Deja de sonar) Que me perdone. Todo sea por Fernanda. El budín hamburgués le encanta, mi chiquita... Lo que no tengo es licor, ¿qué le meto? (Revisa las botellas, se le caen algunas) Pero será posible! ¿Caña Legui? ¿O será muy dulce? (Suena el teléfono.) No, por Dios! (Prende la batidora y canta, para tapar el ruido del teléfono. Deja de sonar, suspira.) Que no joda. (Sigue rompiendo nueces) De pijotera no compré peladas. Menos mal que no se pone más el peluquín, le quedaba horrible. (Saca un pelo de la batidora) No existe uno que no se note a la legua, yo no sé, ese muchacho... le decía: te queda mal, pero insistía. Era jovencito cuando se le cayó el pelo. Le dijeron que era por nervios, no sé de qué, si nunca se preocupó por nada. Menos mal que encontró a esta chica y se fue. ¿Margarina o manteca? Era su compañera de estudios, qué lindo, ¿no? (Como en un ensueño, mirando hacia arriba) Todavía me acuerdo cuando les hacía la chocolatada a la tarde, hasta pasta frola les cociné una vez... Manteca. ¿Cuándo habrá que ponérsela? Yo no sé para qué lo quiere cambiar ahora, con lo que le costó llevárselo. (Aprieta la manteca con una mano, mirando un punto fijo) Claro, no fue nada fácil. A mí no me gustaba, obvio, pero después me encantó. (Por la manteca) Dura como una piedra. Es lo mejor que pudo pasarle. Y a mí también, claro. (Empieza a tirar la manteca contra la mesada) Primero lo extrañé un montón, siempre atrás de su ropa, alcanzándole la toalla, levantando los vasos que dejaba, enfin, una se acostumbra a ese trabajo honorario. (Suena el teléfono) ¡Socorro! (Se aleja del teléfono corriendo. Se queda mirándolo fijamente hasta que deja de sonar. Suspira) Después que se fue tenía tanto tiempo libre que me quedaba sentada mirando el techo, sin saber qué hacer. (Por el batido) ¿Esto estará? Má sí, yo lo paro aunque sea un rato. (Buscando) ¿Dónde puse la media libra de chocolate? Nunca voy a saber porqué le dicen así. Debe ser por los malditos ingleses. Con perdón de mi familia política, porque sus abuelos también forman parte de mi vida, a esta altura. Si no mirales los ojos... azules, azules. (Dándose importancia) Bueno: yo tengo ascendencia italiana del norte, así que también había muchos de ojos claros. (Encuentra el chocolate) ¿Y si fuera alguien que quiere saludar a Fernanda? Hasta que venga ella no atiendo. ¿Dónde metí el recetario? A ver cómo sigue... no hay caso, nunca me lo acuerdo de memoria. Cuatrocientos gramos de harina leudante (Toma la harina.) Ah, pero las yemas no hicieron globitos. Lo prendo otra vez. No, yo me opongo. (Con la harina en la mano gesticula, tirando para todos lados) Tengo que convencer a la mujer para que lo deje quedarse, aunque no pase nada. ¿Cuántas parejas hay que viven así, por cuestiones económicas o lo que sea? Ahora los que se quieren viven con cama afuera y los que no se soportan viven juntos. Pero acá mejor no. Además estoy ocupada, el cumpleaños de Fernanda me tiene mal. (Apaga la batidora. Mete sin querer los dedos adentro de la pasta) Me parece que estoy haciendo otra receta, ¿puede ser? ¿Y si no, cuándo va la manteca, Dios mío? (Leyendo el recetario) Todavía no me dijo cuántos vienen. Siempre es lo mismo, a último momento caen veinticinco monos y no sabés qué inventar. ¿No digo? ¡Esto es bizcochuelo, no es budín hamburgués! Me cago en Petrona. (Suena el teléfono, se atrinchera tras la mesada hasta que deja de sonar. Se asoma. Mira el desastre que dejó) Lo bueno de Fernanda es que es ordenada con sus cosas, no como el otro que me enloqueció: andaba atrás de él con la pala y la bolsa de basura, porque además era torpe. La de vidrios que rompió no tiene nombre. Claras a nieve. ¿Por qué no ponen cuántas? Ah, sí, acá dice cinco. (Hacia arriba, con las manos juntas) Perdoname, santa. (Bate las claras con una batidora de mano) ¡Ah, no! Faltaba la harina leudante. En éste no quedó nada. (Agarra dos paquetes) ¿Este paquete será? Tres ceros... ¿y éste, cuatro? ¿Y? ¿Es leudante o no? Otra vez lavándome las manos. Tengo todo la piel levantada, ¿tendré que consultar al dermatólogo o mejor vuelvo con el psicólogo? Me tiene mal, me tiene mal. (Mira el chocolate) Y ahora que hago con ésto? (Le pega un mordiscón, habla con la boca llena) Yo le hablo por teléfono a la chiruza ésa, ahora que no me lo quiera devolver. ¡Se lo llevó cuando estaba hecho un pimpollo y ahora me quiere mandar un apio mustio! (Parte nueces con saña) Que se lo quede, ¿no lo quería tanto? ¿Para qué sigo partiendo nueces, si no las preciso más? Hasta alcanzó a terminar la carrera y todo. Claro, yo lo banqué todos esos años. ¿Y cómo no? Eso es así... Tardó un poco en recibirse, pero bueno, trabajando no es fácil. (Enojándose paulatinamente y metiéndose pedazos de chocolate en la boca) Quiso dejar el trabajo para terminar de una vez, pero yo me negué. Él era grande. ¿Tenía que laburar yo sola y además juntar ceniceros repletos de puchos, parvas de yerba caídas al lado del basurero y amasar pizza para todos sus compañeros? (Se calma repentinamente) Dos cucharadas por cada huevo. Yo le di todos los gustos, ¿eh? De acá se fue en su mejor momento, en la flor de la edad.(Se mete una nuez en la boca. Escupe) Repodrida. Conviene comprarlas partidas, si no, es una sorpresa atrás de otra. ¿Puede ser que otra vez me esté lavando las manos? ¿Cuál era el teléfono del psicólogo? (Toma una agenda y repentinamente mira el teléfono con terror. Se aleja de él) ¿Y si se me instala? Donde encuentran calentito se quedaron y otra vez la burra al trigo. (Por la harina) Esto se mezclaba, ¿no? Ya sé que por ahí me estoy anticipando, pero tengo miedo. (Suena el teléfono, toma una escoba y le empieza a pegar como si fuera una cucaracha, hasta que lo descuelga. Jadea.) Pobre ángel, me da pena pero te juro que no tengo ganas. Aparte, ¿dónde va a dormir? Acá ya no hay lugar (Rendida.) La cama matrimonial fue lo primero que hice volar cuando se rajó. Fernanda era chiquitita... y mirá, ya cumple veinte años. (Llora. Tira por descuido todas las cáscaras al piso) ¡Me cago en él!

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